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VIDA DE DESOBEDIENCIA
Domingo 27 de septiembre de 2020
26º ordinario
Mateo 21,28-32.
Carlos Pérez B., pbro.
1°.- En este mes de la Biblia quiero motivarlos a leerla,
preferentemente los santos evangelios. ¿Es importante, es necesario leer el
Evangelio de Jesús? ¡Claro que sí! Más aún, es nuestra identidad hacerlo, y yo
digo que todos los días. Nuestra identidad es ser discípulos de Jesús. No lo es
quien no vive en la escucha de su Palabra. ¿Dónde mejor que en los santos
evangelios encontramos las enseñanzas verbales, vivenciales del Maestro, sus
milagros, sus encuentros con las personas, su muerte y resurrección? Otras
devociones, por bonitas que sean, no tienen la fuerza, la integralidad, la cabalidad
que da la escucha del Maestro. Porque en ellas ya sean devociones, imágenes,
prácticas piadosas, no escuchamos a Jesús personalmente como lo hacemos cuando
nos ponemos a leer su Evangelio. Llevemos este mensaje a todos nuestros
católicos. Si todos los católicos fuéramos lectores (escuchas obedientes) de
los santos evangelios, nuestra Iglesia católica sería muy diferente.
2°.- En este capítulo 21, san Mateo nos platica la llegada de Jesús y
sus discípulos a la ciudad de Jerusalén. Esta era la meta del caminar de Jesús
desde Galilea, para celebrar y vivir su pascua. No hemos leído en esta
secuencia su entrada festiva a esta ciudad porque esta lectura la hicimos el
domingo de ramos. Una vez que Jesucristo entra en la ciudad, se dirige
directamente al templo y, ¿qué hace ahí? Expulsa a los vendedores que eran
empleados de los sumos sacerdotes. Esta expulsión era un golpe fuerte contra
esa clase dirigente del pueblo y contra esa estructura cultualista y legalista, la religión del templo y de la ley, que no era salvación para el pueblo.
Al día siguiente de la expulsión, por este golpe que reciben de un
simple galileo, los ancianos y los sumos sacerdotes que formaban el sanedrín,
la suprema autoridad religiosa del pueblo judío, se acercan a Jesús para
cuestionarle y reclamarle esta acción tan alevosa: "¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?”,
le preguntan. Ante sus reclamos, Jesús les propone algunas parábolas muy
directas y muy fuertes en las que denuncia su religiosidad vana, sus
incoherencias, su cerrazón a la gracia de Dios, su ser obstáculo para la
salvación propia y de los demás: la parábola de los dos hijos, que leemos hoy,
la parábola de los viñadores homicidas, la(s) parábola(s) de la fiesta de
bodas, para enseguida sostener algunos desencuentros con otros líderes
religiosos del pueblo. En los próximos domingos repasaremos algunos de estos
pasajes.
Comento este contexto para que entendamos el porqué de la gravedad de la
parábola y la aplicación que hace Jesús de ella. A estos dirigentes religiosos
del pueblo Jesucristo los describe como el hijo de la parábola que primero dijo
que sí iba a trabajar en la viña pero siempre no fue. ¿Y quiénes están
representados en el hijo que primero dijo que no iba pero siempre sí fue? Los
publicanos, las prostitutas, los pecadores, quienes primero le dijeron a Dios
que no, pero con su cambio de vida, han entrado en la obediencia de Dios.
Hay que reconocer la franqueza de la palabra de nuestro Señor.
Jesucristo no se anda con delicadezas si de decir la verdad se trata, no se
anda con rodeos, no suaviza las cosas, las dice con toda claridad, sin pelos en
la lengua. Tengamos en cuenta que Jesús está dirigiéndose a personas más que
respetables en el pueblo, a los sumos sacerdotes y ancianos del sanedrín. Y
repito, ¿quién es él? Jesús no tiene ningún cargo en el templo de Jerusalén ni
en el pueblo, es un simple galileo, un artesano de Nazaret, digámoslo así con
simpleza, un don nadie. Pues este galileo humanamente insignificante se atreve
a compararlos con los que ellos consideraban lo peorcito de la sociedad: los
publicanos y las mujeres de la mala vida.
Todos los cristianos, especialmente los sacerdotes, hemos de aprender a
decir las cosas como Jesús, con claridad, con profundidad, con seguridad, desde
la certeza de nuestra vida de fe. Por eso a Jesús el pueblo lo identificaba más
fácilmente con la corriente profética que con la corriente sacerdotal.
¿Cómo tenemos que acoger en nuestros días esta parábola? Los dirigentes
de la religión tenemos que ponernos al frente. Revisemos nuestra coherencia de
vida o nuestras incongruencias, es decir, nuestra doble vida. También todos los
católicos más cercanos a las cosas de la Iglesia tomemos nuestra parte. Con
nuestros actos externos de religiosidad, rezos, devociones, sacramentos, etc.,
le estamos diciendo a Dios que sí vamos a trabajar en la viña, es decir, le
estamos diciendo que sí a su propuesta de gracia y de salvación. Pero en
nuestra vida de a de veras, más allá de nuestros actos religiosos, en nuestra
vida de familia, en nuestro trabajo, en nuestra vida social, es posible que le
estemos quedando mal a Dios. Esto ha sucedido y se ha puesto al descubierto en
los tiempos actuales. Algunos sacerdotes han deteriorado la imagen de la
Iglesia, y la misma jerarquía se estuvo encargando de cuidar las apariencias,
algo con lo que de ninguna manera estaría de acuerdo nuestro señor Jesucristo.
Al
igual que la religión judía de aquellos dirigentes, también nosotros tendremos
que reconocer que, si no vivimos coherentemente la buena noticia de la
salvación de Dios para esta humanidad, tanto en nuestras palabras como en
nuestros hechos de vida, en nuestra caridad, en nuestro apostolado, en nuestra
solidaridad con las mejores causas de la humanidad, entonces, esta estructura
eclesiástica tan cultualista que nos hemos fabricado no será más que una mera
cáscara, un disfraz que trata de ocultar nuestra vida de desobediencia a la
Palabra de Dios.