SALIR A BUSCAR LO QUE ESTÁ PERDIDO
24º
domingo ordinario. 15 septiembre 2019
Lucas 15,1-32.
Carlos
Pérez B., Pbro.
En este mes de la Biblia quiero insistir a todos los
obispos, sacerdotes y servidores laicos de la Iglesia que promovamos la lectura
diaria de los santos evangelios entre todos nuestros católicos. Que así como se
acostumbraron a rezar alguna oración por la mañana o por la noche, de mejor
manera se acostumbren a dedicar unos cinco o diez minutos diarios a repasar
páginas de esos escritos que nos hacen encontrarnos con Jesucristo como nuestro
Maestro. Un católico que no lee los evangelios es un católico que se está
perdiendo la oportunidad de ser enseñado personalmente por Jesús. ¡Cómo puede
ser posible desaprovechar tamaña oportunidad con algo tan sencillo como leer
una página o varias! Qué distinta sería nuestra Iglesia
si todos nuestros católicos fueran lectores asiduos de los santos evangelios.
Cuántas cosas nos estaría enseñando Jesús sobre la vida, sobre la verdadera
felicidad, sobre la salvación, el amor de Dios, su misericordia, sobre la
creación, el ser humano, etc.
Así
es que el verdadero creyente es aquel que escucha la Palabra de Dios y la vive
con discernimiento y con toda obediencia. No se vale solamente creer, como un mero acto mental, que Dios
existe. El verdadero creyente es aquel que cree en lo
que Dios nos revela, en las santas Escrituras, especialmente lo que nos revela por
medio de su Hijo Jesucristo, Palabra del Padre hecha carne. Por eso los
católicos alimentamos nuestro espíritu estudiando los santos evangelios cada
día, para vivir de acuerdo o en sintonía con esa Palabra. A partir de los
santos evangelios es que vamos conociendo toda la Biblia.
Así
nos acercamos hoy al Maestro que tiene para nosotros una revelación fantástica.
Nos ofrece tres parábolas para describirnos la alegría que siente Dios Padre
cuando un pecador se arrepiente y vuelve a él. Es que se acercaban a él los
publicanos y los pecadores y él los acogía. Lo que hacía Jesús es lo que hace
todo mundo cuando algo se le pierde y lo recupera. ¿Qué hace uno cuando se le
pierde la cartera, el celular, el auto, no se diga un hijo? Cualquiera se pone
a buscarlo. Y cuando uno encuentra lo que anda buscando ¿a poco no se pone
contento? Para entrar en el corazón de Jesucristo, recuerden, hagan memoria de
alguna ocasión en que ha perdido algo muy valioso y que luego hayan recuperado.
Pues resulta que los escribas y los fariseos, gente muy religiosa, criticaban a
Jesús por acoger a los pecadores. ¿Tan petrificados estaban en su religiosidad
que no eran capaces de alegrarse por el retorno a Dios de esas gentes?
Nuestro
Señor, en cambio, no se encerraba en un ambiente religioso y de piedad como
hacían los líderes religiosos de aquel tiempo y del nuestro también. Él era amigo
de los que menos se acercaban al templo, para hacerles llegar el amor y la
misericordia de Dios, su llamado a una vida distinta.
Jesucristo
pues nos hace varios llamados a cada uno de nosotros:
Si
tenemos conciencia de ser pecadores, acerquémonos a él, al Jesucristo de los
santos evangelios, él tiene para nosotros palabras y actitudes de acogida, él
es la buena noticia para los pobres y los pecadores, Jesús nos hace llegar el
amor de Dios, nos revela la gratuidad con que Dios está llamando a todos los
seres humanos.
Pero
si vivimos en la idea de que no somos tan pecadores como los demás, Jesucristo nos
llama a entrar en el amor de Dios, en el gozo de este Padre maravilloso que
espera la conversión de todos sus hijos. Pero no pensemos esto en el aire, como
un pensamiento piadoso. Pensemos y vivamos nuestra relación con las personas
que andan en la delincuencia, en el crimen, en la corrupción, en los clérigos
pederastas, etc. Lo socialmente espontáneo es pedir la condena de todos ellos. Jesucristo
no es parte de este movimiento social que se erige en juez. Con Jesús seamos
una invitación permanente a la conversión de ellos y nosotros. Nuestro motor no
es el odio, la venganza o el castigo sino la misericordia que convierte.
Y
también Jesús nos llama a ser un tipo de Iglesia que es en la que el Papa Francisco
tanto nos insiste, una Iglesia en salida, no una Iglesia enferma por estar
encerrada sino una Iglesia accidentada por andar en la calle, en los ambientes
de la mayoría de la gente.