SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR
17º
domingo ordinario. 28 julio 2019
Lucas 11,1-13.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Contamos con dos versiones de esta oración tan
hermosa que nos ha enseñado Jesús: el ‘Padre Nuestro’ en san Mateo y la oración
al Padre en san Lucas. La oración que nosotros recitamos es la de san Mateo. La
oración al Padre en san Lucas es más breve, por eso también es muy valiosa.
Podríamos usar cualquiera de las dos en nuestras oraciones pero lo mejor es
entrar en su espíritu, el espíritu orante de nuestro Señor. Hay otras oraciones
al Padre en los santos evangelios que también podríamos recitar o tomar como
modelos: la exclamación de Jesús al contemplar a los pobres frente a sí: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de
la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las
has revelado a pequeños” (Mateo 11,25 y Lucas 10,21); o aquella otra
oración más larga de la última cena: "Padre,
ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti…”
(Juan 17,1). O por qué no recordar también las palabras de Jesús en la cruz: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu" (Lucas 23,46).
Hay autores y hay comunidades que han elaborado
diversos ‘Padres nuestros’ siguiendo el esquema que nos da nuestro Señor, como
éste:
"Padre de todas las caricias… Mamá, Papá de todos los vivientes, sabemos
que tú estás muy dentro de nosotros y nosotras… Sabemos que si compartimos nuestro pan de cada día habrá
suficiente para todos y sobrará… Tú
siempre nos perdonas hagamos lo que hagamos, antes de pedirte perdón.
Somos nosotros los que no perdonamos…”
Tanto en Mateo 6 como en Lucas 11, Jesucristo nos
ofrece más instrucciones acerca de la oración, porque la vida del cristiano no
se puede entender sin una auténtica oración. Hay que distinguir que no es lo
mismo rezar que orar. Lo mejor es ponerse en la presencia del Padre, con
agradecimiento, con alabanza, con súplica, con escucha de su Palabra. El
católico que lee diariamente los santos evangelios, hará que en su oración
resuenen las palabras de Jesús que con la ayuda del Espíritu Santo lo van
iluminando y conduciendo en su vida.
¡Es tan fácil orar! ¿Es cierto? Hay que dejar que la
alabanza salga de nuestro corazón a cada momento. Hay que educar el corazón
para bendecir a Dios: desde que amanecemos: por la vida, por nuestros seres
queridos, por la comida (¿bendicen a Dios en cada comida?), por el agua, por
este mundo tan hermoso y tan lleno de vida, por la maravilla de ser seres
humanos, por la alegría, por el amor que Dios ha depositado en nuestros
corazones, por los sacramentos, porque Jesucristo nos ha revelado que el
Creador es nuestro Padre, por el don del Espíritu Santo, por la Palabra de
Dios, porque Jesucristo vino a este mundo y nos dejó este Evangelio tan extraordinario, la buena noticia para los pobres.
Podríamos vivir la oración a lo largo del día y todos los días. Hoy Jesús nos
enseña que nuestra oración debe ser constante, persistente, empeñosa.
Pero, claro, nosotros acogemos estas instrucciones
de pedir, de buscar, de tocar, y las ponemos en práctica sólo pidiendo
mentalmente. Pero debemos entender con más integralidad la enseñanza de Jesús.
Si pides, busca; si pides, pon tu corazón y todo tu ser en lo que pides; si
pides, debes estar dispuesto a pagar las consecuencias, porque Dios da pero al
mismo tiempo te compromete; si pides, debes ponerte en sintonía con la voluntad
de Dios, porque Dios sabe mejor que tú lo que necesitas, lo que más te hace
falta a ti, y lo que le hace falta a este mundo para
salvarse.
Jesucristo
nos enseña a pedir el Espíritu Santo. Nosotros pedimos trabajo, solución a
nuestros problemas, el pan de cada día, la salud, el bienestar y la seguridad
de los hijos y demás seres queridos, la lluvia, la paz… pero ¿le pedimos a Dios
su santo Espíritu? Es lo que más nos hace falta. Porque si nos falta pan, si
estamos pasando por alguna situación negativa, si es tiempo de sequía, etc.,
con la fuerza del Espíritu Santo nos sostenemos en cualquier adversidad. Más
aún, con la luz y la fuerza del Espíritu podremos llevar adelante el plan de la
transformación de raíz de nuestro mundo, que es lo que Dios quiere para todos.
Si
queremos aprender a orar, sigamos las páginas de los santos evangelios y ahí
contemplaremos a un auténtico hombre de oración.