LOS HIJOS DE ESTE MUNDO SON MÁS ASTUTOS…
25º
domingo ordinario. 22 septiembre 2019
Lucas 16,1-13.
Carlos
Pérez B., Pbro.
No se puede ser cristiano sin la escucha obediente y bien discernida,
eclesialmente, de la Palabra de Dios. En este mes de la Biblia y siempre hemos
de hacernos promotores de esta convicción. ¿En qué Dios creemos si no leemos la
Biblia? En un Dios mudo, en un Dios que no habla. Eso son los ídolos que han
tenido los pueblos a lo largo de la historia, ídolos que no le revelan a su
gente el camino de la salvación. Nuestro Dios es un Dios que habla, que se
manifiesta a sí mismo en su Hijo Jesucristo, Palabra hecha ser humano. En
Jesús, Dios nos revela su santa voluntad, sus caminos, sus proyectos, su
modalidad tan propia de salvar a esta humanidad. Así pues, hemos escuchado
varios pasajes de la Sagrada Escritura. Los comentarios que hacemos nos ayudan
a que esta Palabra llegue a nuestro corazón, a nuestra vida y a todo nuestro
entorno.
El
profeta Amós hace una denuncia muy fuerte, de parte de Dios, para las gentes
del poder de hace 2,700 años. Esta denuncia bien que viene a cimbrar también a
nuestra sociedad de estos tiempos modernos. Al parecer las cosas han cambiado
muy poco. ¿Qué dice el profeta? Repito lo que acabamos de escuchar en la
primera lectura: "Escuchen
esto los que buscan al pobre sólo para arruinarlo… Disminuyen las medidas,
aumentan los precios, alteran las balanzas, obligan a los pobres a venderse;
por un par de sandalias los compran y hasta venden el salvado como trigo”.
Con esta lectura la Iglesia nos prepara para
acoger el evangelio. Jesucristo, el Maestro que nos educa y nos forma como
verdaderos cristianos, nos cuenta una parábola en la que parece alabar a un
administrador corrupto. Pero si ponemos atención, vemos que no lo alaba por ser
corrupto, sino por astuto. Y el ejemplo para los creyentes es que la gente del
mundo es más astuta y de más iniciativa que los que le pertenecemos a Jesús.
Las gentes del mundo, los industriales, los comerciantes, el comercio informal,
etc., en sus cosas, son luchistas, anuncian sus mercancías, las adornan, ofrecen
ofertas, invierten dinero, trabajan hasta horas extras.
En cambio, los hijos de la luz somos muy
pasivos, aburridos, encerrados en nosotros mismos. ¿Cuáles son nuestros
negocios propios de creyentes? La evangelización, el proyecto de Dios llamado
Reino, la salvación de este mundo, la liberación de los pobres, el consuelo de
los afligidos, el perdón de los pecadores… Sin embargo, lo nuestro no es
atractivo. Cada día las nuevas generaciones se entusiasman menos por la
religión; las iglesias que se están quedando con las viejitas y unos cuantos viejitos
(algunos eventos sí congregan a los jóvenes) ¿Qué pasa? ¿Acaso Jesucristo ya no
es atrayente? ¿Acaso somos nosotros los que no sabemos ‘vender’ al Salvador del
mundo? Estamos seguros que Jesucristo es muchísimo más valioso que el dinero,
que las diversiones, las comodidades, los adelantos tecnológicos. No tenemos la
más mínima duda de que Jesucristo llena el corazón y toda la persona de los
seres humanos. Las cosas son entretenimientos de un momento, no llenan, no
satisfacen los anhelos más profundos de las personas. Pero no sabemos llegar al
corazón, no sabemos hacer vibrar las teclas más profundas que mueven a los
seres humanos.
Ciertamente no es un artículo comercial la
sentencia lapidaria que hoy nos ofrece Jesús: "no pueden ustedes
servir a Dios y al dinero”. Pero
para eso tenemos nosotros nuestras raíces hundidas en nuestra espiritualidad
evangélica para convencer a todo mundo que "la
raíz de todos los males es el afán del dinero”, como atinadísimamente nos
dice san Pablo (1 Timoteo 6,10), y de lo cual ningún ser humano debemos tener
la más mínima duda viendo el panorama que estamos viviendo en nuestro mundo.
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