EL DIOS QUE NOS HA REVELADO JESÚS
Santísima
Trinidad. 16 junio 2019
Proverbios
8,22-31; Romanos 5,1-5; Juan 16,12-15.
Carlos
Pérez B., Pbro.
¿En
qué Dios creemos? Es posible que muchísimos católicos jamás se hayan hecho esta
pregunta. No sé si sea el caso de algunos de nosotros. Es que los seres humanos
nos hacemos muy diversas ideas acerca de Dios. Desde la antigüedad los pueblos
y culturas han tenido ideas muy divergentes acerca de Dios: el dios de la
guerra, el dios de la lluvia, el dios del trueno, el dios del mar, el dios sol,
etc.
Las
religiones del extremo oriente no creen en un dios personal, que existe, que les
habla, con el que se pueden relacionar. No. Ellos viven una espiritualidad
profunda, seria, pero encuentran la iluminación en sí mismos, en su interior.
Los
musulmanes creen en Dios, como nosotros, que les dejó el Corán, su palabra, sus
enseñanzas transmitidas por medio del arcángel san Gabriel al profeta Mahoma.
No tenemos claridad si ellos creen en un dios violento o pacífico, en un dios
celoso de su religión o un dios tolerante con las otras religiosidades, porque
entre los musulmanes se da de todo.
Los
judíos creen, al igual que nosotros, en un Dios que se ha revelado, manifestado
a su pueblo, por medio de los patriarcas, de Moisés, de los profetas, que le ha
dejado a su pueblo su Palabra escrita en la Sagrada Escritura. Es el antiguo
testamento que nosotros tenemos en nuestra Biblia. Pero el antiguo testamento
es muy diverso en sus enseñanzas, en su manera de expresar la voluntad de Dios.
Hay pasajes en que Dios se manifiesta amante de la paz, pero hay otros en que
se muestra como un Dios vengador, conquistador, que envía a su pueblo a la
guerra. Hay pasajes que hacen aparecer a Dios como muy excluyente, y hay otros
que lo presentan todo lo contrario.
Los
cristianos tenemos el antiguo testamento como parte de nuestra sagrada
escritura, sin embargo, para nosotros la última palabra y la más autorizada, la
pronuncia Jesucristo nuestro Señor, muy por encima de la palabra de Moisés, de los
salmos o de los profetas (veamos Mateo 16,14, también 17,3). ¿Cuál es el Dios
que nos ha venido a revelar Jesucristo? Él se presenta a sí mismo, y de esto
dan testimonio sus discípulos y apóstoles, como el Hijo de Dios, eterno como el
Padre, y que ha tomado un cuerpo como el nuestro en el tiempo. Sí, aunque
parezca digno de no creerse: un artesano de Nazaret, un pobre galileo, uno que
no era gobernante, ni político, ni sacerdote ni profeta reconocido
oficialmente; un amigo de los pobres, de los pecadores, de los excluidos. Pero
este Hijo se acredita a sí mismo por sus obras, por su predicación, por su
entrega de la vida. ¿Creen ustedes en este Hijo de Dios? No necesitamos
vestirlo de glorias humanas, al contrario, porque le quitamos lo que él quiso
ser y sigue siendo entre nosotros: el Hijo de Dios que vive la bienaventuranza
en la pobreza, en la misericordia, en el darse a sí mismo por la salvación de
todos.
Este
Hijo nos revela que Dios no es solamente el Creador del universo, este universo
tan fantástico y tan inmenso que apenas estamos conociendo. La primera lectura
nos habla de esto con sus escasos conocimientos que tenían en aquel tiempo
sobre el universo. El maravilloso creador de todo lo que conocemos y
desconocemos es por encima de todo un Padre, un Padre que le habla a sus hijos,
que enseña por medio de su Hijo el camino de la verdad sobre el hombre-mujer, sobre
la creación, sobre el destino de ambos. Un Padre que ama a sus hijos y los
conduce con su Palabra escrita y con su Palabra encarnada, su Hijo. Y en este
día del padre que celebramos hoy, debemos tener en el corazón a Aquel de quien
proviene toda paternidad. Quienes son padres biológicos, y todos, que somos
hijos, debemos estar sumamente agradecidos por esta gracia que hemos recibido.
Es
el Hijo quien nos ha revelado, y así lo hemos escuchado en el evangelio, que
Dios es un Dios que permanece en nosotros, que nos ilumina, que nos fortalece,
que nos conduce a la verdad plena. Y que lo hace a su muy particular manera.
Cómo quisiéramos nosotros, como personas que no hemos madurado en nuestra
responsabilidad, que Dios fuera un Dios que nos hace todo, que le ponga remedio
inmediato a la delincuencia, al crimen, a los fenómenos naturales. Pero no.
Dios, por su santo Espíritu, tiene sus modos y sus tiempos. Esta maravillosa
creación, esta maravillosa humanidad sigue su curso y la acción del Espíritu
mueve todas las cosas sin que sepamos cómo. El Hijo nos enseña a dejarnos
conducir por él porque no hay otra manera de ponernos en sintonía con la
voluntad de Dios.