¿POR QUÉ BUSCAN ENTRE LOS MUERTOS AL QUE ESTÁ VIVOP?
D. 21 abril
2019. La resurrección del Señor
Lucas 24,1-12
Carlos
Pérez B., Pbro.
Convendría que en este día o en esta semana repasaran
ustedes los pasajes de los santos evangelios que nos hablan de la resurrección
de nuestro Señor Jesucristo. Ninguno de esos pasajes nos habla propiamente del
momento en que Jesús resucitó. No sabemos la hora, no sabemos la manera como se
levantó de la tumba. De lo que nos habla la Biblia es de la diversidad de
encuentros que aquellos primeros discípulos y discípulas tuvieron con el
Resucitado.
San Lucas, por
ejemplo, nos habla, en el pasaje que se lee en la vigilia pascual, de que las
mujeres que fueron al sepulcro al amanecer del domingo no vieron a Jesús sino
sólo vieron a dos hombres con vestiduras resplandecientes que les recordaron
las palabras de Jesús desde que estaba en Galilea. ¿Qué quiere decir esto? Que
para entender y vivir la experiencia del encuentro con Jesucristo Resucitado
será preciso tener presente toda su vida en Galilea, sus milagros, sus
enseñanzas, sus encuentros con las personas. Galilea no es un preámbulo para la
resurrección y la vida nueva de Jesús, sino en sí misma es la Buena Noticia, el
Evangelio en Persona. Con Jesús resucita ese fantástico proyecto de Dios Padre
que se llama ‘reino’, ese plan de recrear todas las cosas en su Hijo, ese mundo
y esa sociedad nuevos que Dios quiere para los seres humanos: la paz de Dios,
su amor, su justicia que Jesús proclama en sí mismo.
Más adelante,
en los versículos siguientes, san Lucas nos habla del encuentro que vivieron
aquellos dos discípulos que regresaban de Jerusalén a su pueblo Emaús. Es la
descripción de una experiencia de fe. En esta experiencia debemos vernos
reflejados a nosotros mismos, que en el caminar por la vida, nos acompaña
Jesucristo que vive y que da vida, que ilumina, que fortalece a todas las
personas. Son los creyentes los que toman conciencia de este caminar, los que
lo viven iluminados por la escucha de la Palabra de Dios, especialmente los
santos evangelios, y los que lo viven en la mesa de Jesús, ahí donde nos
reunimos para celebrar su presencia resucitada.
Posteriormente
Jesús se encuentra con los once apóstoles. Y lo hace para enviarlos a ser
testigos de su resurrección ante todo el mundo. Su testimonio no será meramente
verbal sino existencial, vivencial, porque el cristiano y toda la Iglesia,
hemos de dar testimonio de Jesús con nuestra vida personal convertida a Dios,
con la vida de nuestras pequeñas comunidades, con nuestro afán misionero, con
nuestro servicio y nuestra caridad hacia el mundo, especialmente hacia los más
pobres y marginados. Esto último lo aborda san Lucas en el libro de los Hechos
de los apóstoles. No hay que separar ninguna de estas cosas de la buena noticia
de la resurrección de Jesús.
Para completar
su estudio en esta semana y en este tiempo de pascua, pueden ustedes ir a la
versión de los otros evangelios, incluso de las cartas de los discípulos y
apóstoles de Jesús acerca de su encuentro con los creyentes. San Mateo nos
habla de que las mujeres sí se encontraron con el Resucitado, no a las puertas
de la tumba sino en el camino, en su carrera por llevar la buena noticia a los
demás. Las mujeres fueron las primeras apóstoles, es decir, enviadas por Jesús
mismo. San Marcos también nos habla de varias experiencias de la resurrección
de Jesús: primero la de las mujeres que no lo vieron pero que sí recibieron la
noticia, y enseguida, de manera resumida, la experiencia de María Magdalena, la
de los dos discípulos y finalmente la de los once.
San Juan, por
su parte, nos relata el encuentro de Jesucristo con María Magdalena, un
encuentro conmovedor, lleno de amor y de ternura. También san Pablo nos relata
su experiencia del encuentro con el resucitado, varias veces en el libro de los
Hechos de los apóstoles (caps. 9, 22 y 26), lo mismo que en sus cartas, como
por ejemplo en 1ª corintios cap. 15.
Así pues, les
pido que aprovechen sus ratos libres de estas vacaciones para repasar estos
encuentros. Y si no tienen ratos libres, pues mejor, háganse espacio en sus
muchas ocupaciones y eso tiene mucho más valor. De lo que debemos tener
conciencia todos los que nos decimos católicos es de que no podemos ser realmente
tales si no hemos vivido el encuentro personal con Jesucristo. No podemos ser
católicos de nombre, o por costumbre, o porque nos bautizaron de pequeños, o
porque ya estamos aquí y no sabemos ni por qué. Nada de eso. Nuestro trabajo,
con propios y extraños, ha de ser provocar esa experiencia personal de ser
llamados por Jesús y de caminar detrás de él, no como un recuerdo de alguien
que se murió hace 2 mil años, sino como el Maestro que nos conduce con su palabra, que nos
fortalece, que nos da vida, que nos ilumina, que nos sana, que nos salva, que
nos transforma con su Santo Espíritu.