VIVIR LA EXPERIENCIA DE LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
2º domingo
de pascua. 28 abril 2019
Juan 20,19-31
Carlos
Pérez B., Pbro.
Los santos
evangelios no nos hablan del hecho de la resurrección, es decir, no nos dicen
en qué momento o a qué horas resucitó Jesús ni cómo. De lo que nos hablan más
bien, tanto los evangelios como los demás escritos del Nuevo Testamento, es del
encuentro que vivieron aquellos primeros cristianos con el Resucitado. Cada
comunidad cristiana tiene su propio testimonio que dar acerca de este
encuentro. Les recomiendo que repasen los cuatro evangelios, así como algunas
cartas de los apóstoles.
Hoy hemos escuchado el encuentro que
vivió el grupo de los apóstoles con Jesús, tanto el día del resurrección como
al octavo día. Antes de este pasaje nos platica el evangelio el encuentro
estremecedor entre el Resucitado y María Magdalena. Sobre todo este encuentro
les pido que relean en su casa. Y enseguida, en el cap. 21, encontramos un
nuevo encuentro con Jesús que se ve que sucedió tiempo después de la
resurrección. Es toda una experiencia ahí retratada de la comunidad cristiana.
El encuentro con el Resucitado se da en muy diversas circunstancias y en muy
diversos momentos. En el Apocalipsis hemos escuchado la experiencia de la
resurrección que vivió el apóstol Juan un día del Señor.
¿Cómo es el que nos platica Juan ahora
en el evangelio? El grupo de los apóstoles ya había recibido la noticia de la
experiencia vivida por María Magdalena. ¿Le creyeron o no los discípulos? San
Juan no nos lo dice. Fue hasta la tarde (no en la noche como dice el
Leccionario romano), cuando los discípulos estaban encerrados, obviamente por
miedo a los judíos. Recordemos que Pedro acababa de negar a Jesús tres veces
por miedo, porque estaba viendo y viviendo de cerca las horas tormentosas del
Maestro. Para comprenderlos en su encierro, es preciso que nosotros revivamos
esos momentos que hemos vivido cuando alguna desgracia o atentado ha sucedido
en la familia o en el barrio. Todos quisiéramos estar encerrados y a oscuras,
que nadie supiera que estamos ahí.
El primer día después del sábado se
presenta Jesús en medio de ellos aunque todo esté completamente cerrado. Así
sucede especialmente cada domingo, hoy día, cuando la comunidad se encuentra
reunida en el nombre de Jesús: él se hace presente, no sólo en el pan y el vino
consagrados como su cuerpo y su sangre, sino en la proclamación y escucha de su
Palabra, en la misma comunidad reunida, en los pobres ahí presentes, en los
enfermos, en el sacerdote que preside, en cada uno de los cristianos. La
experiencia de encontrarse con Jesús resucitado es lo que cuenta el autor del
Apocalipsis, precisamente un día del Señor, el domingo. ¿Los católicos de hoy
día, los católicos de nuestra parroquia, vivimos así la celebración dominical
como un encuentro con Jesucristo resucitado? ¿Es una reunión que nos llena de
alegría como en aquellos tiempos o es una celebración donde nos domina el
aburrimiento y quisiéramos que fuera muy breve o por esa razón nos ausentamos? Habría
que hacerles llegar a todos esta pregunta-invitación. Que nuestra reunión sea
llena de alegría o tediosa no es algo a fuerza. Nuestra jerarquía eclesiástica
tiene mucho que ver en esto al hacer normativo el uso del Misal romano. Al
menos yo no les echo la culpa sin más ni más a los católicos alejados.
‘La paz’ es el saludo del resucitado,
dos veces los saluda. En Mateo, Jesús saluda a las mujeres diciéndoles
‘alégrense’ (Mt 28,9). El saludo nuestro es un deseo de salud, que nos viene
más bien de los romanos, ‘salve’. Jesús nos desea y nos viene a traer la paz, a
todo el mundo. ¿Hay algo que más quiera Dios para esta humanidad? ¿Qué más pudiéramos
nosotros desear para este país nuestro tan convulsionado por la violencia, qué
más quisiéramos nosotros para nuestros niños sino una paz verdadera, profunda y
duradera? Yo creo que hasta los mismos realizadores de la violencia aprecian la
paz. Pero ahí está el misterio del ser humano.
Jesucristo les muestra las manos y el
costado. Las señales de la cruz no se pueden dejar de lado quedándonos sólo con
la exaltación de la resurrección. El que resucitó es el que murió. Los grupos
cristianos exaltados hay veces que le cercenan el evangelio de la pobreza, de
la humillación a Jesús y se quedan sólo con la gloria de su poder. No dejemos
de lado que nuestra fe está puesta en un despojado, en un crucificado que
resucitó.
Fijémonos en que Jesús resucitado se
presenta no tanto para decirles a los discípulos que está vivo, que no se
preocupen por él, que ya está en el cielo con el Padre, como quisiéramos
nosotros que así estuvieran todos nuestros seres queridos difuntos. El
evangelista nos dice que inmediatamente después de saludarlos pasa Jesús al
motivo de su presentación: enviarlos ahora a ellos. El envío no es meramente
una tarea. En el caso de Jesús ser un Enviado del Padre es su identidad.
También lo es para nosotros. ¿Tenemos viva esa identidad de que somos unos
enviados de Jesús y que para eso estamos en este mundo, en esta sociedad? ¿O
vivimos nuestra vida desde nosotros mismos y para nosotros mismos?
Para eso nos da Jesús su Santo
Espíritu, no para que vivamos una religiosidad intimista, sino para que vayamos
al mundo con el poder del Espíritu de Dios. El Espíritu no es para presumir,
para alardear, para hacer ridiculeces, sino para llevar el perdón y la
reconciliación de Dios a este mundo tan dividido, a los corazones de los seres
humanos tan proclives a la división, al odio, al egoísmo, a la violencia, al
materialismo.
En la segunda lectura escuchamos
varios testimonios de la vida de los primeros cristianos, porque dar testimonio
de la Vida nueva de Jesús no se da sólo con palabras sino con la misma vida.