ATENDER A LA PALABRA DEL MAESTRO
3er.
domingo de pascua. 5 mayo 2019
Juan 21,1-19
Carlos
Pérez B., Pbro.
Ésta es la
cuarta aparición de Jesucristo resucitado a los discípulos en la versión del
evangelio según san Juan. La primera aparición fue a María Magdalena, la
segunda y tercera fue al grupo de los discípulos, éstas tuvieron lugar en la
ciudad de Jerusalén. La cuarta aparición fue a estos siete discípulos a orillas
del mar de Galilea. Al parecer ha pasado algún tiempo desde el día que Jesús
resucitó. Los discípulos reflejan un cierto tedio, desgano. Simón Pedro toma la
iniciativa ante la inactividad de los demás y les dice: ‘voy a pescar’. No los
invita con un ‘vamos’. Son ellos los que se suman a la iniciativa de Pedro.
Jesucristo ya desde el principio de su ministerio había hecho de ellos
pescadores de hombres. ¿Pedro se refería a esta clase de pesca o a la otra?
Seguramente se trata de la acción pastoral, lo que equivaldría a: ‘voy a
visitar casas’, ‘voy a predicar’, ‘voy a invitar a la gente a Misa’, etc. La
pesca de peces adquiere todo un simbolismo de la actividad apostólica, consiste en
ganar personas y sociedades para la causa de Dios, que es la salvación de esta
humanidad, la transformación radical de nuestro mundo. La pregunta de Jesús,
desde la orilla, hace explícita la acción pastoral estéril de estos discípulos,
y de la iglesia de aquel tiempo. No han pescado nada a pesar de que pensábamos
que eran unos pescadores o unos evangelizadores experimentados.
Es la palabra de Jesús la que le da
el fruto a su actividad. Bastó con que les indicara: "Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Ellos
obedecen aún sin haber reconocido al Maestro, y sacan tal cantidad de pescados
que nosotros debemos interpretar que se trata de una cantidad enorme de gente
que se ha dejado evangelizar por ellos. ¿Qué nos indica esto? Que la Iglesia, y
cada discípulo, cada católico ha de estar pendiente de esa Palabra que nos
llama, que nos envía, que nos conduce, que nos orienta y nos ilumina. Si la
Iglesia y cada cristiano hacen caso omiso de esa palabra indicadora, entonces
nuestro quehacer se vuelve inútil, infructífero. ¿Qué debemos hacer? Abrir
nuestros oídos permanentemente a la Palabra de Jesús. Él es el Maestro. Toda la
Iglesia y todos los católicos debemos estar estudiando cotidianamente los
santos evangelios, para no desviarnos en realizar una obra que sea de nosotros,
un proyecto humano o mundano. ¿De qué sirve que nosotros hagamos nuestro propio
trabajo si la obra es de Dios? Y resulta que así lo hemos hecho continuamente, ¡por
siglos! Hacemos una Iglesia de acuerdo a nosotros mismos, a nuestra medida. El
católico hace su vida de acuerdo a sí mismo, a lo que le dicta su corazón, o
sus ganas, o a según se lo va llevando la corriente del mundo.
Una vez que lo reconocemos y nos
dejamos llevar por su Palabra, él nos invita a sentarnos a su mesa en una
comunión eucarística, no importando la materia para hacernos palpable su
presencia, ya sea pan y vino, o pan y pescado para compartir.
No sólo hemos de leer los santos
evangelios diariamente, sino entrar en sintonía con Jesús mediante esa relación
que él fomentó en nosotros, el amor. La pregunta que le dirigió a Pedro, ‘¿me
amas?’, se la ha de dirigir todo cristiano a sí mismo, y no una vez, ni tres,
sino infinidad de veces: ¿Amas a Jesús? ¿O eres un católico de nombre? ¿Eres un
católico por costumbre? Ésta es tristemente nuestra realidad. La inmensa
mayoría de nuestros católicos no tienen esa relación de amor con Jesucristo. Sí
se acuerdan de él de vez en cuando, pero muy devocionalmente, quizá con una
persignada, o un rezo, o en el mejor de los casos asistiendo a alguna misa allá
y cada cuando.
No debe ser así. Si eres cristiano es
porque amas a Jesús apasionadamente. Y si lo amas apasionadamente, entonces serás
un seguidor suyo, estarás colaborando activamente en su obra de la salvación de
esta humanidad.