LA CASA DE MAMÁ
Domingo 10 mayo 2020
5º de pascua
Carlos Pérez B., pbro.
El Espíritu Santo sabe sacar provecho
de las adversidades, de los conflictos y las persecuciones, para bien de la
Iglesia y del mundo; esto lo constatamos en varios pasajes del libro de los
Hechos. La primera lectura es un botón de muestra. Nos cuenta de una fricción
que hubo al interior de la comunidad cristiana lo que provocó la institución de
los primeros siete diáconos. En las cosas de Iglesia, pero también en las cosas
domésticas y sociales, debemos aprender y dejarnos conducir por el Santo
Espíritu, como en esta contingencia que nos trae de cabeza, para hacer que
surja algo nuevo entre nosotros, y de seguro saldrá.
La Iglesia, con este pasaje evangélico,
nos hace volver a la última cena de Jesús en la versión del evangelio según san
Juan. Estamos sentados a su mesa. Un primer repaso de este pasaje lo hacemos
con ojos de pasión, de partida, porque en unas horas Jesucristo sería
arrebatado de entre nosotros, clavado en una cruz. Pero ahora que hemos
regresado con él de la muerte, ya con ojos de resurrección, volvemos a sus
enseñanzas para discernirlas, profundizarlas, actualizarlas vivencialmente con
espíritu de pascua. Y continuamente tendremos que estar volviendo sobre estas
enseñanzas porque cada vez que lo hacemos encontramos nuevas luces y fuerzas de
fe, de salvación.
En esta ocasión, por las circunstancias,
no podemos estar sentados físicamente a la mesa de Jesús. Cómo necesitamos
todos hacerlo cada domingo para que la vivencia sea más intensa. Antes de
partir, y de nuevo ya resucitado, nos habla de la casa del Padre. Aquí no le
llama ‘cielo’, ni ‘paraíso’. No acojamos sus palabras de manera angelista o
escapista. Jesús nos habla de la casa paterna, esa casa donde todos (o casi
todos porque tristemente hay muchos seres humanos que no la han tenido) hemos
vivido esa experiencia tan bella de la casa de los padres, de la casa materna,
diremos hoy día de la madre. Y nomás porque Jesucristo se desenvolvió en una
cultura machista nos transmite la figura del Padre, pero bien, lo sabemos y lo
creemos, podría decírnoslo así, la casa de Mamá; porque Dios es Padre y Madre
cariñosa para nosotros. A esa confianza nos convoca Jesús. Lo podríamos decir
con el salmo 131: "mantengo mi alma en paz y silencio como niño destetado en el regazo de
su madre. ¡Como niño destetado está mi
alma en mí!”. En Lucas 15, Jesucristo representa a Dios con la figura de un pastor, luego con una ama de casa (¡qué atrevimiento!) que barre y sacude toda la casa hasta encontrar lo que se le ha perdido, y enseguida con un Padre amoroso.
Todos los seres humanos tenemos derecho
a vivir esa experiencia de la casa de los papás, esa casa que considerábamos
nuestro hábitat natural de seres humanos, donde nos sentíamos plenamente
relajados, donde no teníamos que pagar por lo que nos servíamos, esa casa donde
se vivía la gratuidad de papá y mamá, donde encontrábamos cariño, comprensión,
atención y todo lo que un ser humano necesita, donde reinaba la igualdad, donde
se nos ayudó a crecer física y espiritualmente. Y en esa casa, si hay un hijo
enfermo o con discapacidad, éste es tratado con mayores atenciones. Con esa
figura, pues, nos llama Jesús a confiar, a creer en Dios y también en él. Por
un momento nos arrebataron a nuestro Maestro pero ahora lo disfrutamos cada
domingo en torno a su mesa, y en toda nuestra vida cristiana. Jesús abre su
corazón cada ocasión como lo hizo en aquella vez. Cómo quisiéramos que todos
los católicos viviéramos así la Misa, la Cena del Señor. Y nuestro apostolado
consiste en salir a convocar a todos los seres humanos a sentarse a esta mesa
de la gracia y de la salvación. Quienes dicen que Jesús no vino a fundar una
religión, en esto tienen razón, él vino a convocar a todos los seres humanos a
formar la gran familia de los hijos de Dios, porque casa y familia son
sinónimos. Es cierto, Jesucristo no nos habla de un tipo de religiosidad,
entendida ésta como conjunto de prácticas devotas y rutinarias. A unas horas de
ser crucificado, y luego ya resucitado, nos precisa que lo suyo es un asunto de
fraternidad, porque así nos quiere Dios en su casa.
¿Cuál es el camino que conduce a la
casa del Padre-Madre? Jesucristo. Parafraseando a un poeta español que decía
que no hay camino sino que se hace camino al andar, nosotros decimos: el
cristianismo no es un camino trazado como para que cada quien agarre su rumbo
propio; no hay una rutina a seguir porque eso sería trastocar el camino de
Jesús. Es necesario que caminemos siempre detrás de Jesús. El cristiano se ha
de dejar conducir, por el Espíritu, siguiendo las páginas del Evangelio que nos
dejó Jesús.