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DIOS QUIERE SEMBRAR SU PALABRA EN
NUESTROS CORAZONES
Domingo 12 de julio de 2020
15º ordinario
Carlos Pérez B., pbro.
El profeta Isaías y el salmista nos preparan para
abrir nuestro corazón a la parábola del sembrador. Contemplemos a nuestro
Maestro en lo que sabe hacer muy bien, además de curar y consolar; enseñar es
la labor de un Maestro. Y tantos católicos que, al no leer cotidianamente los
evangelios, no le damos a Jesús la oportunidad de hacer con cada uno de
nosotros lo que él tanto desea, enseñarnos, y que tanto necesitamos, ser
enseñados.
La semilla es la Palabra de Dios que se siembra en
el corazón de los seres humanos. ¿Me permiten decir que es la Palabra de Dios y
no nuestra religiosidad lo que Jesús quiere sembrar en cada uno de nosotros? Es
que uno teme que ambas cosas se intercambien con mucha facilidad. Hablamos de
la Palabra de Dios y nosotros traducimos esa frase en nuestra mente o en nuestra
vida por nuestra religiosidad, así como cada quien la quiere vivir a su manera.
¡Ojo!, la Palabra que Jesús quiere sembrar es la Palabra contenida en los
santos evangelios, y desde luego, escuchada, orada, reflexionada, acogida en la
obediencia, actualizada, vivida y discernida en Iglesia, siempre en calidad de
discípulos.
Dios quiere, nos lo dice el profeta en la primera
lectura, que su Palabra no caiga en vano sobre la tierra, sobre la humanidad
sino que produzca fruto. Pero, repito, ¿cuál es la realidad que vive la inmensa
mayoría de nuestros católicos? Pasan los años y no hemos logrado que todos nos
convirtamos en escuchas atentos de la Palabra de Dios. No me refiero a los 20
siglos que han pasado desde la encarnación del Hijo de Dios, desde su muerte y
resurrección, sino me refiero más bien a los 50 años que han transcurrido desde
que nos empezó a "caer el veinte” de que debíamos alimentarnos con la Palabra,
que no puede haber cristianismo si no es en la escucha constante, atenta y
permanente de un Dios que nos habla, que nos revela su santa voluntad, que nos
enseña y nos quiere conducir en la vida por la Palabra de su Hijo Jesucristo.
Una Biblia en cada hogar católico no tiene mucho provecho si no conseguimos que
nuestros católicos se pongan a estudiarla diariamente a partir de los santos
evangelios. Una Biblia cerrada es como tener a Jesús encerrado en el clóset.
¿Qué frutos puede dar esa Palabra guardada?
Pues bien, de manera admirable el Maestro nos
instruye ahora con una parábola. En este capítulo 13, en el que nos vamos a
detener durante tres domingos, escuchamos varias parábolas de Jesús. Son
formalmente siete, pero podemos decir que son ocho si contamos también la que
nos ofrece Jesús al final de este pequeño discurso: el dueño de casa. Jesucristo
tiene también discursos muy claros y fuertes, pero como que las parábolas son
su manera de enseñar más propia, más popular, la manera como más nos llega al
corazón.
El sembrador es Jesucristo mismo, un sembrador
admirable, porque tira la semilla en terrenos aparentemente estériles, pero nos
da ejemplo de lo que debemos hacer nosotros. Todos los seres humanos somos
terreno fértil, Jesucristo lo sabe bien, pero no todos queremos responder.
Todos tenemos la capacidad de dar frutos del Reino. Dios no se cansa de
llamarnos a su obra de salvación. Es paciente. En aquel tiempo Jesucristo
sembraba la semilla del Evangelio o buena noticia en los pobres, los enfermos,
los pecadores, los excluidos, pero también lo hacía en los escribas y fariseos,
sumos sacerdotes, saduceos, levitas, incluso en los conquistadores romanos y
demás extranjeros.
¿En qué terrenos caía su Palabra? ¿Qué clase de
terreno soy yo? La del sembrador es de las pocas parábolas que nos explica el
mismo Jesús. El camino duro y pisado son aquellos a los que no les entra nada,
duros de corazón y de cabeza. De esto, todos tenemos nuestros malos ratos.
El terreno pedregoso son los inconstantes, los que
no tienen raíz, los que no viven convicciones profundas. De esos hay (habemos)
muchos. Y también todos tenemos nuestros ratos. La palabra ‘radical’ no es una
palabra peyorativa sino muy positiva, es aquel, aquella que tiene raíces
hondas, del latín ‘radices’, raíces hondas en los valores humanos pero sobre
todo en los valores evangélicos. Conociendo a nuestro Señor, yo me atrevo a
decir que él no quiere rechazar a los que no sirven para nada, sino al
contrario, el llamado que nos hace es a que nos decidamos a servir, a dar
fruto.
El terreno con espinos son aquellos que se dejan
ahogar por el ambiente, por las preocupaciones de la vida o por amor al dinero
o a este mundo. Es necesario pedir la fuerza de Dios para no dejarse sofocar
sino poder servir en su obra.
La pregunta que nos hemos de hacer cada uno de
nosotros es: ¿Qué frutos está esperando Dios de mí? ¿Cómo le estoy
respondiendo? Cada cristiano y toda la Iglesia en su conjunto hemos de
responder.