CONOCER A
JESUCRISTO LO ES TODO
Domingo 19 enero
2020
2º ordinario
Juan 1,29-34.
Carlos Pérez
B., pbro.
El domingo
pasado contemplamos esta misma escena de Jesucristo y Juan bautista en el
Jordán. El domingo pasado lo hicimos con la intención de celebrar la fiesta del
bautismo de Jesús, ya para dar por concluido el tiempo litúrgico de la navidad;
lo escuchamos en el evangelio según san Mateo. Ahora vemos este mismo pasaje
pero en el evangelio según san Juan con la intención de entrar en el tiempo
ordinario. Juan bautista nos señala a Jesucristo para que nos quedemos con él y
nos vayamos con él. El tiempo ordinario lo viviremos como un camino en
seguimiento de los pasos de Jesús. El tiempo litúrgico ordinario tiene dos
partes: este año la primera parte va del lunes 13 de enero al martes 25 de
febrero, porque empieza la cuaresma el 26 con el miércoles de ceniza; y la
segunda parte, va del lunes 1 de junio al sábado 28 de noviembre. Los domingos
de este tiempo ordinario vamos a estar siguiendo las páginas del evangelio
según san Mateo, pero antes, hoy domingo dejamos que sea el evangelista san
Juan el que nos presente a Jesús.
Juan, como lo
vemos en el evangelio del apóstol que lleva también ese mismo nombre, no se
entiende a sí mismo si no es en relación con Jesús. Él vino a este mundo y
vivió toda su vida para dar a conocer a Jesús: "he venido a bautizar
con agua, para que él sea dado a conocer a Israel”. Incluso el mismo
evangelista y su comunidad escriben todo este testimonio de 21 capítulos para
dar a conocer a Jesús. ¿Ya han leído ustedes este evangelio completo? No digan
que sí, digan que ya lo han hecho infinidad de veces y que no cansan de
alimentar su espíritu con estas páginas. Cuando uno va a los evangelios ahí se
encuentra con una Persona, una persona fantástica, extraordinaria (y es poco
decirlo así).
‘Conocer a Jesucristo lo es todo’, decía el fundador del Prado, el p.
Chevrier, y añadía, ‘lo demás es nada’. El mismo Jesucristo nos dice, en la
última cena, que la vida eterna consiste en conocer al Padre y a quien él ha
enviado, a su Hijo Jesucristo (ver Juan 17,3). Conocer a Jesús debería ser el
afán de todo cristiano. Querer conocer a Jesucristo cada día más de cerca, más
a fondo, nos debería llevar a estudiar diariamente los santos evangelios. Un buen
cristiano encuentra en eso el sentido de su vida.
Al igual que Juan bautista, todos nosotros los católicos deberíamos
decirlo y vivirlo intensamente: yo soy cristiano para que Jesucristo sea
conocido, yo soy sacerdote porque quiero que Jesús sea conocido. ¿Vivo la
convicción de que Jesucristo es la vida plena para esta humanidad? Pues
entonces se lo doy a conocer a todos. Hay gente, de las buenas gentes que hay
en este mundo, que cuando saben que hay una planta o un remedio que brinda
salud a los enfermos, no se cansan de recomendarlo por todos lados y en todas
las oportunidades. Y pasarlo de boca en boca eran las positivas redes sociales
de hace unas décadas. Cuánto más debemos hacerlo con Jesús, él es el remedio de
salud corporal y espiritual para todo nuestro mundo, él es la salvación, la
vida, la gracia. Si esta humanidad conociera a Jesús, otro sería nuestro mundo.
¿Y diremos también? Si los católicos, empezando por los clérigos, conociéramos
a Jesús crecientemente, otra sería nuestra Iglesia.
Estamos en el octavario por la unidad de los cristianos. Del 18 al 25 de
este mes, cada año la Iglesia nos convoca a una jornada de oración y de acciones
por la unidad de la Iglesia que formamos los que creemos en Cristo. La triste
realidad de vernos tan divididos nos lleva a vivir este octavario, en el
entendido de que el espíritu de la unidad lo hemos de vivir a lo largo del año.
Desde los tiempos de la primitiva Iglesia, estamos inclinados a la división.
San Pablo amonestaba a los cristianos que vivían en la ciudad de Corinto, en
Grecia, porque ya estaba presente en ellos el espíritu del sectarismo. Les
decía: "no haya
entre ustedes divisiones; antes bien, estén unidos en una misma mentalidad y un
mismo sentir. Porque, hermanos míos, estoy informado de ustedes, por los de
Cloe, que existen discordias entre ustedes. Me refiero a que cada uno de
ustedes dice: yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo. ¿Está
acaso Cristo dividido?”
(1 Corintios 1,10ss). Así en la actualidad: hay todo tipo de confesiones, de nombres y
denominaciones, infinidad de comunidades y de sectas. ¿Es eso lo que quería
Jesús cuando fundó la Iglesia? Desde luego que no. En la última cena,
Jesucristo, unas horas antes de entregar la vida en una cruz, externó su deseo
y su súplica al Padre por la unidad de sus discípulos y de todos los seres
humanos: "No ruego sólo por éstos,
sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que
todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en
nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Juan 17,20s).