NO UNA PAZ FALSA
20º
domingo ordinario. 18 agosto 2019
Lucas 12,49-53.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Por
esto que escuchamos en el evangelio de hoy es por lo que se nos hace tan
necesario que todos los cristianos, incluso todos los seres humanos, seamos
lectores asiduos de los santos evangelios. Jesucristo se presta y se ha
prestado por siglos para ser maleabilizado, es decir, para ser modificado al
gusto de cada quien. Hay quienes lo presentan como un sacerdote dedicado a sus
misas, hay otros que lo presentan como un hippie pacifista, otros como un
jerarca todopoderoso, otros como un curandero bonachón que no quebraba ni un
plato, etc.
Todos
debemos ser estudiosos de Jesucristo en los santos evangelios para llegar a
conocerlo poco a poco, tal como él es, tal como él quiere ser conocido por
todos, tal como él quiere ser buena noticia de salvación para todo nuestro
mundo.
Hoy
nos pregunta: "¿Piensan acaso que he
venido a traer paz a la tierra?” Contestemos en nuestro interior esta
pregunta… Yo me atrevo a responder que sí, que sí creo que ha venido a traer
paz a la tierra. Pero él nos dice que no. Y yo le pregunto ¿a qué te refieres?
Porque los ángeles, en tu nacimiento, cantaron "gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz…” Y aún antes de
nacer, Zacarías el sacerdote profetizó de ti que esa luz de lo alto guiaría nuestros pasos por el camino de la paz. Es cierto
que el anciano Simeón, también con boca profética y con la fuerza del Espíritu
Santo nos comunicó, en las personas de María y José, que tú serías "puesto para caída y elevación de muchos en
Israel, y para ser señal de contradicción - ¡y a ti misma una espada te atravesará
el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos
corazones”.
Y si le sigo rascando al santo Evangelio, me daré
cuenta que el misterio de la persona de Jesucristo no podrá ser encasillado en
nuestras limitadas categorías humanas, que no lo puede hacer cada quien a su
gusto. Yo sé que tengo que responder a esta pregunta conociendo integralmente
los cuatro evangelios. Y me contesto a mí mismo: Jesucristo no vino a traer la
paz así como la entiende, la predica, la vive y la impone nuestro mundo.
Nosotros sí creemos en la paz de Dios, y ésa es la que vino a traer Jesucristo
a la tierra, la paz profunda, la paz verdadera. Pero Jesucristo, en su
enseñanza, está tomando distancia de los procederes humanos.
Jesucristo no es parte de la pasividad en que
caemos los desanimados; Jesucristo no es parte de la pacificación y
acallamiento de las protestas populares; Jesucristo no es partidario de la paz
de los poderosos; Jesucristo no es proclive a la inmovilidad de los
conservadores. Como él mismo lo dice, ha venido a traer fuego a la tierra.
Algunos entienden que este fuego se refiere al Espíritu Santo. Podemos decir
que sí, si reconocemos que las inevitables divisiones salen a flote también por
la acción del Espíritu Santo. Nosotros extendemos esta enseñanza a todas las
instancias, a la familia, a la sociedad, a la Iglesia. La paz y la armonía
superficiales, esas que dejan las cosas tal cual, esas que ocultan los
problemas y los quisieran soterrados pero haciendo daño, esas no son la obra de
Jesús.
Debemos afrontar las cosas, debemos enfrentar los
conflictos con entereza cristiana, sin falsos respetos humanos. Jesucristo
murió crucificado, y esa manera violenta de culminar su ministerio es la
salvación de nuestro mundo. Jesucristo vivió numerosos enfrentamientos y
conflictos con los líderes religiosos de aquel tiempo y hasta tensiones con el
mismo pueblo y con sus discípulos. No se dejaba llevar por una falsa dulzura.
Vino a revelar el amor del Padre por los pecadores y para ello llamaba a todos
enérgicamente a la conversión.
Él decía, sin pisarse la lengua: "¡Ay de
ustedes, los fariseos, que aman el primer asiento en las sinagogas y que se les salude en las plazas!” (Lucas
11,43). A los sumos sacerdotes les llegó a decir que los publicanos y las
prostitutas les llevaban la delantera en el camino del reino (vean Mateo 21,31).
¿Y apoco la Iglesia no vivió momentos de tensión en
su vida interna y no se diga en su vida en relación con el mundo? Recordemos
las quejas de los cristianos provenientes de la gentilidad por la atención a
las viudas (Hechos 6). Los reclamos de la comunidad porque Pedro fue a casa de
incircuncisos a compartir la mesa con ellos (Hechos 11). O aquel tan
multimencionado encontronazo entre la iglesia de Jerusalén y la iglesia de
Antioquía (Hechos 15). Sólo por la docilidad a los impulsos del Espíritu pudo
salir adelante nuestra Iglesia. Por eso no debemos escandalizarnos porque haya
conflictos y divisiones a nuestro interior y a nuestro exterior. Es cristiano
que los abordemos con toda seriedad evangélica.
En San Mateo leemos que Jesucristo nos dice: "el Reino de los Cielos sufre violencia, y
los violentos lo arrebatan” (Mateo 11,12). Y en San Juan, Jesucristo nos
dice: "Les dejo la paz, mi paz les doy;
no se la doy como la da el mundo” (Juan 14,27).