SEAMOS HUMILDES COMO JESÚS
22º
domingo ordinario. 1 septiembre 2019
Eclesiástico
3,19-21.30-31; Lucas 14,1.7-14
Carlos
Pérez B., Pbro.
Todos los
cristianos hemos de abrir nuestro corazón a las enseñanzas de nuestro Maestro
leyendo, estudiando constantemente los santos evangelios. Trabajemos porque
todos los católicos lo hagan.
Hoy precisamente vemos a Jesús enseñando, pero
además enseñando a los judíos más estrictos en el cumplimiento de su religión. No
sólo estamos atentos a sus palabras tan llenas de sabiduría, sino también a lo
que él hace. Nos dice el evangelista que los fariseos lo estaban espiando. Y
nuestro Señor no se quedaba atrás, también él miraba cómo los invitados
escogían los primeros lugares en la comida. Como fruto de esa mirada profunda
saca esta enseñanza para nosotros. No sólo en las comidas sino en todas las
cosas de la vida, no te coloques en el primer lugar. Esta enseñanza no embona
bien con la mentalidad del mundo, de esta sociedad que nos empuja a subir y
subir por encima de los demás. Humanamente todos queremos ser más, aspiramos a
los primeros puestos y lugares en nuestros ambientes, nadie se quiere quedar
atrás. Pero en él tenemos nuestro mejor ejemplo y motivación: vino a este mundo
y se colocó en un pesebre; no pretendió ser un escriba ni mucho menos un
sacerdote. Y para no dejar duda, murió crucificado como un delincuente.
La enseñanza de nuestro Maestro es
contundente: colócate en el último lugar y así te verás honrado. Hazlo así en
todos lados: sé humilde. Conviene que reforcemos la enseñanza del Maestro con
lo que escuchamos en la primera lectura: "Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te amarán más que al
hombre dadivoso. Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas y hallarás
gracia ante el Señor”. No nos dejemos arrastrar ni convencer por los
mecanismos de nuestro mundo. Tomémonos en serio las palabras de Jesús. Los
cristianos hemos de distinguirnos, aún a riesgo de pasar vergüenza, por nuestra
humildad. Y los sacerdotes y los obispos debemos ser los primeros en dar
ejemplo ante los fieles laicos.
Continuando
con esta enseñanza, nos dice nuestro Maestro quiénes han de ser nuestros
invitados a nuestras fiestas y banquetes. Cada uno de nosotros hemos de
repasar: ¿A quiénes invité o voy a invitar al cumplir 15 años, al casarme por
la Iglesia, en mi graduación, en algún otro cumpleaños, en el aniversario de mi
ordenación, etc.? Todo mundo invita a sus allegados, a sus parientes y amistades
que tienen la manera de invitarlos ellos a su vez.
Hay
que reconocer que las cosas que nos enseña Jesús no son fáciles de poner en
práctica por causa de nuestras costumbres familiares y sociales. Yo recuerdo, y
también lo celebro, a una que otra pareja, en una parroquia rural, que se
dieron el lujo de hacer un convivio sencillo cuando se casaron, y que ellos
mismos se pusieron a servir, en algunos momentos, a los invitados. ¡Qué
imágenes tan bellas se me han grabado en el corazón! Pero no deben ser casos de
excepción en nuestra Iglesia, sino lo ordinario. Esto no se dará mientras
sigamos promoviendo una Iglesia de eventos socio-religiosos en vez de acontecimientos
y celebraciones evangélicas.
En
todo caso, debemos decir y vivir con profunda convicción que la Iglesia a la
que nos ha convocado el Hijo de Dios es una fiesta de salvación en la que los
pobres, los que viven al margen de la sociedad, los pequeños son nuestros ilustres
invitados. Si las cosas no son así, entonces no somos la Iglesia de Jesucristo.