EN LA FAMILIA
SE FORMÓ EL PEQUEÑO JESÚS
D. 29 diciembre
2019, La sagrada Familia
Mateo 2,13-15
y 19-23.
Carlos Pérez
B., pbro.
La navidad no es una celebración de un día, es un tiempo
litúrgico que en este año va del atardecer del día 24 hasta el domingo 12 de
enero. Pero claro que el espíritu de la navidad, del amor, de la paz del que
nació en Belén nos ha de durar todo el año.
Para ayudarnos a permanecer en el espíritu de la navidad, la
Iglesia nos ofrece varias fiestas y celebraciones relacionadas directamente con
la encarnación del Hijo de Dios: los santos Esteban y Juan, los santos
inocentes, esta fiesta de hoy de la Sagrada Familia, la maternidad de María, la
Epifanía del Señor y finalmente su Bautismo. Hoy contemplamos a la pequeña
familia que formó el hijo de Dios con sus padres humanos, María y José, y en
esta familia contemplamos y queremos moldear a nuestras familias de sangre,
pero también contemplamos a la gran familia que Dios quiere formar con todos
los seres humanos; le llamamos Iglesia, una familia de brazos abiertos que
desea, no apropiarse sino integrar en su alegría, en la gracia de Dios, en su
salvación a todos, hombres y mujeres.
¿Qué valores contemplamos en la pequeña familia de Jesús? La
humildad de unos pobres galileos que en el momento del nacimiento de su pequeño
eran peregrinos. Para tomar su parte en los santos planes de Dios, no le
exigieron mejores condiciones que las circunstancias que estaban viviendo. Por
eso decimos que la obediencia es uno de sus grandes valores. Pero antes es
necesaria la escucha y la atención a su Palabra, a sus mensajes. María, según
san Lucas, estuvo atenta cuando el ángel Gabriel se le presentó para revelarle
el plan de Dios; José, según san Mateo, sabía escuchar y discernir lo que el
ángel le manifestaba en sueños: primero: recibe a María tu mujer y ponle Jesús
al niño; luego, llévatelos a Egipto (con lo que los tres experimentaron lo que
hoy día experimentan tantos migrantes que sin más recursos que lo que llevan
puesto, salen de su patria rumbo al extranjero); y enseguida, regresen a su
patria, pero no se queden en Judá sino que váyanse a Galilea, a Nazaret.
Galilea era la tierra de los alejados de Dios y del templo de Jerusalén,
Nazaret era un caserío desconocido, perdido entre las lomas de Galilea, un
poblado de pastores y jornaleros, y un que otro artesano, como José, y después
como lo sería su hijo. Es necesario que sigamos insistiendo a todos los
católicos que la fe es obediencia, no meramente un conjunto de creencias. La
verdadera fe es estar pendiente de Dios para entrar de cuerpo entero en sus
santos planes de salvación del mundo. La obediencia no se vive con simpleza
ante el que está encima de mí, en autoridad. La obediencia es una virtud que se
vive en relación con Dios, nuestro Padre. La obediencia nos lleva a vivir
nuestra vida (personal, familiar, eclesial y social) en sintonía con su
Palabra, una Palabra escuchada y discernida día con día, como dice el profeta
Isaías en uno de los cánticos del Siervo: "Mañana
tras mañana despierta mi oído, para escuchar como los discípulos” (Isaías 50,4). La obediencia la
vivimos cuando estamos pendientes de los mensajes que Dios nos envía a través
de las circunstancias de nuestro tiempo, a través de la Iglesia a la que
pertenecemos, a través de nuestra sociedad, de nuestros hermanos, especialmente
los más necesitados, a través incluso, del conocimiento que vamos teniendo de
nuestra realidad y de la creación.
¿Y qué otras virtudes contemplamos en esta maravillosa familia
de Jesús más allá del texto que hemos escuchado? El respeto, el amor al
interior de la familia y hacia los demás, la compasión hacia los más
necesitados, la formación como ser humano íntegro y la formación en la fe del
pequeño Jesús, el servicio humilde, la fraternidad hacia todos los seres humanos,
la apertura y no el encierro en sí mismos, el trabajo y la laboriosidad que es
propia de todo ser humano, el amor a la verdad, la entereza, la valentía, el
sentido de la justicia. De algunas de estas cosas nos ha hablado la Palabra de
Dios en la primera y en la segunda lectura.