EL QUE AMA A JESÚS, VIVE SU EVANGELIO
6º
domingo de pascua. 26 mayo 2019
Hechos 15, Apocalipsis 21 y Juan 14,23-29.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Quiero
mencionar, aunque sea de pasada, con la finalidad de que en casa cada quien se
detenga en estos pasajes, que la comunidad de los discípulos, es decir, la
iglesia naciente, vivió conflictos en su interior que ellos superaron gracias a
que supieron discutir abiertamente las convicciones de fe que tenían unos y
otros, y sobre todo porque supieron abrirse a la luz y a los impulsos del
Espíritu Santo. ¿Debían los cristianos provenientes de la gentilidad someterse
a la ley de Moisés? Claro que no, lo de Jesucristo era salvación por gracia no
por méritos personales. El Espíritu Santo ya se había adelantado a la comunidad
moviendo a la fe a los paganos, como lo comprobó Pedro en casa de Cornelio
(Hechos 10), y también como lo comprobaron Pablo y Bernabé en su primer viaje
misionero (Hechos 13 y 14). Así nosotros en la Iglesia actual, en nuestros
grupos, en la parroquia, en la diócesis, hasta en las cuestiones sociales y
políticas, hemos de saber discutir y defender nuestras convicciones de fe con
docilidad al Santo Espíritu de Dios, especialmente hemos de aprender a
distinguir la obra que el Espíritu Santo está realizando en las personas antes
de que nosotros lleguemos.
El
Apocalipsis nos ofrece una bella imagen de la Iglesia del futuro, una comunidad
sin templo pero viviendo la presencia, la luz y la fuerza de Dios. Ésta es la
Iglesia que el Espíritu va edificando en nuestro mundo. Recordemos que Jesús nos
dejó dicho en el evangelio según san Juan: "destruyan
este templo y yo lo levantaré en tres días” (Juan 2,19).
En
el evangelio continuamos volviendo sobre aquel momento tan dramático como
dichoso cuando Jesús se sentó con nosotros a cenar por última vez. No volvemos
a esta cena para acordarnos melancólicamente a un ser querido, sino para
revivir las enseñanzas y los momentos del que está verdaderamente vivo y
actuante salvadoramente entre nosotros. Entre las variadas enseñanzas que
recibimos en esa última cena, Jesús nos recuerda hoy que nuestra relación con
él es una relación de amor. Ya el domingo pasado retomábamos su mandamiento
nuevo del amor de unos para con otros. Nuestro catolicismo no es una
religiosidad de prácticas devotas. El ejercicio de nuestra fe consiste en amar
a Jesús. Si amas a Jesús eres cristiano, si no, nada.
Pero
como somos muy dados a vivir de fantasías o palabras alejadas de la realidad,
es decir, de conformarnos con un amor de puro pensamiento, intimista,
Jesucristo nos aclara quiénes son los que verdaderamente lo aman y quiénes son
los que se quedan en el aire. Quien cumple su palabra ése es quien lo ama. No
nos engañemos. Y llevemos esta enseñanza a todos nuestros católicos. ¿Cuál es la
palabra de Jesús? Todas sus enseñanzas evangélicas: palabras, discursos,
parábolas, milagros, encuentros con las multitudes y con individuos, con sus
adversarios, con las gentes del poder; toda su persona, todo su evangelio es su
‘Palabra’. Nosotros debemos estudiar los santos evangelios constantemente, con
disciplina, con amor-cariño, con obediencia, con discernimiento, creatividad,
pero hemos de estar abiertos al Espíritu Santo como lo dice Jesús y lo acabamos
de escuchar: "El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, se
lo enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho” (Juan 14,26). El Espíritu hace su trabajo en nosotros, en cada cristiano, en cada
grupo, en toda la Iglesia, en todo nuestro mundo. El Espíritu Santo nos
recuerda todas las enseñanzas de Jesús iluminando nuestra mente con nuevas
luces, fortaleciendo nuestro corazón. No seamos falsamente pretensiosos
atribuyéndole al Espíritu cosas que no están en sintonía con los santos
evangelios. El Espíritu Santo nos ilumina para que podamos entender cada vez
con más profundidad y actualidad lo que Jesús nos ha enseñado, y sobre todo para
mover con su fortaleza nuestra débil voluntad, y mover los corazones de los seres humanos.