MIRARNOS A NOSOTROS MISMOS
30º
domingo ordinario. 27 octubre 2019
Lucas 18,9-14.
Carlos
Pérez B., Pbro.
Nuestro Maestro continúa
formándonos, formando nuestro interior, nuestro espíritu, como corresponde a su
calidad de Maestro. Nosotros somos sus discípulos y con ese corazón estudiamos
cada pasaje de los santos evangelios. Al leer los santos evangelios hagámoslo
siempre con esa disposición. Hoy nos forma en la oración y en la humildad. Ya desde
otros pasajes de este evangelio nos ha venido educando sobre la oración. En el
capítulo 11 le pedíamos junto con aquellos discípulos que nos enseñara a orar.
Y desde luego que él cumple con su tarea de Maestro. El domingo pasado nos
inculcaba con una parábola que debemos orar siempre, sin desfallecer. Y con
esta parábola del fariseo y el publicano continúa formándonos en la oración,
pero ahora el acento lo pone en nuestra disposición del corazón.
Esta parábola francamente nos
desconcierta, porque los fariseos eran gente muy religiosa, gente de oración, y
los publicanos, no. Estos estaban muy alejados de Dios, de la religión y de la
comunidad. Pero no es por su calidad de publicano por lo que nos lo propone de
modelo sino porque delante de Dios se reconoce tal como es, un pecador. La
verdad es que tanto el publicano como el fariseo lo son, porque la soberbia, la
presunción, el halago de sí mismo, el creerse mejor que los demás, todo eso es
en realidad un pecado. Así es que también el fariseo debería haber confesado: ‘apiádate
de mí, Señor, porque soy muy presumido, soy pedante, desprecio a los demás’.
Nosotros no pertenecemos a la
escuela de los fariseos sino a la escuela de Jesús. ¿Es cierto esto? No debemos
estar tan seguros, porque muchas veces como Iglesia católica, en tantas cosas,
nos recargamos más hacia el espíritu farisaico que hacia el espíritu de nuestro
Maestro. Muchas veces somos todo lo contrario. Nuestro Señor nos platica esta
parábola porque no quiere que sus discípulos lleguemos a ser como los fariseos.
Jesucristo quiere que sus discípulos aprendamos a mirarnos a nosotros mismos,
que nos presentemos así delante de Dios y de todo mundo.
¿Cómo somos en la Iglesia en muchas
ocasiones? Nos creemos los buenos. Pensamos que este mundo es malo, que sólo
nosotros sabemos acerca de la santidad, del respeto a las personas, que sólo
nosotros estamos a favor de la vida, que nuestros sacerdotes y nuestros obispos
son muy dedicados al servicio, que no tienen aspiraciones humanas, que no se
afanan por el poder o por el puesto de más arriba, que no les gustan los
honores aunque bien que se los merecen; y que los buenos ciudadanos son los
católicos, los buenos padres de familia, los buenos hijos. Pero la verdad es
que no es así. Entre los no creyentes que hay en todo nuestro mundo, en nuestro
país, tenemos que reconocer que hay personas muy humildes, buenas, servidoras
de la comunidad, entregadas a los demás.
Pero nuestro Señor nos quiere educar
ahora en la humildad, en el conocimiento de nosotros mismos. No nos invita
Jesús a la falsa humildad, a que digamos que somos pecadores pero que no lo
digan los demás de nosotros. Y es que así sucede. Si la gente que no viene a
misa o que no es católica se atreve a decir que los que van a misa son bien
hipócritas, que les gusta hablar de los demás, que delante de Dios son una cosa
y en su casa y en su trabajo son otra, que son bien chirinoleros, etc.,
entonces sí nos rebelamos.
La enseñanza de Jesús nos invita a
que nos miremos a nosotros mismos, a que nos conozcamos desde nuestro interior,
a que escuchemos con humildad las críticas que se hacen de nosotros, a que no
seamos falsos sino transparentes. Hagamos ejercicio de interioridad. Crezcamos
en el discernimiento de nosotros mismos. No miremos sólo hacia afuera sino
sobre todo hacia adentro de nosotros. Y así, conociéndonos a nosotros mismos,
podremos ayudar a los demás a cambiar para bien de la salvación de nuestro
mundo. Porque si hemos de echarle una mano a este mundo pecador, ha de ser
desde nuestra humildad.