SON CRISTIANOS LOS QUE LUCHAN
21º
domingo ordinario. 25 agosto 2019
Lucas 13,22-30.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Seguramente esta pregunta que le lanzó una persona
en el camino a Jesucristo, nos la hemos hecho también nosotros en varias
ocasiones. Como ya somos lectores asiduos de los santos evangelios, quiero
imaginarme que infinidad de veces habrán pasado ustedes por aquí: ¿es verdad que son pocos los que se salvan?
La pregunta lleva en su redacción su propia intencionalidad. Este hombre podía
haber preguntado al revés: ¿es verdad que son muchos los que se salvan? O
también ¿es cierto que nadie se va a salvar, o que todos nos vamos a salvar?
Volvámonos también nosotros a hacer la pregunta que
siempre debe estar presente en nuestra espiritualidad. ¿Qué nos respondemos a
nosotros mismos? ¿Te has detenido a pensar en tu propia salvación? ¿Este mundo
tendrá salvación o a como van las cosas, estará destinado a la completa
destrucción? Preguntarnos por la salvación es algo crucial, importantísimo.
Desde luego que más importante es la respuesta de Jesús. Jesucristo no responde
directamente a esta pregunta, no dice si son pocos o muchos, pero su enseñanza
es una mejor respuesta a nuestra inquietud.
Hace años o algunas décadas, nuestra mentalidad
religiosa y estrecha nos empujaba a pensar que salvarse era cosa muy difícil,
que ni siquiera debíamos permitirnos tener malos pensamientos, que somos
demasiado débiles para mantenernos en la gracia de Dios; un solo pecado mortal,
cometido en el peor momento, antes de morir, era capaz de mandarnos al infierno
con to’oy huaraches.
En cambio, hoy día, como las predicaciones son más
benévolas, como ponen más el acento no en el castigo sino en la misericordia de
Dios, pues parece como que nuestra gente piensa que se puede vivir como se
quiera, que al cabo Dios es tan bueno que nos va a tener que perdonar hagamos
lo que hagamos, vivamos como vivamos, casi parafraseando a San Pablo: "comamos y bebamos que mañana moriremos”
(1 Corintios 15,32).
La respuesta de Jesucristo nos hace poner los pies
en el proyecto de Dios más que en una conciencia purista o laxa. ¿Cómo quiere
él que vivamos los cristianos el hoy y aquí? Nos enseña: "esfuércense por entrar por la puerta que es angosta”. Si antes
pensábamos que debíamos vivir una vida de rezos, de penitencias, de encierro,
etc., como la manera adecuada de ser cristianos, ahora, poniendo nuestra mirada
en la manera cómo él vivió su vida humana (sin dejar de ser el Hijo de Dios),
sabemos cómo debemos vivir nosotros. Nuestro Señor, siendo el Hijo de Dios, no
vino a este mundo a pasársela de lo lindo, sin preocuparse por nadie más que de
sí mismo, no vino a hacer dinero, a hacer carrera eclesiástica o civil, no vino
a cosechar aplausos, honores, reconocimientos. Tampoco vino nuestro Señor a
vivir dedicado a los rezos y a los actos de culto. Definitivamente no. ¿Cómo
vivió Jesucristo su vida? Dedicó toda su persona a levantar a los caídos, a
sanar a los enfermos, a invitar a la conversión a los pecadores haciéndoles
llegar la misericordia del Padre, fue (y sigue siendo) la buena noticia para
los pobres; vivió en una entrega permanente a la salvación de la humanidad, que
ésa es la voluntad del Padre.
No busquemos hacer méritos como para que Dios se
sienta obligado a pagarnos con el paraíso celestial reservado para los que se
portan bien. No. Esforcémonos por vivir la vida como él la vivió.
Si queremos unirnos a la voluntad de Dios que se
empeña por hacer un mundo nuevo, echémosle todas las ganas a ese proyecto y no
vivamos nuestra vida de manera mundana; no desperdiciemos los poquitos años que
tenemos de vida en otras cosas sino en hacer realidad el Reino de Dios.
En enero de 2017 nos decía el Papa Francisco:
Los cristianos perezosos, los
cristianos que no tienen ganas de ir adelante, los cristianos que no luchan
para hacer que las cosas cambien, las cosas nuevas, las cosas que nos harían
bien a todos, si estas cosas cambiaran. Son perezosos, los cristianos
aparcados: han encontrado en la Iglesia un lindo estacionamiento. Y cuando digo
cristianos, digo laicos, sacerdotes, obispos... Todos. ¡Y hay cristianos
estacionados! Para ellos la Iglesia es un estacionamiento que custodia su vida
y van adelante con todos los seguros posibles.