Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     





LA RELIGIÓN ANTIGUA SE VENDRÁ ABAJO

D. 17 noviembre 2019

33° ordinario

Carlos Pérez B., pbro.

 

Repasemos: hemos venido caminando detrás de Jesucristo hasta llegar a la ciudad de Jerusalén. Con él hemos entrado al templo para ser testigos de su choque con esa estructura cultualista, legalista, excluyente que no servía de salvación para el pueblo, para los pecadores, para los pobres, para los extranjeros. Después de expulsar a los vendedores del templo, empleados de los sumos sacerdotes, Jesucristo estuvo recibiendo a varios grupos religiosos en plan de controversia y de abierto conflicto, el cual lo condujo a la muerte: sumos  sacerdotes, ancianos del sanedrín, escribas, (fariseos y herodianos), saduceos. Ahora Jesucristo se queda con nosotros contemplando esa grandiosa construcción que era el templo de Jerusalén, el único templo que tenían los judíos para relacionarse con Dios.

¿Qué nos dice el Maestro al contemplar esa construcción? Que no quedará piedra sobre piedra, que todo será destruido. Y efectivamente, 40 años después de que Jesús lo predijo, los ejércitos romanos se volcaron sobre la nación judía y, entre otras destrucciones, echaron abajo el templo, arrasaron con él. Hasta la fecha, es decir, a nuestros días, los judíos no han querido levantar el templo. Sólo se tiene ahí una explanada y el muro de los lamentos.

Nuestro Señor no se refería solamente a la construcción material del templo, sino a todo su culto, a toda esa manera tan particular de relacionarse con Dios: su ley antigua que les venía desde Moisés, su estructura religiosa, sus exclusiones, su tradición de la pureza ritual que recorre todo el antiguo testamento hasta los evangelios. Con todo eso chocó Jesús. Y en ese choque, aparentemente el que salió perdiendo fue nuestro Maestro, lo ejecutaron como se ejecuta a un criminal al que se le aplica la pena de muerte.

Los cristianos de los primeros tiempos no tenían templos, se reunían en las casas. Tenían plena conciencia de que a Dios no le tenían que ofrecer cosas como actos de culto, sino sus mismas vidas, sus enteras vidas, como lo hizo el Hijo de Dios en la carne. Así, por ejemplo, san Pablo exhortaba a sus cristianos: "ofrezcan sus cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será su culto espiritual” (Romanos 12,1). Este culto, esta manera de relacionarse con Dios es más auténtica, no se presta a una doble vida. El culto externo sí: uno va al templo a ofrecer cosas, no a uno mismo, pero en la vida uno se porta como le da la gana, muchas veces sin coherencia con la fe que dice profesar.

Repito: no son los templos la base de nuestra religión, así les llamemos iglesias. Lo principal de nuestra religión se llama seguimiento de Jesús, y Jesucristo le llama caridad  y servicio, algo que está plenamente plasmado en las enseñanzas y en la vida toda de nuestro señor Jesucristo en los santos evangelios. En los templos se puede reunir la iglesia, las personas, pero lo que cuenta no son tanto nuestros rezos o ceremonias sino nuestra vida de comunión con Dios, nuestra comunión y nuestro servicio de caridad hacia este mundo, hacia los más necesitados, el servicio de sembrar y despertar el amor de Dios en los corazones de todos los seres humanos, el servicio de transformar nuestra sociedad tan radicalmente (de raíz) como Dios lo quiere.

En la Iglesia nos hemos encargado de conservar muchas cosas de la religión antigua, la religión como actos de culto, como prácticas devotas, como ceremonias fastuosas. Como que no hemos comprendido a profundidad la profecía de Jesús que escuchamos en el evangelio de este domingo: "todo esto que están admirando; todo será destruido”. Preguntémonos constantemente: ¿Somos la iglesia del antiguo testamento o somos la Iglesia de Jesús? Repasemos los cuatro evangelios paso a paso para que nos demos cuenta; incluso los otros escritos del nuevo testamento.

La pregunta de los discípulos sobre el cuándo, se refiere a la destrucción del templo, pero el Maestro aprovecha para hablar de las señales que preceden y anuncian nuestra liberación (21,28), la llegada del reino de Dios (21,31). Los católicos no nos debemos dejar engañar, lo dice nuestro Señor porque ya conoce a la catoliquiza, que somos tan ingenuos, que nos dejamos embobar por sectas y predicadores actuales y vendedores de remedios milagrosos y mágicos.

El creyente es una persona que va madurando en su percepción y discernimiento de las señales de nuestro tiempo, como el Maestro.

 

 

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