SI SE VA JESÚS, QUE NOS MANDE A SU ESPÍRITU
La
ascensión del Señor. 2 junio 2019
Lucas 24,46-53.
Carlos
Pérez B., Pbro.
El Hijo de Dios asumió un cuerpo como el nuestro en su
totalidad, menos en el pecado. Sólo dos momentos de su vida son diferentes a los
nuestros: el principio y el final. Se encarnó por el poder del Espíritu Santo y
su cuerpo, después de su muerte no volvió al polvo como es el destino de todos nosotros, a la espera de la resurrección de la carne. Una vez que transcurrieron los treinta y tantos años que pasó Jesús en
ese Cuerpo bendito y maravilloso, una vez que murió y resucitó, ¿se iba a
quedar sempiternamente así en este mundo? Desde luego que no fueron esos los
planes del Padre eterno. A nosotros nos hubiera gustado mucho que no se
retirara corporalmente de este suelo. Pero si esos eran los planes de Dios,
pues estamos tan felices como los discípulos, tal como los presenta san Lucas en su
evangelio y en el libro de los Hechos (ambos libros bíblicos se atribuyen a san
Lucas).
A los cuarenta
días de haber celebrado la resurrección de Jesús, siguiendo el calendario de
san Lucas, la Iglesia celebra este año el jueves 30 de mayo la fiesta de su
ascensión a los cielos. En México los obispos han pasado esta fiesta al domingo
para dar oportunidad a los católicos de que la celebren en la Misa. (Qué de
desear sería que el 100% lo hiciéramos con ese amor que decimos tener por
Jesucristo).
Los
evangelistas san Mateo y san Juan no nos hablan de una ascensión física a los
cielos de Jesucristo en ese cuerpo sacrificado y resucitado por la salvación
del mundo. Ellos nos hablan de su presencia permanente entre nosotros. ¿De qué
manera? Pues lo dejan en el misterio. ¿Qué pasó con el Cuerpo de Jesús? Ése es
el misterio. Nuestra fe nos dice que, si efectivamente resucitó, pues no volvió
a la nada o al polvo de los mortales. Dios no quiso dejarnos a su Hijo
corporalmente pero estamos seguros de que sigue presente entre nosotros, con
todo, con su compasión y misericordia que se hace sumamente clara y palpable en
los ninguneados de este mundo, como fue su vida en Galilea; él continúa perdonando,
levantando a los caídos, consolando a los sufrientes, iluminando con su
Espíritu a los que vivimos en las tinieblas de este mundo y de nosotros mismos,
enseñando con su santo Evangelio que nos ha dejado por medio de estos
maravillosos cuatro escritos a los que llamamos como tales, curando, sanando, brindando
la alegría de Dios a este mundo, sosteniendo nuestra esperanza en la
realización de su santo reino de paz, de justicia, de amor, de libertad.
San Lucas y el
segundo final de san Marcos hablan de ‘ascensión’. San Juan habla de volver al
Padre (ver Juan 13,3). San Mateo, por su parte, nos pone al
final de su evangelio estas palabras de Jesús: "he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”
(Mateo 28,20).
Sea como fuere, lo que celebramos hoy es que Jesucristo
cumplió cabalmente la voluntad del Padre en este mundo. Su obra de transformar
radicalmente este mundo sigue su marcha. Él inició este movimiento y él mismo
es su dinamismo (con la fuerza de su Santo Espíritu), pero a través de sus
seguidores. Haciendo un exceso de confianza, deposita su obra en nosotros sus
discípulos, los cristianos, que somos tan débiles, tan frágiles, tan carentes
de voluntad, tan dados a las desviaciones de sus caminos evangélicos: su
Iglesia y cada uno en lo personal. ¿Por qué el Padre decide hacer así las
cosas? Una obra tan grande nos da pavor que sea dejada en manos de los hombres.
Y pasan los siglos y nos damos cuenta de la facilidad con que tomamos nuestro
propio rumbo, al margen del camino de Jesús: nos volvemos una comunidad o
sociedad con mecanismos de poder, nos mimetizamos con el mundo, hacemos
nuestros sus criterios. Por eso, al tomar Jesucristo otra forma de presencia,
necesitamos sobremanera su Santo Espíritu. Sólo él nos puede hacer rectificar
nuestras desviaciones. Hay que decir que Ascensión y Pentecostés van
íntimamente unidos. Jesús no se puede ir sin dejarnos su Espíritu Divino, esa
fuerza de lo alto que nos recuerda constantemente todo lo que Jesús nos enseñó
y nos dejó en sus santos evangelios, como lo dejó dicho en la última cena: "Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, les
guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que
hablará lo que oiga, y les anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria,
porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes” (Juan 16,12-13).