LA TRANSFORMACIÓN RADICAL DEL SER
HUMANO
22 marzo 2020
Domingo 4º de cuaresma
Juan 9,1-41.
Carlos Pérez B., pbro.
Contemplamos en el evangelio una obra maravillosa de Jesucristo
realizada en un pobre ciego, quien además, representa a todos los demás ciegos,
en muy diversos aspectos, que habitamos en este mundo. Estamos ante un milagro
que no es meramente la curación de una persona.
Veamos paso a paso esta obra de Jesús. Primero se encuentra con este
ciego de nacimiento, un limosnero que está postrado en el suelo como uno más de
los tantos descartados de la sociedad, como una basura social y espiritual,
como un pecado, que así lo consideraban los judíos. El evangelista nos dice que
Jesús lo vio, precisamente porque el milagro consiste en que él sí ve, y
los demás no ven. Luego, Jesucristo hace una lectura distinta de las cosas. Los
discípulos preguntan si este ciego pecó o fueron sus padres los pecadores para
que haya nacido ciego. Es la lectura que hacemos los seres humanos, porque
somos nosotros los que no alcanzamos a ver más allá de nuestras narices. Jesús
alcanza a ver la Obra que Dios quiere hacer en este hombre tirado a la orilla
del camino, y también en toda la humanidad, porque Dios quiere la belleza de
todas sus criaturas como la culminación de su obra creadora.
Después de identificarse como la Luz del mundo, realiza un movimiento
que a nosotros, en estos tiempos de coronavirus, nos pudiera parecer por demás
antihigiénico: escupe en el suelo para hacer lodo con su saliva y lo envía a
lavarse a la piscina de Siloé. Para los judíos, esta acción equivalía a un
trabajo como ponerse a hacer adobes en sábado. El ciego volvió con vista pero
la cosa no terminó ahí. Había que hacer un trabajo, un buen trabajo aunque
fuera sábado, en éste hombre y en todos los demás. Este ciego comienza por
reconocer en Jesús a un profeta, y se pone a defenderlo. O sea que no sólo
recuperó la vista física sino también la palabra y el pensamiento; tiene un
sentido de las cosas mejor que los mismos judíos: Dios no escucha a los
pecadores ¿cómo tachan a Jesús de pecador, sólo porque le abrió los ojos a un
ciego en sábado? Este ciego resulta ser un mejor teólogo que ellos mismos. Pero
el paso final es que este ex ciego se abre a la fe en Jesucristo, el Hijo de
Dios, que es el principal don que ha recibido
de Jesús.
Con toda intención el evangelista nos presenta una pregunta de los
judíos que nos involucra a todos nosotros: ¿entonces también nosotros estamos
ciegos? Jesucristo no deja lugar a dudas. Si decimos que vemos, vamos a seguir
en nuestro pecado.
La obra de Dios es que todos los seres humanos abramos los ojos, porque
tenemos una mirada muy corta que equivale a ceguera si al final de cuentas no
tenemos ojos para admirar y para entrar en la Obra de Dios. Ciegos ante las
maravillas de Dios, ciegos ante la riqueza y dignidad que hay en cada persona,
ciegos ante aquellos a los que discriminamos o consideramos menos, y porque así
los tratamos; ciegos porque, encerrados en nuestro narcisismo, sólo tenemos
ojos para nosotros mismos.
En el ciego de hoy contemplamos al ser humano nuevo que viene Jesucristo
a crear y recrear con su pascua, el de ojos abiertos, el de mente abierta, el
de corazón abierto, el verdadero creyente. Los judíos que lo rodeaban en aquel
tiempo, eran todo lo contrario, fanáticos cerrados de mente y de corazón. Jesús
toma enérgicamente la palabra en el capítulo siguiente de este evangelio.
Leámoslo.
A los que estamos arriba en esta escalera social, a los políticos del
poder, a las gentes del dinero, a los que tenemos autoridad sobre otros, aún al
interior de nuestra Iglesia, no nos conviene que la gente, que los pobres, que
los laicos abran los ojos, porque es más fácil manejar en nuestro provecho a
los de abajo. Pero la obra de Jesús no es cerrarle los ojos a los creyentes,
sino todo lo contrario.