JESÚS NOS EDUCA EN LA ORACIÓN PERSEVERANTE
29º
domingo ordinario. 20 octubre 2019
Lucas 18,1-8.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Primeramente quisiera leerles y comentarles la segunda
lectura, tomada de la segunda carta de San Pablo a Timoteo. Escuchamos en ella:
« Permanece firme en lo que has aprendido
y se te ha confiado, pues bien sabes de quiénes lo aprendiste y desde tu
infancia estás familiarizado con la Sagrada Escritura, la cual puede darte la
sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. Toda la
Sagrada Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para
reprender, para corregir y para educar en la virtud, a fin de que el hombre de
Dios sea perfecto y esté enteramente preparado para toda obra buena. En
presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de venir a juzgar a los vivos y a
los muertos, te pido encarecidamente, por su advenimiento y por su Reino, que
anuncies la palabra; insiste a tiempo y a destiempo; convence, reprende y
exhorta con toda paciencia y sabiduría. » Hasta aquí el pasaje bíblico: 2
Tim 3,14 – 4,2.
Así es que, en
esto debemos educar a todos nuestros católicos, en el estudio de la sagrada
Escritura, particularmente de los santos evangelios, desde niños. La pastoral
familiar de nuestras parroquias ha de poner el acento en esto. Hoy día los
obispos nos insisten en que la pastoral bíblica no es un accesorio de la
actividad de nuestra Iglesia, sino la animación bíblica de toda la acción
pastoral.
Y así, con
esta convicción acogemos domingo a domingo, y también en nuestro estudio
personal, la Palabra de Jesús, nuestro Maestro. Hoy nos ofrece una parábola
para motivarnos a la oración perseverante. Si sólo lo decimos así, cada quien
entenderá orar o rezar como acostumbra hacerlo. Habría que repasar lo que
comentábamos en pasajes anteriores del evangelio: Jesús nos enseña a orar, y
nos enseña porque él mismo vivía esta práctica o este espíritu tan propio de
nuestra vida cristiana.
No se trata
de rezar y rezar a cada rato. Ciertamente a las personas les hace bien rezar
mucho, en el sentido de recitar oraciones, ya sea aprendidas de memoria o
leídas en algún librito. Pero la práctica de Jesús no era esa. Jesús se
retiraba a los lugares solitarios para estar en oración prolongada. Los invito
a que en sus repasos cotidianos de los santos evangelios, los hagan en
ocasiones con esta clave: contemplar a Jesús en su oración. Lo más seguro es
que Jesús hiciera oración en silencio, en contemplación. ¿Sabemos que es esto?
Consiste simplemente en estar en la presencia de Dios, experimentar su gracia,
su gratuidad, su inmensidad, su misericordia, su amor por todos sus hijos, por
toda la creación; sentirlo en el aire que se respira, en la realidad que nos
rodea, en las personas, en los acontecimientos de la vida. Y por otro lado, en
ese silencio de parte de uno, hacer resonar su Palabra en nuestro interior.
Porque en la oración lo importante es que Dios hable y nosotros escuchemos. Él
conoce bien nuestras necesidades, nuestras angustias, nuestras circunstancias,
como también nuestros gozos y esperanzas. Para que esto segundo suceda, es muy
necesario tener el hábito de la lectura constante de la Sagrada Escritura,
particularmente de los santos evangelios. Una persona que no conoce la biblia,
que no la lee habitualmente ayudado de alguien, es una persona que se queda
vacía en su oración. En cambio, una persona estudiosa de la Palabra, con la
gracia del Espíritu Santo, la hace resonar en su corazón. Seguramente esto
hacía Jesús en su oración prolongada, porque él, además de conocer bien las
sagradas Escrituras, conocía sobretodo la santa voluntad del Padre, y en la
oración lo que hacía era entrar y entrar en esa santa voluntad, porque a eso
había venido este mundo, a cumplir su plan de salvación, y de la manera como el
Padre se lo iba indicando.
Ahora estamos
en el capítulo 18 de san Lucas, pero recordemos que en el capítulo 11 leíamos
que Jesús nos daba un esquema breve para encajar ahí nuestra oración, la
oración al Padre, una oración más breve que la que encontramos en el evangelio
según san Mateo. Jesucristo nos motiva a poner en nuestro corazón la principal
de nuestras súplicas: "venga tu reino”. Esa súplica nos ayuda a ponernos en sintonía
con la misión de Jesucristo. Él se presentó en Galilea proclamando: "El reino
de Dios está cerca, conviértanse y crean en el evangelio” (Marcos 1,15). No
sólo le pidamos a Dios Padre todas esas pequeñas cosas que nos hacen falta,
sino principalmente que venga su Reino. Ésta es la justicia que el juez de la
parábola, o mejor dicho, el Padre del cielo nos tiene que hacer a sus elegidos.
Y eso de que no nos hará esperar es bien cierto. La plenitud del Reino de Dios
es algo que no sabemos cuándo tendrá su cumplimiento, pero los elegidos de
Dios, los llamados por Jesús, que son todos los seres humanos, reciben la
gracia de entrar en esa nueva atmósfera espiritual y vital. El reino de Dios es
una bella realidad para nosotros los creyentes, como lo fue para Jesucristo, el
Hijo elegido. Esto es lo que le debemos pedir al Padre en nuestra oración
perseverante, que nos conceda vivir los valores de su reino ya desde ahora, con
intensidad, para el servicio de la conversión y la salvación de todo nuestro
mundo; es decir, la condición de hijos predilectos, la fraternidad, el
compartir, la paz interior que lucha por la exterior y para todos, su justicia,
la libertad, el don de uno mismo a la causa de Dios. Les garantizamos por
experiencia propia que Dios nos lo concede en su amado Hijo por su santo Espíritu.
Y, digámoslo en este domingo mundial de las misiones, esto que nosotros vivimos es lo que tenemos que llevar a todo nuestro mundo.