¿CÓMO AMAR A
LOS QUE HACEN EL MAL?
23 febrero 2020
Domingo 7º
ordinario
Mateo 5,38-48.
Carlos Pérez
B., pbro.
Continuamos escuchando el sermón de la montaña, con oídos y
corazón de discípulos. En la antigüedad Moisés subió al monte Sinaí al
encuentro con Dios y bajó con los diez mandamientos para el pueblo. En esta
parte de su discurso, Jesucristo nos está haciendo un repaso de algunos de esos
diez mandamientos, incluyendo algunas costumbres judías que no son propiamente
mandamientos. Recordemos que el domingo pasado escuchamos la nueva lectura que
hace Jesús sobre los mandamientos: "no
matarás”, "no cometerás adulterio”,
se vale repudiar a la mujer pero le darás un documento de repudio, "no jurarás en falso”. Ahora, en este
mismo plan de hacer una lectura nueva y profunda, nos habla el Maestro sobre la
venganza y sobre el amor al prójimo y el odio al enemigo.
"Ojo por ojo, diente por
diente” es una cita de Éxodo 21,24. Dios se lo manda a su pueblo para que hagan
justicia entre ellos, como para decir que el castigo debe ser del tamaño del
delito. Pero más allá de esto, nuestro Señor sabe que el desquite es algo que
los judíos de aquel tiempo llevaban muy dentro del alma, como nosotros
socialmente también. El pueblo religioso proyecta su inclinación a la venganza
en el ser de Dios. La venganza recorre todo el antiguo testamento como si fuera
cosa de Dios. Así lo leemos por ejemplo en algunos salmos: "¡Exulten, naciones, con su pueblo, y todos los mensajeros de Dios
narren su fuerza! Porque él vengará la sangre de sus siervos, tomará venganza
de sus adversarios…” (Deuteronomio 32,43). "¡Dios de las venganzas, Yahveh, Dios de las venganzas, aparece!”
(Salmo 94,1). Jesucristo leyó un sábado un pasaje excelente del libro de Isaías
pero suprimió la parte que no iba con su misión: "El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí… me ha enviado… a pregonar
año de gracia de Yahveh, día de venganza de nuestro Dios” (Isaías 61,1. Ver
Lucas 4,18-19).
Jesucristo, con su autoridad suprema sobre la Palabra antigua,
nos pide algo que nos mueve al escándalo, sobre todo en nuestros tiempos que
tanto se habla de justicia a favor de las víctimas de tantos males y abusos.
¿Cómo tomar la enseñanza de Jesús ante tanta violencia hacia las mujeres, ante
abusos hacia los menores de edad, ante la explotación y el despojo de los más
pobres y desamparados? Más aún, ¿qué hacer ante la corrupción de políticos y
empresarios que empobrecen al pueblo? ¿Qué hacer ante los abusos de los
eclesiásticos y servidores públicos?
Jesús nos dice: "No
resistas al hombre malo”. Aquí Jesucristo se va hasta el extremo. Nosotros
nos atrevemos a decir, tratando de entenderlo, no de corregirle la plana, que es
una manera de hacernos ver que en ningún momento dejemos que el odio anide en
nuestro corazón, así sea ante el asesino de un ser muy querido. Pero nos
quedamos pensando en el bien de la sociedad. Si dejamos que los que hacen daño
lo sigan haciendo, vamos a terminar destruyendo la humanidad. Para ello
contamos con otra enseñanza de Jesús: "Si
tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él…” (Mateo 18,15). Nuestro Maestro, ¿cómo
vivió su propia enseñanza? Él entregó su vida por la salvación (no la
perdición) de los pecadores, y dijo: "Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34). No fue un
justiciero por propia mano pero su palabra siempre fue muy clara y fuerte hacia
los líderes religiosos y políticos de su tiempo y hacia toda persona. Siempre
los llamó a la conversión. Al guardia que le dio una bofetada, Jesucristo le
reclamó: "Si he hablado mal, declara lo
que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?” (Juan 18,23).
Luego, en el libro del Levítico escuchamos hoy en la primera
lectura que Dios le prohíbe a su pueblo odiar al hermano. ¿Y a los paganos no
considerados hermanos por los judíos? No propiamente manda Dios odiar al
enemigo, pero igual, el odio está detrás de toda venganza. El Maestro no nos pide
tolerancia, dejadez, mucho menos indiferencia, sino amor a los enemigos. Esto
hace que nuestra fe cristiana se salga completamente de toda norma social.
Reconozcamos que
nos parece tan difícil hacer el bien a quien nos hace el mal. Reconozcamos que
nuestra sociedad, muchos intelectuales y movimientos sociales nos llaman al
linchamiento de los destruidos que destruyen a otros. En cambio, Jesús ama a
todos, pero el suyo es un amor que convierte y salva, no que condena y
destruye. No es fácil entrar en el corazón de Jesucristo, pero alimentémonos de
su palabra y de su persona, y dejémonos hacer por él.