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LA DINÁMICA DE LA CORRECCIÓN
FRATERNA
Domingo 6 de septiembre de 2020
23º ordinario
Mateo 18,15-20.
Carlos Pérez B., pbro.
Jesucristo vino a salvar a todos los seres humanos. Vino a salvarlos de
las ataduras del pecado, de la muerte, de las malas apetencias e inclinaciones
que sólo los conducen a la destrucción. Jesucristo vino a salvar al mundo pero
de una manera muy peculiar, tan sui generis como divina. No lo vino a salvar de
una manera mágica, como a muchos de nosotros nos hubiera gustado, la que no habría
sido una manera profundamente transformadora y eficaz como la que el Padre
escogió. Jesucristo, antes de entregar su vida en una cruz para ser el Señor de
la vida para todos, se dio a la tarea de proclamar la buena noticia de la
llegada del reino de Dios, el llamado, la convocatoria del Padre a participar
de la vida plena. La suya, fue una actividad sanadora, salvadora. De nada
serviría su anuncio del Evangelio si Dios no tuviera la confianza de que el ser
humano tiene capacidad de convertirse, de acoger su llamado, de abrir su
corazón a esa propuesta de Dios y tomar la decisión firme de caminar por ese
sendero de salvación, para sí mismo y para todos.
Pues bien, en el evangelio de hoy Jesucristo nos llama a participar de
esa tarea que es de él, trabajar por la salvación de los demás y desde luego de
uno mismo. La salvación de las personas no es un asunto individualista, no una
cuestión de cada quien. Ésa sería una espiritualidad ajena a Cristo. La obra de
Jesús es que todos trabajemos por la salvación de todos. Hoy nos ofrece una
dinámica que él mismo practicó y vivió con toda su persona: llamar a los
pecadores a la conversión, al cambio de vida. Estamos en el entendido de que
todos somos pecadores. Quienes piensen que no lo son, esos son fariseos y no
entran en los planes de Jesús.
¿Qué nos dice hoy Jesús? "Si tu hermano comete un
pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano”. No hay que leer esta frase a la ligera, hay que detenerse en lo que
nos está mandando Jesús. "Si tu hermano
comete un pecado”: oigamos bien. Ese hermano puedo ser yo mismo y otros me
tendrán que echar la mano. De eso se trata, de echarnos la mano, no se trata de
echarnos los pecados encima, para agredirnos unos a otros, pero no para
salvarnos. En el pasaje evangélico de hoy domingo no se lee el versículo 14 que
dice: "De la misma
manera, no es voluntad de su Padre celestial que se pierda uno solo de estos
pequeños”. Esta frase
lapidaria con la que sintetiza nuestro Señor Jesucristo el misterio de la
voluntad del Padre es el corolario de la parábola de la oveja perdida. ¿Por qué
sale el pastor a buscarla? Porque teniendo cien, le falta una, y a esa una la
ama, la busca, la carga sobre sus hombros, porque no quiere que siga perdida.
Esto se refiere a cada uno de los seres humanos y a toda la humanidad en su conjunto.
Para eso sirve la amonestación, para rescatar al hermano. Jesús no nos
pide que cerremos los ojos a los pecados propios y ajenos, porque eso equivaldría
a dejar los pecados ahí, donde están haciendo daño. Tampoco nos pide que
perdonemos a ciegas, sin hacer nada por el hermano. Esa clase de perdón no es
cristiana, es de las películas pero no del Evangelio de Jesús. Conviene repasar
lo que dice el profeta Ezequiel en la primera lectura: "Si yo pronuncio sentencia de muerte contra un
hombre, porque es malvado, y tú no lo amonestas para que se aparte del mal
camino, el malvado morirá por su culpa, pero yo te pediré a ti cuentas de su
vida”.
Si
quieres ganar a tu hermano, si quieres hacer algo por rescatarlo del pecado,
como otros lo tendrán que hacer contigo, entonces amonéstalo. No dice nuestro
Señor si suave o enérgicamente, eso lo dirá cada caso en particular, pero no lo
dejes tal como está, por ese falso respeto humano que tanto nos distingue.
Y
tan pedagógica es la enseñanza de Jesús, que nos ofrece todavía varios pasos
más: si no te hace caso, pues habla con otras personas para que sean varios los
que le ayuden a él o a mí. Y si no hace caso, pues traten ese asunto con la
comunidad. Y quedan todavía dos pasos más. Si no hace caso, pues considérenlo
un pagano o un publicano, es decir, un no hermano. Finalmente, si se arrepiente
(sinceramente, no falsamente, no convenencieramente), entonces habrán de
perdonarlo. ¿Cuántas veces? Hasta 70 veces siete, lo veremos en el evangelio
del próximo domingo.