Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




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CÓMO HACE FALTA QUE LOS CRISTIANOS SEAMOS GENTES DE ORACIÓN

Domingo 9 de agosto de 2020

19º ordinario

Carlos Pérez B., pbro.

 

No perdamos de vista el recorrido que venimos haciendo del evangelio según san Mateo: la exposición del reino de los cielos por medio de parábolas, en el cap. 13. Luego, en este cap. 14, el extraordinario momento de reino que fue el milagro de los panes, es decir, experimentar en carne propia la gracia del Padre que alimenta a sus hijos y a todas sus criaturas; momento de fraternidad, compartir la mesa común que el Padre sirve para los pobres, esa muchedumbre que movía a compasión a Jesús.

Una vez que sus servidores, los discípulos, terminan de recoger esa ‘mesa’ de la abundancia, los hace subir a la barca en la que habían llegado, mientras él despide a la gente, y enseguida sube al monte a orar. Cuando Jesucristo supo del martirio de Juan Bautista, ése era su propósito inicial al buscar un lugar solitario y apartado (ver Mateo 14,13), seguramente para discernir y acoger en ambiente de oración la muerte del que era su precursor. La gente no se lo permitió al desembarcar, pero él no se queda con las ganas, recibe a la muchedumbre, está con todos ellos, les sirve la mesa hasta que los despacha a su casa. Una vez solo, incluso sin sus discípulos, se va al monte, a pasar la noche en oración hasta la madrugada.

¿Cómo se imaginan ustedes la oración de Jesús? ¿Cuántos rezos repetiría, cuántas palabras, cuántas alabanzas desde el atardecer hasta la madrugada? ¿O quizá repasó la sagrada Escritura, como era su gusto y su costumbre? Yo me lo imagino más bien en silencio, en un recogimiento personal para asimilar la muerte de Juan, para fortalecerse con la presencia del Padre, para envolverse de su amor, para aceptar en la obediencia el sacrificio de los que sirven a Dios.

Jesús baja del monte cuando la barca ya va lejos de la orilla, pero, oh sorpresa, lo hace caminando sobre el agua. ¡Qué imágenes tan contrastantes! Los discípulos primero luchan contra el viento y contra el mar, pero enseguida, según ellos, se topan con un fantasma y pegan gritos de terror. Y como si no fuera suficiente con eso, nos encontramos con el miedo y la vacilación de Pedro: "¡Sálvame, Señor!”

Jesucristo viene de una oración intensa y prolongada. Los discípulos son hombres de poca fe. El hombre que está lleno de Dios se ve flotar sobre el agua, sobre las olas embravecidas, tener un paso firme aunque los vientos le sean contrarios. Los que son débiles, los que no saben que están en las manos de Dios, esos se tambalean ante las adversidades de la vida y sienten hundirse. ¿Será que no oran como Jesús?

De este grupo que viaja en la barca, ¿quién puede llegar a la cruz decididamente? Así nosotros y así toda nuestra Iglesia. En estos tiempos de pandemia, no vayamos a caer en la tentación de querer un acto de magia de Dios para librarnos de ella. No. Lo que necesitamos es la fortaleza de su Espíritu para sobrellevarla. El martirio de Juan, la cruz que le espera a Cristo, nos deben de privar de pensar que nada nos va a pasar. Al contrario, si nos pasa lo que a tantos contagiados les ha pasado, que sea por servir en la obra de Cristo. Pero para hacernos de la fuerza de Jesús es necesario que oremos intensa y profundamente. No que recemos mucho. Jesucristo ya nos había enseñado, desde el capítulo 6 (ver versículo 7), que no debemos repetir palabras y palabras, porque la palabrería es propia de los paganos. En estos tiempos de pandemia, de ambiente de violencia, de crisis económica y social, cómo hace falta que los cristianos seamos gentes de oración.

Ya en términos pastorales: nosotros le insistimos tanto a nuestra gente que haga oración. La gente nos oye, pero ¿saben hacer oración? Seguramente todos entienden nuestra insistencia en este sentido: si rezamos un ‘padre nuestro’ y un ‘avemaría’ al levantarnos y de nuevo lo hacemos al acostarnos, entonces debemos pensar que habrá que hacerlo más veces a lo largo del día. Algo es algo, dirán muchos, pero la verdad es que se trata de una espiritualidad muy pobre, raquítica. Hay que ofrecer medios para que aprendamos todos juntos a hacer oración, como por ejemplo los talleres de oración y vida. Es necesario acercarnos más a las personas si es que ellas no vienen a nosotros

 

 

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