CONDENAR AL PECADO, NO A LOS PECADORES
D. 7 abril
2019. 5º de cuaresma
Juan 8,1-11.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Estando
en Jerusalén, Jesucristo se retiraba al monte de los Olivos donde pasaba la
noche. Algo incómodo sería pasar la noche en un paraje arbolado, pero él
aprovechaba para la oración. Esto quiere decir que fueron varias las noches de
la oración de Jesús en ese huerto. En el día, regresaba a la ciudad, al templo
donde se le aglomeraba la gente para ser enseñada. Ésta es precisamente la
imagen que queremos cultivar y promover en la Iglesia de hoy: que todos
nuestros católicos se pongan a leer diariamente los santos evangelios para que
sea Jesús el que personalmente los enseñe. Así no vivirán de una imagen
estática de Jesús sino de un Maestro que los va formando. De veras que Jesús
tiene muchas cosas que enseñarnos.
Si
su primera enseñanza hasta ese momento era verbal, ahora que llegan los
escribas y fariseos la enseñanza de Jesús se va a tornar de cuerpo entero. Y
qué bonita y profunda lección van a recibir todos, especialmente los celosos de
la ley. Esperamos que todos nos quedemos extasiados por la entereza de nuestro
Maestro, por su sabiduría, por su agudeza para estrujar los corazones de las
personas que se sienten seguras de sí mismas.
Le
presentan pues a una mujer que ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Eso
de apedrear a los adúlteros, tanto al hombre como a la mujer, efectivamente lo
leemos en Levítico 20,10: "Si un
hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el
adúltero como la adúltera”. La ley
de Moisés es muy clara y precisa: "tanto
el adúltero como la adúltera”. ¿Por qué ellos sólo traen a la mujer? Porque
es la parte más débil, porque su mentalidad es misógina, porque piensan que la
del pecado es la mujer.
La intención de ellos era ponerle una trampa a
Jesús para poder acusarlo. Según ellos, ponían a Jesús entre la espada y la
pared. Si la defiende, entonces está contra la ley de Moisés que ordena la
lapidación para erradicar el adulterio del pueblo santo. Pero si la condena,
entonces lo hacen caer en el descrédito delante de la gente que se le
aglomeraba a su alrededor. El amigo de los pecadores, el misericordioso que
habla de un Dios misericordioso, está obligado a ponerse en contra de la ley de
Moisés.
Pero Jesús nos regala una frase que se ha hecho
sumamente famosa y muy recurrida hasta en los ambientes menos religiosos.
¿Quién no conoce y quién no ha utilizado estas palabras de Jesús? "El que esté libre de pecado que tire la
primera piedra”. No se lo esperaban los acusadores. Con estas pocas
palabras Jesús llega a lo más hondo de sus conciencias. Los hace mirar hacia sí
mismos. Siempre resulta más fácil fijarse en la flagrancia del pecado de los
demás, en la notoriedad de los ya conocidos como pecadores. Éste es un
verdadero Maestro, conocedor de las personas. Pareciera como si desvelara el
interior de las personas con unas cuantas palabras, como si los volviera
transparentes delante de los demás y delante de sí mismos. ¿Acaso no se habían
dado cuenta, acaso no tenían conciencia de sus propios pecados? Qué
sorprendente enseñanza de nuestro Maestro.
Jesucristo
ni suda ni se abochorna, tranquilo se pone a escribir en el suelo.
Aparentemente los ignora, como si no le interesara el caso que le presentan.
Pero les da tiempo para que recapaciten por sí mismos. Como no lo hacen, por
eso los sacude. El que podía tirar la primera piedra porque estaba sin pecado,
no lo hace, es el que reacciona con misericordia.
Jesucristo
no está a favor del adulterio, ni de pecado alguno. Pero no ha venido a
condenar, sino a llamar a la conversión. Esa ha de ser la mentalidad de
nosotros los cristianos y la mentalidad que hemos de cultivar en todo nuestro
mundo, en nuestra sociedad, en nuestras leyes. Nuestro sistema social y legal
no funciona así. ¿Qué quisiéramos hacer con los corruptos, con los ladrones de
cuello blanco y los raterillos de los barrios, los sicarios, los narcos, los
tramposos, los mentirosos, las madres que abortan, los pederastas, etc.?
Nuestro Padre Dios no quiere condenar, lo revela Jesús con su palabra y con
toda su persona, con sus comportamientos como el que leemos ahora. Condenar al
pecado no es lo mismo que condenar a los pecadores.