EL PODER O EL
DESPODER PARA SALVAR AL MUNDO
1 marzo 2020
Domingo 1º de
cuaresma
Mateo 4,1-11.
Carlos Pérez
B., pbro.
Todos los seres
humanos experimentamos dos fuerzas en nuestro interior: la fuerza de la carne y
la fuerza del espíritu. Pues antes de comenzar su ministerio o labor de
salvación de esta humanidad mediante sus milagros, parábolas, enseñanzas y
mediante todo su comportamiento, Jesucristo se va al desierto, al lugar del
silencio, de la soledad, de la privación de los satisfactores cotidianos, pero
sobre todo al lugar del discernimiento, de la prueba, del enfrentamiento
consigo mismo, al lugar de la espiritualidad. Jesucristo, como lo debemos hacer
nosotros, se deja conducir por el Espíritu. Al comienzo de este tiempo de
gracia que es la cuaresma, la Iglesia nos ofrece esta bella imagen de Jesús en
el desierto. Ahí se presenta el tentador. ¿No es el desierto el lugar de Dios?
Sí, precisamente por eso se hace presente el que quiere apartarnos de Dios.
Recordemos lo
que leemos en Deuteronomio 8,2ss: "Acuérdate
de todo el camino que Yahveh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta
años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu
corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos. Te humilló, te hizo pasar hambre…”.
Las tentaciones
que padece Jesús en el desierto no son tentaciones de ocasión: que porque te
comiste un antojo cuando no debías, que porque se te vino la flojera encima y
no hiciste tal trabajo, que porque viste una imagen provocativa en la tele y se
te vino un mal pensamiento… No. Las tentaciones de Jesús son aquellas que lo
quieren apartar de su misión, de su mesianismo. No sólo desviarlo de su meta,
sino desviarlo de su camino. Jesús se sentía en la tentación de tomar varios
caminos, no sólo por cuestiones de su corporalidad, o Dios o el pecado, sino
principalmente para salvar a esta humanidad: la salvación por el camino del
poder o por el camino del despojo de sí mismo.
Dos veces le
dice el diablo: "si eres el Hijo de Dios”.
Comerse unos panes no es un pecado para quien tiene 40 días sin comer. Arrancar
espigas aún cuando sea sábado, no será un motivo para sentir culpa nos lo hace
ver Jesús más adelante (ver Mateo 12,1). Convertir unas piedras en panes, o
dejarse caer de cabeza ateniéndose al cuidado de los ángeles, equivale a tomar
un camino de salvación distinto al suyo. ¿Entonces para qué la cruz si con un
toque de varita mágica este mundo se salva? ¿Cómo quieres vivir tu divinidad
encarnada? Igualmente nosotros debemos discernir cómo entendemos y vivimos
nuestra fe cristiana, ¿es un poder humano para salir de problemas y de apuros, o
es un ponerte al servicio de Dios para la salvación de este mundo en la línea
de Jesús?
La tercera no es
la simple tentación de sacarse el premio mayor comprando sólo un billete de la
lotería, es decir, hacerse de todos los tesoros del mundo como nos mueve la
codicia a todos los seres humanos, y algunos se dan ese gusto en esta vida
pasajera. No. La tentación del diablo es adorar a un ídolo que supuestamente
puede salvar a esta humanidad. La idolatría no es la salvación sino la
perdición. Jesucristo se niega a ser un mesías político, o uno que quisiera
tener millones para remediar el hambre del mundo, o uno que quisiera hacerse de
los mejores ejércitos del mundo para dominar a todos los malvados. Cualquier
semejanza con los gobernantes actuales
del primer mundo no es mera coincidencia, es una denuncia.
En las tres
ocasiones, nuestro Señor y Maestro responde con la Palabra de Dios que trae en
el corazón. "No sólo de pan vive el
hombre, sino también de toda
palabra que sale de la boca de Dios”. ¿Cuándo convenceremos a todos los católicos que la Palabra de Dios,
particularmente los santos evangelios, debe ser nuestro alimento cotidiano? ¿Y
cuándo convenceremos a nuestros sacerdotes, obispos y servidores parroquiales
que nos debemos dar a la tarea de realizar esta misión permanentemente?
Jesucristo nos
propone una religiosidad completamente distinta a la que muchos quisiéramos:
que los ángeles no permitan que nuestro pie tropiece con piedra alguna. Al
contrario, Jesucristo contempla la pobreza, el servicio humilde, la caridad, la
vivencia del conflicto, y sobre todo la entrega de la vida en la cruz como el
camino que Dios le traza para la salvación de la humanidad. ¿Qué podemos
esperar nosotros? La exigencia de Jesús es que nos neguemos a nosotros mismos,
que tomemos cada quien su cruz y que sigamos sus mismos pasos (ver Mateo 16,24).
La Palabra definitiva de Dios Padre la escucharemos el domingo próximo contemplando
la transfiguración de Jesús.
¡Qué contundente
es la tercera respuesta! Sólo a Dios hay que adorar. No le encendamos una vela
al diablo, ni al dinero, ni al poder, ni a los honores de este mundo. Sólo Dios
es Dios y ningún ídolo nos puede salvar. "Cristo,
siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que
se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los
hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Filipenses 2,6-8).