LA CELEBRACIÓN DE LA VIDA
¿Jueves? 9 a domingo 12 abril 2020
Triduo pascual
Carlos Pérez B., pbro.
Hemos venido caminando detrás de Jesús,
desde Galilea hasta Jerusalén, donde él finalmente coronará su obra, la buena
nueva para este mundo a partir de los pobres y marginados, entregando la vida
en una cruz, por el proyecto de vida de Dios su Padre, para esta humanidad, y con
cuya resurrección y la efusión de su Espíritu sella finalmente este proyecto.
La vida se la arrebatan ellos, los dirigentes del pueblo, contando con la
complicidad de los conquistadores romanos. Son los enemigos de la vida, los
amantes del poder y de sí mismos cuya consecuencia es la muerte. Pero Jesucristo
lee su muerte no como una obra de ellos sino como una entrega gratuita por la
salvación de todos: "Por
eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la
quita; yo la doy voluntariamente” (Juan 10,17s).
Él nos invita ahora a sentarnos a su mesa, a vivir la nueva pascua para el mundo. Esta cena no
era la primera en vez que Jesús compartía los alimentos con sus discípulos,
muchas veces lo hizo en el tiempo de su ministerio. También con la gente él
había partido el pan y el pescado a orillas del mar de Galilea. Ahora, como
también en aquel milagro, se partirá él mismo como un pan, y nos hará entrega
de su sangre, de su vitalidad para la vida del mundo.
En la Iglesia católica conservamos este memorial de
sentarnos a la mesa de Jesús como en aquel tiempo. Anacrónicamente, con el paso
de los años, la Iglesia ha conservado el jueves como el día de la Eucaristía.
Varios años antes del concilio esta conmemoración de la cena se celebraba en la mañana y se dejaba el Santísimo Sacramento
en la urna para la adoración de los fieles, por ello la costumbre piadosa de visitar los siete monumentos, pero ahora esta Cena se celebra en
la noche, y los fieles ya no visitan siete monumentos sino uno solo, el de su
parroquia. Este año no va a ser posible físicamente porque cada quien permanece
en su casa.
Según la cronología de los evangelios, el día de la
Eucaristía es el viernes, el mismo día de la crucifixión. Según la manera de
contar el tiempo de aquellas gentes, el jueves se terminaba al atardecer, a la
puesta del sol, y en ese momento comenzaba el viernes. Fue cuando Jesús celebró
la pascua, según los sinópticos, o el día anterior a la pascua, según el
evangelio de san Juan y les lavó los pies a sus discípulos. ¡El Maestro
haciéndose esclavo y servidor de los suyos! Siempre lo había sido, y lo sigue
siendo. No es una imagen de momento, es
la imagen de toda su Persona, el siervo de Yahveh, el siervo de la humanidad.
Lavarle los pies a los seres humanos es sólo una señal, dar la vida
por la vida de ellos, de nosotros, es una estrujante realidad. No sólo lo celebremos, vayamos comprendiendo cómo el hacerse servidor de los demás hasta la entrega de la vida, es salvación para este mundo. En cambio, apoderarse de los demás, apropiarse de sí mismo, eso es perdición para todo este mundo.
Viernes, sábado y domingo es la celebración del triduo
pascual, como una sola celebración, no tres. Y qué mejor que fueran tres días
celebrativos, tres días enteros, no tres celebraciones. Qué de desear sería que
nuestros católicos viviéramos estas 72 horas en el espíritu en que los vivió
nuestro Señor. La cena él no la celebró como nosotros celebramos nuestras
misas, con el Misal romano. Él no siguió un ritual, él se dejó llevar por los
acontecimientos. Jesucristo se recostó ante una mesa bajita, según las costumbre oriental, con sus discípulos. En esa cena hubo de
todo: anuncio de traición, de negaciones, de abandono; hubo oración, fracción
del pan, lavatorio de pies, y desde luego, mucho amor, amor al extremo, como lo
escuchamos en el evangelio de hoy. Hubo cena de a de veras. Los cuatro
evangelios, especialmente el evangelio de san Juan, nos ofrecen una riqueza de
detalles y de enseñanzas en esta cena. Este cuarto evangelista dedica cinco
capítulos a la última cena. Él no le puso capítulos a su evangelio pero con los actuales más
o menos nos damos cuenta de su extensión.
La cena, la fracción del pan, el lavatorio de los pies
eran el preludio de su crucifixión. Espantosa ejecución de un inocente, lo
decimos con ojos mundanos. Gloriosa entrega de la vida, lo decimos con la
mirada del Padre. Una cosa no anula la otra. Toda la humanidad nos debemos ver
a nosotros mismos como en un espejo en esa ejecución de nuestro Señor, al igual
que en esa entrega de la vida. Recordemos aquel pasaje tan lleno de simbolismo
y de realidad del Génesis: Caín continúa levantando su mano contra su hermano, hasta
nuestros días. Jesucristo asume el lugar de la víctima para ser salvación para
este mundo. No salva a este mundo como un acto mágico, sino que es
permanentemente salvación para nosotros.
Vivamos intensamente este triduo pascual, desde
nuestras casas, como en aquellos tiempos de los primeros cristianos. Ellos no
tenían templos, celebraban la memoria de Jesús y así se unían en comunión de
vida y de proyecto con Jesús.
Aprovechemos las comunicaciones electrónicas para ayudarnos
a entrar en comunión con Jesús. El Papa Francisco nos pide dos cosas para permanecer en casa: que tomemos en nuestras manos el crucifijo y los evangelios. El crucifijo para contemplar a nuestro Señor y los evangelios para ponernos a leerlos.