LA GLORIA DE DIOS
ES ENTREGAR LA VIDA
8 marzo 2020
Domingo 2º de
cuaresma
Mateo 17,1-9.
Carlos Pérez
B., pbro.
El domingo
pasado contemplamos a nuestro Señor Jesucristo en su tiempo de desierto. Ahí él
padeció los ofrecimientos del diablo: ejercer un mesianismo de poderes mágicos,
de poder humano, de riqueza, de gloria material. Jesucristo desde luego que
rechazó todas esas ofertas, y lo hizo con la Palabra de Dios en el corazón.
Pensamos que no sólo en ese momento las rechazó sino que lo hizo a lo largo de
su vida terrena, tal como nos lo presentan los santos evangelios, hasta el
momento culminante de su oración en el huerto, de su pasión y muerte en la
cruz. Jesucristo salió adelante con la fuerza del Espíritu ante la cual él se
dejaba llevar, y en esto, es nuestro modelo a seguir.
Ahora lo
contemplamos arriba de una montaña con tres de sus discípulos en los cuales
estamos representados todos los demás. Ahí en la montaña, espacio también de
soledad como el desierto, Jesucristo se va a encontrar con el Padre eterno. El
Padre tiene la última Palabra sobre el destino de su Hijo. Jesús primero
conversa con Elías y con Moisés. Estos dos personajes representan a la ley y a
los profetas como lo reconocemos en el prefacio de la Misa de hoy. Esto quiere
decir que la Biblia, Palabra de Dios escrita, se abre para Jesús en la montaña.
¿Qué ha dicho la palabra de Dios desde la antigüedad? Que el camino que ha tomado
Jesús, de pobreza, de marginación, de amistad con pobres, pecadores, enfermos y
contaminados, incluso de confrontación y choque con los líderes religiosos del
pueblo, no es una mala ocurrencia suya, sino plena fidelidad a la voluntad del
Padre. Y por si no fuera suficiente con que la Biblia lo haya dicho con tanta
claridad en tantos pasajes sobre el abajamiento del Ungido, el Padre se hace
presente en la cima de la montaña, en la nube y sobre todo en la voz que
resuena con fuerza: "Éste es mi Hijo
amado, en quien tengo mis complacencias; escúchenlo”.
Los evangelios
sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) coinciden los tres en esto: la escena de la
transfiguración sigue al primer anuncio de la pasión hecho por el mismo Jesús.
La pasión y la muerte del Mesías era algo que provocaba escándalo y fuertes
resistencias en los discípulos, y en general en un pueblo formado en la
religiosidad antigua. Para Jesús estas fuertes resistencias equivalían a los
mismos ofrecimientos que le había hecho el diablo en el desierto. Por ello el
Maestro le había dirigido tan duras palabras a Simón Pedro: "satanás…”
¿Cómo hemos
nosotros de acoger esta escena tan luminosa de la transfiguración en este
tiempo de cuaresma? ¿Diremos que Jesús traía la gloria de los hombres escondida
debajo de la manga y estaba sólo esperando el momento de la resurrección para
manifestarse esplendoroso? Entenderlo de esta manera produce toda una
espiritualidad. Los católicos deberemos, según esto, aceptar nuestras pobrezas
y sufrimientos para merecer entrar en la gloria de Jesús.
Otros en la
Iglesia queremos entender y vivir las cosas de otra manera. La renuncia a uno
mismo no es un acto de masoquismo para luego merecer un premio; la pobreza no
es como un ahorro para la riqueza de la vida eterna; la muerte no es en sí
misma redentora. ¿Entonces? La pobreza de Jesucristo es ya el camino glorioso
de Jesús. Si nosotros asumimos esa condición es porque queremos tomar la suerte
de los pobres de este mundo para ser redención de Cristo para ellos, y a partir
de ellos, ser redención para todos. Renunciar a nosotros mismos es un acto
glorioso como lo es para Jesús, porque así el que se afirma es el Padre y su
proyecto del Reino de la salvación. Nosotros hemos de entregar nuestra vida ya
sea en una cruz, en una misión, en un ministerio como un acto glorioso, porque
así estaremos poniendo toda nuestra vida en las manos de Dios Padre para que él
se sirva de nuestras pobres vidas para sus propósitos, como lo hizo y lo sigue
haciendo con su Hijo, ser vida para este mundo.
En resumen: en
Jesucristo crucificado contemplamos la gloria del Padre. En Jesucristo pobre,
en Jesucristo rechazado, contemplamos la gloria del Padre.
A uno le da por ser sumamente insistente en eso de ponernos todos los católicos a estudiar diariamente páginas de los santos evangelios y generar nuestra espiritualidad cristiana a partir de ese estudio. Cuántas veces encuentra uno resistencias ante esa invitación, y más de clérigos que de laicos. Pues cada vez que insista en que de una vez por todas nos pongamos a leer el Evangelio, no me hagan caso a mí o al Papa Francisco, hagámosle caso al Padre eterno que nos dice: "Este es mi Hijo amado... ESCÚCHENLO".
DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER.- El 8 de marzo, que este año cae en domingo, no es un
día festivo para festejar a las mujeres o para hablar bonito de ellas, sino un
día de lucha para devolverle a la mujer el lugar que le corresponde en la
sociedad y en la Iglesia. Ésa es una fecha conmemorativa de las batallas que
han librado muchas mujeres con esa causa.
Un 8 de marzo de 1857 miles de mujeres salieron a las calles en
Nueva York para exigir mejores condiciones de trabajo. En esta misma ciudad en
1909 murió más de un centenar de obreras de la confección por falta de medidas
de seguridad. / En la Iglesia católica, ¿les reconocemos a las mujeres todos
sus derechos y sus llamados?