DOMINGO DE LA
PALABRA
26 enero 2020
3º ordinario
Mateo 4,12-23.
Carlos Pérez
B., pbro.
Por
iniciativa del Papa Francisco celebramos hoy el ‘Domingo de la Palabra’. Este
año vamos a celebrar, el 30 de septiembre, el centenario 16º de la muerte de
san Jerónimo, un estudioso de la Biblia. Cómo nos hace falta a todos los
católicos tomar conciencia del lugar que debe ocupar la Palabra de Dios en
nuestras vidas, en nuestra Iglesia, en todo nuestro mundo.
¿Por qué Simón,
Andrés, Santiago y Juan llegaron a ser apóstoles? ¿Acaso eran muy buenas
personas y ellos fueron los que se anotaron para seguir a un líder que les
llenaba? Es posible que sí fueran buenas gentes y que Jesús les hubiera llenado
el ojo, pero llegaron a ser apóstoles por la Palabra de Jesucristo que les
dijo: "síganme y los haré pescadores de
hombres”.
¿Por qué
nosotros somos católicos, cristianos, catequistas, sacerdotes, ministros
extraordinarios de la Comunión, servidores parroquiales, etc.? Por la Palabra de Jesucristo que nos ha
llamado. ¿Por qué incluso estamos aquí en esta celebración? Porque hemos
escuchado la Palabra de Jesús que nos ha dicho: ‘tomen y coman, tomen y beban,
estos son mi Cuerpo y mi Sangre… hagan esto en memoria mía’.
Nuestras
personas son una respuesta a la Palabra creadora de Dios nuestro Padre. Así
como él dijo "hágase la luz, y la luz se
hizo”, así también nos ha llamado a cada uno de nosotros a la existencia.
Toda la creación lo es por la Palabra creadora de Dios.
Este año 2020,
en los domingos del tiempo ordinario (que este año corre del 13 de enero al 25
de febrero primeramente, y después del 1 de junio al 28 de noviembre) vamos a
estar siguiendo las páginas del evangelio según san Mateo. ¿Con qué actitud vamos
a estar escuchando esos pasajes? Y en nuestra lectura personal, ¿con qué
actitud leemos esas páginas? ¿Acaso las leemos porque son muy amenas y
divertidas, o porque con esa lectura nos sentimos más católicos? Desde luego
que no es por eso. Los evangelios no son meramente escritos para leerse, no son
para que nos platiquen las anécdotas de Jesucristo en aquellos tiempos; no son
historietas acerca de Jesús. Los creyentes no leemos la Biblia como una
devoción entre otras. Los santos evangelios, como toda la Biblia a partir de
ellos, son nuestro contacto privilegiado con la Palabra de Dios, con su santa Voluntad.
Por eso, todos los creyentes debemos educarnos en la escucha obediente de ese
Dios que nos habla.
Nosotros no
creemos en Dios como se cree en un ídolo. A los ídolos se les ofrecen
sacrificios, ofrendas para tenerlos contentos con los seres humanos; a los
ídolos se les tributa culto solamente, pero ellos no hablan, no tienen una
palabra que dirigirles a sus creyentes; los ídolos no conducen a sus creyentes
por el camino de la salvación, sólo están para ser adorados. La grandísima
diferencia que hay entre los ídolos y nuestro Dios es que el verdadero Dios no
es un dios mudo, al contrario, es un Dios que habla, que quiere ser escuchado y
obedecido. Y este Dios, que además es Padre, es el que nos vino a revelar el
Hijo.
Las páginas de
la Biblia tienen esa constante muy clara: Dios habla y el creyente abre sus
oídos a su Palabra. Algunos ejemplos:
¡Abraham, Abraham! El respondió: "Heme aquí” (Génesis 22,1).
"¡Moisés, Moisés!” Él respondió: "Heme aquí” (Éxodo 3,4).
Yahveh les habló de en medio del fuego; ustedes oían rumor de
palabras, pero no percibían figura alguna, sino sólo una voz (Deuteronomio 4,12).
"¡Samuel, Samuel!” Respondió Samuel: "¡Habla, que tu siervo escucha!” (1 Samuel 3,10).
Y percibí la voz del Señor que decía: "¿A quién enviaré? ¿Quién irá de
parte nuestra?” Dije: "Heme aquí, envíame” (Isaías 6,8).
Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se
le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo… (Mateo 5,1s).
"No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los
Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial… Así pues, todo el
que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre
prudente que edificó su casa sobre roca” (Mateo 7,21-24).
"Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6,68).
"¡Saúl, Saúl!...” "¿Quién eres, Señor?” Y él: "Yo soy Jesús, a quien
tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes
hacer” (Hechos 9,4-6).
El padre
Chevrier fue un apasionado de Jesucristo y de su Palabra. Decía: "¡Oh Cristo, oh Verbo! Tú eres mi Señor y mi solo y único Maestro. Habla,
yo quiero escucharte y poner tu Palabra en práctica. Quiero escuchar tu divina
Palabra porque sé que viene del cielo. Quiero escucharla, meditarla, ponerla en
práctica, porque en tu Palabra está la vida, la alegría, la paz y la
felicidad. Habla, Señor, tú eres mi
Señor y mi Maestro y no quiero escucharte sino a ti”.
En la Iglesia
católica hemos hecho desidia y no hemos educado a nuestros católicos a vivir su
vida (personal, familiar, eclesial, social, laboral, etc.) en la escucha de la
Palabra de Jesús. Hemos reducido nuestra fe a ciertos actos, a ciertas
devociones. ‘Si rezas, si te persignas, si vas a Misa, aunque sea de vez en
cuando, ya eres católico… y además, pórtate bien, o más o menos bien’. Ésa definitivamente no es una vida de fe.
Todos debemos vivir nuestra vida como una respuesta a la Palabra de nuestro Maestro,
en obediencia a sus enseñanzas.
Si un católico
no lee la Biblia, especialmente las enseñanzas de Jesús en los santos
evangelios, o si no se las lee alguien para poner su vida en sintonía con esa
Palabra, entonces ¿cómo puede sentirse discípulo de Jesús? Dejémonos hacer por la Palabra del Maestro; es una Palabra de vida, de gracia, de salvación.