LO QUE
NUESTRO MUNDO NECESITA ES SER BAÑADO EN EL ESPÍRITU SANTO
Domingo 12 enero
2020
El bautismo
del Señor
Mateo 3,13-17.
Carlos Pérez
B., pbro.
Con esta fiesta del bautismo del Señor concluimos el tiempo
litúrgico de la navidad. Contemplamos ahora, al pequeño que nació en Belén, ya
adulto, a punto de iniciar su ministerio o labor de anunciar y realizar el
reino de los cielos. El bautismo de Jesús lo encontramos en los cuatro evangelios.
El de san Juan no nos dice que Juan bautista bautizó a Jesús, sólo que lo
señaló entre las gentes. Y por otra parte, es Mateo el que nos habla del
regateo de Juan sobre quién debe bautizar a quién. Jesús lo convence y Juan
termina por bautizarlo, como conviene a la justicia de Dios.
A nosotros nos debe de llamar la atención este extraño momento
y movimiento de Jesús. Un buen judío acudiría al templo de Jerusalén para
ponerse en contacto con Dios, para presentar su ofrenda, para recibir su misión
de una manera solemne, por la mediación de algún sumo sacerdote. Por el
contrario, Jesús, como si hubiera perdido la brújula, como si se hubiera
despistado, se va al río Jordán, entre los pecadores que acudían con Juan el
bautista a lavarse de sus pecados. Juan bautista ciertamente era de familia
sacerdotal, pero no oficiaba en el templo como su padre Zacarías. Hay que
decir, además, que en la Biblia, en el antiguo testamento, no se manda a los
judíos que se bauticen, ni de niños ni de grandes. Lo que ordena Moisés a los
judíos es que se circunciden si quieren pertenecer al pueblo de Dios. Y después
de ser iniciados con este rito, tenían que acudir al templo en todas sus
ocasiones especiales.
Lo que andaba haciendo Juan, eso de bautizar, era algo que
estaba fuera de la institucionalidad judía. Y ciertamente Jesús inicia
adecuadamente la misión para la que fue enviado: salvar a los pecadores. Más
delante él lo diría expresamente: "no
he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mateo 9,13). Y, en consecuencia con
este inicio, Jesús realizaría su obra en Galilea, no en Judea. A Jerusalén iría
solamente para ser ejecutado en una cruz.
Pero si hablamos
de que Jesucristo andaba despistado, pues eso mismo debemos afirmar del Padre
eterno y del Espíritu Santo. Las tres divinas personas se van al río Jordán a
mezclarse entre los pecadores. El Espíritu santo desciende sobre Jesús en forma
de paloma, y en ese momento se escucha la voz del Padre que dice: "Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo
mis complacencias”.
Nosotros, como
seguidores de Cristo y no de Moisés, debemos ser y hacer una Iglesia que sale
al encuentro de los pecadores. No una Iglesia o un cristianismo que se queda
encerrado en su propia religiosidad, en sus ceremonias y en sus rezos.
Jesús sale al
encuentro de este mundo marcado por el pecado, pero no para seguirle la
corriente, sino para impregnarlo con el santo Espíritu de Dios. En el versículo
11, que no hemos leído hoy, le decía Juan bautista a la gente: "Él los bautizará en Espíritu Santo y fuego”.
Esto es precisamente lo que nuestro mundo necesita y cada uno de nosotros:
espíritu con minúscula y sobre todo Espíritu con mayúscula. Mientras estemos
atrapados en las cosas de la carne, nuestro mundo seguirá destruyéndose. Hasta
los mismos inocentes se están viendo envueltos en esta atmósfera enrarecida de
violencia y de muerte como este menor de edad que mató a su maestra e hirió a
otros seis de sus compañeros de escuela (incluido un maestro).
¿Nosotros hemos
sido bautizados, sumergidos en el Espíritu de Dios? Qué lástima que hayamos
abaratado tantísimo el sagrado bautismo de Jesús y lo hayamos convertido en una
mera ceremonia exteriorista, ritualista, reducido a un evento social. Tal como lo
decía Juan bautista, en el versículo citado, no es un baño de agua lo que nuestro
mundo necesita sino el baño en el Espíritu santo y fuego.