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EL AMOR A LA IGLESIA DEL
P. GALLO
Sábado 1 de febrero de 2020
Carlos Pérez B., Pbro.
Yo
me uno al grupo de personas que han expresado su admiración y cariño hacia el
p. Gallo que recién ha partido de entre nosotros. Confieso que éramos de posturas ideológicas muy distintas. Admiro su fidelidad a su
sacerdocio, a su celibato, su afán pastoral expresado en su dedicación a la
catequesis, a sus folletos presacramentales, su entusiasmo por una Iglesia más
laical desde sus primeros años de sacerdocio dedicados a la Acción Católica, y después en la fundación del CECAP (centro de capacitación de agentes de pastoral), su
administración tan honesta como productiva en los dineros de la Iglesia, su
espíritu de trabajo, su respeto hacia las personas, su discreción en tantos
asuntos, etc.
Una
de sus virtudes que el p. Becerra destacó en la homilía de su funeral fue su
fiel amor a la Iglesia, del cual yo quisiera, para utilidad de nuestra amada
Iglesia, ofrecer estos datos que difícilmente se van a transparentar en los medios
de comunicación y en su posible biografía.
El
amor a la Iglesia del p. Gallo no fue un amor ingenuo ni pasivo. En los años 60’s
fue parte del grupo de sacerdotes que pugnaron por un cambio en la manera como
el obispo don Luis Mena estaba conduciendo a la Iglesia, sobre todo al
presbiterio. Quisiera que algún día algún historiador recogiera todos esos
datos que desconocemos. El mismo p. Gallo me decía en alguna ocasión: ‘hablamos
con las autoridades eclesiásticas, y en contrario lo nombraron obispo coadjutor
con derecho a sucesión’. Pero finalmente sus gestiones dieron fruto y el Papa
nos nombró a don Adalberto, para bien de nuestra diócesis.
Después
vendría otro período que provocó de nueva cuenta el activismo discreto de don
Vicente. Fue parte de ese grupo de siete sacerdotes que fueron a visitar, después
de varios intentos infructuosos, a don José para decirle de frente, no a sus
espaldas, cómo lo veían y para invitarlo a cambiar para bien de la Iglesia; y
pusieron en sus manos el documento escrito que muchos conocemos y admiramos. Recordemos
las palabras que el Papa Francisco les decía a los obispos mexicanos en la catedral
de la ciudad de México en su visita a nuestro país, aquel 13 de febrero de 2016:
"Esto no
está en el texto pero me sale ahora. Si tienen que pelearse, peléense; si
tienen que decirse cosas, se las digan; pero como hombres, en la cara, y
como hombres de Dios que después van a rezar juntos, a discernir juntos. Y si
se pasaron de la raya, a pedirse perdón…”
Y estos
afanes desde luego que continuaron y son, por muchos de nosotros, conocidos, y que
no detuvieron la lucha por cambiar a esta Iglesia a pesar de la sordera de
quienes la dirigen. Fue designado por el grupo para llevarle personalmente un informe al nuncio don Justo Mullor.
¿Cuáles fueron las consecuencias de estos afanes? ‘Te vas a
Camargo’. Y el p. Gallo, en vez de tomar otra salida, cogió sus cosas y se fue
a Camargo. Y, para que se les quite, cumplidos sus seis años, se las ingenió
para permanecer otros seis años más en esa parroquia. Y siguió La Cruz, una
cuasi parroquia en aquel entonces, con limitaciones económicas, dispersa en
unas ocho o diez comunidades del campo. Y no se fue ahí para encerrarse en sus
resentimientos, sino para servir pastoralmente, como era lo suyo.
En
aquellos años algunos seguramente pensaron que el p. Gallo y sus compañeros, buscaban,
por afán personal, dañar a la Iglesia. Todo lo contrario. Cuando vemos que la
Iglesia se está destruyendo, desde sus adentros, quienes aman a la Iglesia son
los que buscan repararla. Esto le decía el Cristo de la ermita de san Damián a
san Francisco: ‘repara mi Iglesia’. Y sabemos que no se refería a una pequeña
capilla sino a la comunidad de sus discípulos, una Iglesia que, ya desde el
siglo XIII, y desde varios siglos antes, había tomado otros caminos de riqueza,
de honor y de poder. Otro Francisco, en este siglo XXI, se ha tomado en serio
esta labor de reparar esta Iglesia tan deteriorada, una tarea que desde luego
que acarrea tantas reacciones en contrario.
El
amor a la Iglesia no se manifiesta en el silencio cómplice o el inmovilismo
complaciente. Yo le agradezco a Dios el regalo que nos ha concedido en el p.
Gallo. Que de Dios esté gozando.