JESÚS VIENE A DESCUBRIR, NO A ENCUBRIR
2 febrero 2020
La
presentación del Señor
Lucas 2,22-40.
Carlos Pérez
B., pbro.
Hoy nos tocaba
proclamar las bienaventuranzas según el evangelio de san Mateo. Pero en vez de
las lecturas del 4º domingo ordinario hemos leído las de la fiesta de la
presentación del Señor. Nos hemos pasado a san Lucas, que nos relata la
infancia de Jesucristo, específicamente cuando apenas había cumplido los 40
días de nacido. Precisamente hoy, 2 de febrero, estamos en el 40º día después
de la navidad.
De los cuatro evangelios sólo
san Lucas no habla de este momento de la vida del que nació en Belén. La ley de
Moisés ordenaba que las mujeres parturientas tenían que purificarse (así tal
cual) ante Dios presentándole un cabrito o corderito y una tórtola o un pichón.
(Al parecer el papá del niño no tenía necesidad de purificarse). Además,
mandaba que los niños primogénitos tenían que ser consagrados al Señor. Así lo
leemos en la Biblia: "Al cumplirse los días de su purificación,
sea por niño o niña, presentará al sacerdote, a la entrada de la Tienda del
Encuentro, un cordero de un año como holocausto, y un pichón o una tórtola como
sacrificio por el pecado. El sacerdote lo ofrecerá ante Yahveh, haciendo
expiación por ella, y quedará purificada del flujo de su sangre. Esta es la ley
referente a la mujer que da a luz a un niño o una niña. Mas si a ella no le
alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones, uno
como holocausto y otro como sacrificio por el pecado; y el sacerdote hará expiación
por ella y quedará pura” (Levítico
12,6-8). Y en Éxodo 13,1 leemos: "Conságrame todo primogénito, todo lo que
abre el seno materno entre los israelitas. Ya sean hombres o animales, míos son
todos”. Como
María y José eran pobres, en vez de corderito y pichón, presentaron dos
tórtolas o dos pichones.
El evangelista san Lucas
presenta así la economía de la salvación:
Primero, nos habla del anuncio
del ángel a una jovencita que habitaba en un poblado desconocido llamado
Nazaret, un caserío que estaba muy lejos de ser considerado la capital de la
nación judía. Luego nos habla el evangelista del encuentro de dos mujeres
pobres que estaban esperando cada una un hijo. Es una escena también campesina
que sucede en una aldea de la montaña de Judea, no en el templo; es un
encuentro donde estalla la alegría, la feminidad, la salvación divina, la
gracia. Enseguida nos presenta el cuadro de Belén, en un portal, en un pesebre
donde está recostado el Hijo de Dios. Un cuadro carente de solemnidad humana y
del poder político o religioso de aquellos tiempos.
Y ahora, en el pasaje
evangélico de este domingo, sí nos habla del templo de Jerusalén. Pero lo de
llamar la atención es que no nos habla de los sumos sacerdotes o de los
levitas. Ninguno de ellos sale a recibir a esta pareja de nazaretanos pobres,
sino que son Simeón y Ana, dos ancianos laicos, poseídos por el Espíritu de
Dios, despojados de sí mismos, como buenos creyentes que lo son en los planes
de salvación de Dios.
Entremos nosotros en esta
atmósfera de fe, no de clericalismo, de transparencia, de sencillez, de pobreza, de obediencia ante los planes de
Dios y en la manera como los va llevando a cabo. Simeón y Ana (lo mismo se
puede decir de José y María) no se quedan detenidos en la tierna hermosura de
un recién nacido; no, ellos ven al Ungido de Dios, su mesianismo, su misión: "Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de
muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al
descubierto los pensamientos de todos los corazones”,
dice Simeón con un profundo sentido evangélico. Y por su parte, Ana, habla de
este niño "a todos los que aguardaban la
liberación de Israel”.
Así nosotros, ¿qué vemos en este niño que nació hace
40 días? Nuestra espiritualidad, nuestra fe en Jesús no echa raíces en un
Cristo ni poderoso ni endulzado ni envuelto en papel celofán, sino en el verdadero Cristo de los santos
evangelios, el que viene a quitar máscaras y disfraces. Hay que reconocer, como se dio en aquel tiempo, que las religiones son especialistas en máscaras y disfraces, como también lo es el mundo de la política y el mundo de los espectáculos y del dinero.