JESUCRISTO,
LA PERSONA UNIVERSAL
Domingo 5 enero
2020
La Epifanía
del Señor
Mateo 2,1-12.
Carlos Pérez
B., pbro.
Nosotros no le llamamos a la celebración de hoy ‘día de reyes
o de reyes magos’. Los magos del oriente no son los protagonistas de este día sino
nuestro Señor, el Niño que nos nació en Belén. La fiesta de hoy es parte del
tiempo de navidad. La Iglesia la celebra el 6 de enero pero los obispos
mexicanos la han pasado al domingo para dar oportunidad de que todos los
católicos (¿un 10%?) la celebremos.
Con la fiesta de hoy, a la que llamamos Epifanía o
Manifestación, celebramos que Jesucristo es para todos, la Persona universal.
Esto nos parecerá a todos una obviedad, pero si lo decimos de esta otra manera,
quizá algunos se muevan a escándalo: Jesucristo no es propiedad de la Iglesia.
Jesucristo fue enviado como un inmenso regalo para todo el mundo. La misión de
nosotros, los que nos decimos cristianos, no es apropiarnos de Jesús sino darlo
a conocer, hacerlo llegar a todas las gentes. Si Jesucristo es un don
inapreciable para nosotros, entonces lo es también para todos, ¿por qué no
manifestarlo, por qué no darlo a conocer?
No vayamos a ser proselitistas, el pasaje evangélico que hoy
escuchamos es sumamente claro en este sentido. Los magos del oriente, y los
pueblos a los que ellos representaban, a los que Dios invitó a adorar al Hijo
hecho carne de la nuestra, no conocían al Dios verdadero. Muchos pueblos y
culturas del oriente tenían a muchos otros dioses. Esos dioses no les hablaban
a sus creyentes por medio de una Escritura sagrada. Estos pueblos tenían
ídolos, imágenes estáticas que ni hablaban ni salvaban. Otros pueblos de más al
oriente vivían una espiritualidad muy desencarnada pero no se relacionaban con
su dios o sus dioses de manera personal. Y aquí vinieron a encontrarse, no sólo
con el rey de los judíos que acaba de nacer, sino con el rey universal. Se
encontraron primero con el otro rey de facto, Herodes el viejo, pero a éste no
lo adoraron, porque no lo venían buscando a él.
En la plenitud de los tiempos el Dios verdadero, el Padre
eterno, les envió una señal que ellos, como estudiosos de las estrellas, podían
leer e interpretar. Y a pesar de que encontraron a un niño pequeño, frágil,
pobre, no se desilusionaron ni se echaron para atrás. Lo adoraron y le ofrecieron
oro, incienso y mirra. Y después de adorarlo, se regresaron a su tierra.
¿Alguien les pidió que antes de adorar al Rey del universo primero recitaran el
credo? ¿Alguien les pidió que antes de acercarse a la Persona más sagrada del
mundo primero se sometieran a la circuncisión? Desde luego que no. Si ellos
hubieran, intentado al menos, acercarse al templo de Jerusalén, los judíos
habrían hecho un escándalo tremendo, porque los paganos eran considerados como
impuros, si no es que como animales que podían contaminar con sus pies a esa
sacrosanta construcción.
Pero Jesús, ya desde pequeño, entraría en contacto directo con
paganos, con pecadores, con gente impura. Por eso afirmamos categóricamente,
que más allá de las religiones, Jesucristo, nacido en la pobreza, es salvación,
paz, amor de Dios, reconciliación, misericordia, gracia para todas las gentes.
Hablamos del Jesús de los santos evangelios.
Ahora bien, ¿nosotros somos una ventana, un cristal que sirve
para dar a conocer a Jesucristo? Cuántas veces, debemos reconocerlo con toda
humildad y honestidad, hemos servido más bien para ocultar a Jesús y darnos a
conocer a nosotros. No hablemos sólo de los católicos que a nivel individual
oscurecemos la persona de Jesús con nuestros actos, sino de toda la Iglesia en
su conjunto, jerarquía y laicos, que con nuestras estrechas estructuras
legalistas y cultualistas, pero también con nuestro mundanismo y con nuestros
afanes de honores y rejuegos de poder, ocultamos a Jesús en vez de
manifestarlo, como así lo hicieron en aquel tiempo las comunidades evangélicas,
las que están detrás de la redacción de los cuatro evangelios.