¿HAY ALGO MÁS IMPORTANTE QUE EL MANDAMIENTO NUEVO DE JESÚS?
5º
domingo de pascua. 19 mayo 2019
Juan 13,31-35.
Carlos
Pérez B., Pbro.
La
noche anterior a su muerte, Jesucristo se sentó a cenar por última vez con sus
discípulos. Cada evangelista tiene su propia versión de lo que sucedió en esa
noche santa. Ahora nosotros volvemos sobre esa cena ya con una mirada pascual.
Ahora nos sentamos a la mesa de Jesús con el espíritu del Resucitado. Y así lo
hacemos cada domingo, de manera especial. En esta cena rememoramos la vida
mortal de Jesús, sus enseñanzas, sus parábolas, sus milagros, sus encuentros
con las personas y las multitudes, porque el Jesús que se entrega totalmente en
su vida mortal es el mismo que ha resucitado, y su memoria permanece viva, y su
persona continúa viva, actuante, salvadora entre nosotros y para todo el mundo.
Después
de lavarles los pies a los apóstoles, una vez que Judas salió de la última
cena, Jesús nos dejó este bello mandamiento del amor. Es como el testamento de
un moribundo. Este encargo, ya para morir, no es una cuestión secundaria. Nadie
que sabe que su muerte está cerca se preocupa de las cosas que no tienen
importancia sino de aquello único que en realidad importa. Y lo que importa en
la vida del cristiano, en la vida de la comunidad cristiana, en la vida de la
Iglesia toda es el amor. Jesucristo, ya para morir, no nos dejó un ritual para
celebrar (especialmente en la versión de san Juan, que ni siquiera menciona la
fracción del pan), no nos dejó un devocionario, ni un código moral o legal, ni
una corriente teológica. ¿No es esto lo que le preocupa más a la jerarquía de
nuestra Iglesia y a la inmensa mayoría de los católicos?
Desglosemos
las palabras de Jesús: "les doy un
mandamiento nuevo”. ¡Ojo! Ya no son los diez mandamientos de la ley de
Moisés, ni mucho menos los setecientos y fracción de prescripciones del
Pentateuco. Es un solo mandamiento (y lo repetirá como insistencia en el cap.
15). En los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) se nos habla del
mandamiento más importante de la ley: el amor a Dios y al prójimo. Es otra
versión, y desde luego muy válida. La que recoge la comunidad de San Juan es la
que hemos escuchado ahora.
"Que se amen lo unos a los
otros”. Es posible que a muchos en este mundo moderno
se les haga muy romántico este mandamiento. Porque ya vivimos en una cultura
muy reseca, dada a la indiferencia, utilitarista, más inclinada a los intereses
personales, generalmente materialistas o monetaristas. Ya no es el amor sino la
sexualidad. Y muchos, para evadir culpabilidad, le llaman amor. Pero se trata
de un ‘amor’ egoísta, el amor a uno mismo (te amo en la medida que me reportas
placer). Por eso no se ama a los que no pueden corresponder, como lo denunciaba
Jesucristo en Lucas 14,13, en una cena en casa de un fariseo. Y este ‘amor’
egoísta el mundo lo pregona por medio de sus canciones, películas, telenovelas,
comerciales, etc.
Para
no dejarnos en la falsedad, en la ilusión vana, Jesucristo nos da la medida y
la forma del amor verdadero: "como yo los
he amado”. ¡Qué medida tan grande nos deja! ¿Cómo es el amor de Jesús?
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Es gratuito, es un amor por los pobres, los enfermos, los marginados, los
impuros, pecadores, etc. Los que no pueden dar nada a cambio.
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Es un amor total, hasta dar la vida en una cruz.
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Es el amor del que se entrega a sí mismo y no el que te exige que te entregues
tú y le rindas culto.
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Es un amor que salva, que busca la conversión, que no deja igual a las personas
porque las saca del pecado.
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Es un amor que libera de todas las esclavitudes, internas y externas.
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Es una amor que hace crecer y hace persona al amado o amada.
Nunca
habremos de desanimarnos porque veamos demasiado grande este amor de Jesús.
Contemplar este amor de Jesús tan grande y verdadero es una fuerza para
nosotros, un impulso que nos lleva a crecer en el amor. Le podemos suplicar
insistentemente que nos conceda la gracia de amar como él nos ama a nosotros y
a todo el mundo.
Finalmente
Jesús sella su mandamiento con esta sentencia: "por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”.
No nos va a reconocer este mundo como cristianos porque celebramos muy
solemnemente nuestras misas, o por nuestras vestiduras litúrgicas o clericales,
o por nuestros rezos, o por nuestra ideología o teología, sino porque nos
amamos entre nosotros como verdaderos hermanos y porque así sabemos amar a
todos aquellos por quienes Jesucristo dio su vida en la cruz.