Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




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¿SOMOS CRISTIANOS E IGLESIA QUE PRODUCE FRUTOS?

Domingo 4 de octubre de 2020

27º ordinario

Mateo 21,28-32.

Carlos Pérez B., pbro.

 

En este capítulo 21, san Mateo nos platica la llegada de Jesucristo a la ciudad de Jerusalén. Al llegar, acompañado de sus discípulos y más seguidores, se dirigió inmediatamente al templo, ¿y qué fue a hacer al templo? Como en otras ocasiones les subrayo, no fue a persignarse o a rezar, como lo hacemos nosotros, o a presentar alguna ofrenda. Fue a echar pleito con la clase dirigente del pueblo judío, los sumos sacerdotes y los ancianos del sanedrín. Expulsó de los atrios del templo a los vendedores, los cuales eran empleados de los sumos sacerdotes. Estos controlaban toda la administración del templo: el culto y la legislación de Moisés. Por eso, al día siguiente, abordan a Jesús para reclamarle: "¿con qué autoridad haces eso?” (Mateo 21,23). Se refieren a su acción de expulsar a sus vendedores. En esta plática, Jesús les echa en cara su vida y su religiosidad falsas. La primera parábola es la de los dos hijos que escuchamos el domingo pasado. Luego sigue la parábola de los trabajadores asesinos que acabamos de escuchar hoy, y el domingo próximo, la parábola del banquete de bodas, parábola que parecen ser más bien dos.

De manera admirable, les y nos hace una síntesis de la historia de la salvación, la cual tiene su punto culminante en la muerte del Hijo. Si repasamos la Biblia comprobaremos el hostigamiento y la persecución, incluso hasta la muerte, de los profetas que Dios le enviaba a su pueblo elegido desde la antigüedad. La pareja real, Ajab y Jezabel, persiguieron y quisieron ejecutar al profeta Elías. Al profeta Amós, el sacerdote de Betel, Amasías le prohibió seguir profetizando en ese santuario y lo expulsó de ahí; a Jeremías le hicieron ver su suerte al grado de ya no querer vivir, y lo echaron en un pozo; a Zacarías lo mataron entre el atrio y el altar (ver Mateo 23,35), a Juan Bautista lo encarcelaron y lo decapitaron... A san Pablo, algunos judíos hicieron voto de ayuno hasta conseguir matarlo. Pero lo más impactante es la condena a morir en la cruz del más bello y el más bueno de los hombres, del mismísimo Hijo de Dios. El relato de su pasión siempre nos produce profundos escalofríos por la cantidad de dolores que le produjeron.

¿Qué merecen esos dirigentes tan encerrados en su religiosidad y en su mentalidad, incapaces e impermeables a todo llamado a su conversión, y dispuestos incluso a condenar a muerte a un adversario? No dejemos de sorprendernos por la manera tan aguda como consigue Jesús que ellos mismos dicten, como buenos jueces que se creían, su propia sentencia de muerte: "Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores que le entreguen los frutos a su tiempo”. Conste que no es Jesús el que dicta sentencia de muerte, porque él había venido a dar vida, no a quitarla. Son ellos los agentes de muerte. Así como dictan su propia sentencia de muerte, también dictarán la sentencia de muerte para Jesús ante al sanedrín y ante Pilato.

Veámonos a nosotros mismos en este pasaje evangélico, veamos a nuestra sociedad, a nuestras autoridades civiles, también, con valentía, veámonos a nosotros, autoridades eclesiásticas, miremos a nuestro mundo atrapado en el proyecto de la muerte. ¿Qué permeables o impermeables somos ante los mensajes que recibimos de hombres y mujeres de buen espíritu en los que nos invitan a entrar en un nuevo orden social, económico, político y no se diga religioso? Nuestro Señor vino a proclamar el proyecto del Padre de hacer una nueva humanidad, desde las raíces del corazón del ser humano, desde su espíritu y desde el Espíritu. Esta propuesta continúa resonando hoy día y no necesariamente proviene de personas de Iglesia, y no necesariamente de personas estudiadas. ¿Cómo reaccionamos ante ellas? Los poderes de este mundo se lanzan contra esas personas queriendo acallar todo grito, todo reclamo de un mundo más igualitario y más justo. Hoy día hay quienes serían capaces de desaparecer a sus adversarios, o al menos de desear su muerte. Esto se da cuando una religiosidad se convierte en ideología, y una ideología que conduce al fanatismo.

Todos, cristianos en lo personal e Iglesia en su conjunto, estamos llamados a cambiar de actitud, a ser fecundos en frutos de vida como el Maestro, a dejar de ser una religión estéril que no salva, no vaya a ser que se nos quite todo lo que se nos ha dado y se le dé a otro pueblo que sí produzca sus frutos.

 


 

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