LA FUENTE DE LA VIDA PLENA
15 marzo 2020
Domingo 3º de cuaresma
Juan 4,5-42.
Carlos Pérez B., pbro.
Nuestro señor Jesucristo no era un clérigo de sacristía o de capilla.
Jesús era un andariego. Recorría a pie los diversos pueblos de Galilea, de la
Decápolis, de la región de Tiro y de Sidón. En el evangelio según san Juan lo
vemos varias veces en Judea y ahora en Samaría. Lo contemplamos rodeado de
gente en el monte, en el desierto, en la orilla del mar, en las sinagogas, en
las casas del pueblo. Gracias a este andar, Jesucristo se encuentra
evangelizadoramente con las personas. Qué bello este encuentro de Jesucristo
con una mujer, que además de ser mujer es extranjera, de una cultura y
religiosidad no aceptada por los judíos, a los que éstos últimos consideraban
como gente sucia, contaminada, idólatra, rechazados por Dios. Vemos a
Jesucristo de manera extraordinaria, no es definitivamente un judío cualquiera.
Un judío de ninguna manera se hubiera atrevido ni siquiera a cruzarse en su
camino con un samaritano, mucho menos se hubiera detenido a platicar con alguno
como lo hace Jesús, menos aún, a pedirle agua en su vasija. ¡Un judío bebiendo
de un cántaro samaritano! Jamás. Pero contemplamos a Jesús como un hombre
completamente libre, libre de prejuicios, de trabas raciales, culturales,
religiosas o de género. Todos los cristianos, particularmente los sacerdotes,
debemos recrear este momento de Jesús en nuestro andar apostólico: salir a los
otros, salir a los diferentes, jamás encerrarnos en nuestro círculo estrecho de
los de dentro.
Jesús y sus discípulos llegan, cansados del camino y del calor, a un
pozo, el pozo de Jacob, junto al monte Garizim donde los samaritanos daban
culto a Dios, porque ellos no lo hacían en el templo de Jerusalén. El pozo es
el signo de la vida. Un pozo no es un depósito de agua, un depósito se vacía
muy pronto. Un pozo es una fuente permanente. Los samaritanos, tal como lo
expresa esta mujer en el versículo 12, vivían en la convicción de que su
antepasado Jacob les había heredado ese pozo. Jacob existió 1,700 años antes de
Jesucristo. Esto quiere decir que el pozo al que venía esta mujer a sacar
continuamente agua tenía casi dos milenios brindándola. Qué agradecido debía
estar este pueblo por tantos años que tenía el pozo sirviéndoles,
alimentándolos a ellos y a sus ganados.
Pues hay que ver que junto a ese pozo dador de vida está otra fuente
inagotable de vida que es Jesús. Esto es lo que nos hace ver el Maestro en su
diálogo con esta mujer. Jesucristo admirablemente entra en su cultura, en su
mundo, en su religiosidad para hacerla consciente del verdadero don de Dios: "si conocieras el don de Dios”. Estas
palabras se las hemos de dirigir a todos los seres humanos. Nosotros los
cristianos, una vez que lo estemos viviendo intensamente, tenemos que
mostrarles, enseñarles a todos nuestros hermanos, creyentes o no, que la vida
es un don de Dios, o de la creación según el código que vivan ellos. Qué obra
tan grande haríamos si educáramos a nuestro mundo en la gratitud, en el
agradecimiento. Todo lo que tienes es un regalo para ti. Nada en realidad hay
que hayas creado tú. El sol, este planeta tan bello y tan lleno de vida, los
animales, las plantas, la tierra, el aire, el universo; el alimento que nos llevamos
a la boca, los montes, los ríos, el mar, todo. Cómo no hacer a cada momento un
acto de conciencia frente a tantos dones. Y así como la naturaleza es un don y
cantidad de dones para ti, tú mismo tienes que ser un don para los demás.
Los cristianos vivimos la convicción de que Jesucristo es el gran don
que nos ha regalado el Padre por su santo Espíritu. Por qué no sentarse con
Jesús para disfrutar más conscientemente su compañía como lo hizo esta mujer, y
este pueblo que lo invitó a quedarse con ellos. Cuántos católicos nuestros no
se acercan a los santos evangelios, a la misa, a los grupos, etc., para disfrutar
y lucrar con tamaño don, de su fuerza sanadora, liberadora, salvadora,
vivificadora.