LA ALEGRÍA DEL RESUCITADO NOS ENVÍA
Domingo 19 abril 2020
2º domingo de pascua
Carlos Pérez B., pbro.
Estamos celebrando el 2º domingo de
pascua. En realidad estamos cerrando la octava pascual, dentro del contexto de
los cincuenta días que queremos celebrar como si fueran un solo día, el día de
la resurrección de Jesucristo, un grande y largo domingo. ¿No podría ser toda
nuestra vida cristiana como un solo domingo? Claro que de eso se trata.
Este pasaje evangélico de Juan 20 lo
proclamamos cada año. El resto de los pasajes evangélicos dominicales los
proclamamos cada tres años. El de hoy es pues el evangelio del ‘Domingo’. Así
lo escuchamos: "al anochecer (atardecer,
como traduce la Biblia) del día de la resurrección, estando cerradas las
puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se
presentó Jesús en medio de ellos”. Me permito corregir la primera palabra
porque quien conoce la cronometría de las gentes de aquellos tiempos, se daría
cuenta inmediatamente que el lunes no es el día de la resurrección sino el
domingo. El primer día de la semana se terminaba al ponerse el sol, no a las 12
de la noche, como lo medimos nosotros, de manera que el anochecer le pertenecía
ya al segundo día de la semana. Por eso sabemos, como la misma redacción lo
dice, que se trataba de la tarde de "ese
mismo día”, el día que Jesús resucitó, y que muy temprano se encontró vivo,
actuante, amante y salvante, con María Magdalena. Simón Pedro y el discípulo amado
no tuvieron esa dicha porque se regresaron a casa. Este otro encuentro sucedió
hasta en la tarde, no en la noche.
Como en otras ocasiones lo hemos
dicho, los judíos no le llamaban domingo al primer día de la semana, ni lunes
al segundo. Todos los días eran nombrados por su número, del primero al sexto.
Sólo el séptimo tenía nombre, el sábado. Claro que los judíos no iban a nombrar
los días con esos nombres paganos que tenemos nosotros: el día de la Luna, el
día de Marte, el día de Mercurio, etc. Los estadunidenses le llaman al primero
el día del Sol, nosotros le llamamos domingo, que es el día del Dóminus o
Señor.
Nos dice san Juan que los discípulos
estaban encerrados por miedo a los judíos, como nosotros estamos ahora
confinados por miedo a un pequeñísimo pero muy activo virus. Pero ese miedo se
les trocó en gozo cuando se encontraron con él, experiencia que muy temprano
había vivido la privilegiada de María Magdalena. "Se llenaron de alegría”, nos dice el evangelista.
La alegría es la tónica de este tiempo de pascua y de toda nuestra vida
cristiana. ¿El motivo? El encuentro viviente y permanente con el Resucitado, el
Dios de la vida para este mundo de muerte. Escuchamos en la segunda lectura de
hoy: "alégrense, aun cuando ahora tengan
que sufrir un poco por adversidades de todas clases… A Cristo Jesús ustedes no
lo han visto y, sin embargo, lo aman”.
A tono con san Pedro, en este momento
de prueba por la epidemia, nos preguntamos ¿cómo vivir en la alegría? En aquel
tiempo las cosas no eran mejores que ahora. Los discípulos miedosos se dejaron
transformar por la fuerza de Jesucristo y salieron a enfrentarse con el enemigo
de su Maestro, las autoridades judías, primero, y después con todo un imperio
sanguinario que fue el poder romano. San Lucas se encarga de platicarnos el
terror de aquellos primeros cristianos, en el libro de los Hechos de los
apóstoles, lo mismo que las cartas apostólicas y el Apocalipsis; y estos
escritos dan cuenta de la alegría de la vida cristiana, llena de confianza en
Dios, llena de esperanza.
Hasta este momento, más de 2 millones
de personas se han contagiado del nuevo virus. Lo bueno, dentro de lo malo, es
que más de medio millón se han recuperado. Un 5% lamentablemente han fallecido.
La humanidad, la ciencia y sus agentes, nos hemos dormido en otros intereses y
hemos dejado la salud en segundo o tercer término. Dedicamos más tiempo y más atención
al dinero, y más dinero a las armas. Cuántos recursos materiales y humanos se
pierden en la guerra.
Los creyentes tenemos nuestra
confianza en Jesús, el primero en importancia de los muertos y el primero en
resucitar. No contamos en nuestras comunidades, de momento, con ese encuentro dominical
de la fracción del pan, pero tenemos la oración, la Palabra del Maestro y el
ejercicio de la caridad. No queremos contar con la oración como un recurso
mágico para conseguir lo que debemos obtener por otros medios, sino la oración
como ese espacio de encuentro con Jesucristo resucitado. Cuando escuchamos su Palabra
de vida, contenida preferentemente en los santos evangelios, la escuchamos de
manera viva y salvadora; es el Maestro el que nos habla y nos envía.
Hoy debemos vivir ese envío hacia
nuestros hermanos que se han quedado sin trabajo y que viven al día, y que,
entre más pasan los días de confinamiento, más crítica se vuelve su situación.
¡Qué Palabra hemos escuchado hoy en la primera lectura!: "Los que eran dueños de bienes o propiedades los vendían, y el producto
era distribuido entre todos, según las necesidades de cada uno”. Esta
manera de vivir era fruto de la fuerza vivificadora del Resucitado.