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LA FE DE UNA MUJER
PAGANA
Domingo 16 de agosto de 2020
20º ordinario
Mateo 15,21-28.
Carlos Pérez B., pbro.
Escuchemos este relato evangélico como si fuera la primera vez que lo escucháramos,
para dejarnos evangelizar por la pedagogía de nuestro Maestro, para vivirlo
como lo vivieron las gentes en aquel tiempo. Lo primero que nos pasaría a
nosotros sería la extrañeza de ser testigos de un Jesucristo que nos
desconcierta. Como que no parece que Jesucristo es el Jesucristo que nosotros
conocemos: el amigo de los pobres, el que siente compasión por los más
amolados, el que es abierto a todas las personas, sean de la cultura, raza o
religión que sean, el hombre universal.
Esta mujer no es judía, es cananea, de los pueblos paganos que rodeaban
al país de Israel. Gentes con prácticas religiosas muy distintas al monoteísmo
de los judíos. Es la región de lo que hoy es Líbano, donde hace unos días
sucedió una explosión muy grande. Detengámonos en los varios momentos o pasos
que tuvo que seguir esta mujer para sacarle un milagro a Jesús.
1º Esta mujer le sale al encuentro gritando: "Señor, hijo de David,
ten compasión de mí”. ¿Cuál fue la respuesta de Jesús a estos gritos
angustiosos? En ellos vemos y escuchamos los gritos y sufrimientos de tantas
madres y padres de familia que buscan a sus hijos, que navegan por alguna
enfermedad para la cual nomás no encuentran cura, el llanto de las madres que
han recibido muertos a sus hijos. ¿Acaso el Hijo de Dios que es todo compasión
no la va a sentir ahora porque esta mujer es cananea? Pues de momento no. La
respuesta de Jesús es el silencio, la indiferencia, el ignorarla: "no le
contestó una sola palabra”. ¡Qué raro se nos parece Jesús!
2º Pero ella no se hace a un lado, sigue insistiendo. Son los
discípulos, mejor que el Maestro, los que se compadecen de ella, o al menos que
se sienten importunados por sus gritos. La respuesta es la negativa de Jesús: "yo
no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”. No
sabíamos eso, porque como ya nos sabemos el último capítulo de este evangelio,
pues estamos seguros de que Jesús nos envía a todas las naciones. Pobre mujer,
hasta a nosotros nos mueve a compasión: ‘Maestro, atiéndela, ¿no miras su
angustia?’
3º Y todavía nos queda un momento más de rechazo. Esta mujer se postra
delante de Jesús para decirle con angustia: "Señor, ayúdame”. Aquí sí
que Jesucristo nos escandaliza. Si esto sucediera hoy, lo acusaríamos de
discriminador y racista: "No está bien quitarles el pan a los
hijos para echárselo a los perritos”. Los judíos consideraban a los pueblos paganos como perros o como
cerdos. Eso piensan los musulmanes hoy día de nosotros.
4º
Pues finalmente la mujer, lejos de mostrarse ofendida, toma las palabras de
Jesús como su propia arma: "también los
perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Y ahora sí
que Jesús toma su figura original: "Mujer,
¡qué grande es tu fe!”.
Habría
que preguntarnos si los creyentes de hoy día somos capaces de seguirle sus
procesos a Dios, con humildad, con obediencia, tal como esta mujer. Estas
palabras de Jesús no las diría un fariseo, escriba o sumo sacerdote. Primero,
porque se trata de una mujer, y los judíos nos pensaban que las mujeres fueran capaces
de tener fe. Segundo, porque menos aceptaría un judío que los paganos fueran
gente creyente… por eso son paganos, porque no tienen fe. Pero Jesucristo ve
las cosas de diferente manera. Para declararla creyente, Jesucristo no le pide
que recite el credo, como haría hoy la Iglesia. La fe no está en la cabeza o en
la memoria, sino en la vida. ¿Alguna vez se bautizaría esta mujer ya después de
haberse encontrado con Jesús para hacerse cristiana? Jesús no lo hizo, para él
lo más grande era su fe, dentro de su pueblo de ella, de su cultura. ¿Tenemos
nosotros la mente y la mirada de Jesús para nuestro tiempo? Somos una Iglesia
muy estrecha. Hace años un sacerdote escribió aquí en México un librito titulado 'Los pobres me han evangelizado'. Al leer este pasaje evangélico uno comprueba la verdad de esa afirmación. Esta pobre y sufrida mujer es un evangelio viviente, una buena noticia para nuestro mundo. Jesucristo la publica como tal.
Poco a
poco vamos aprendiendo, en la medida que estudiamos el Evangelio, a ser tan
abiertos como Jesús ante la diversidad de culturas, de razas, de creencias.
Hemos de evangelizar a las gentes con la buena noticia de la persona de
Jesucristo, y no para meter a las personas en nuestros esquemas.
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