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AMAR A DIOS EN EL PRÓJIMO
Domingo 25 de octubre de 2020
30º ordinario
Mateo 22,34-40.
Carlos Pérez B., pbro.
Seguimos
contemplando a Jesucristo nuestro Señor y Maestro en los atrios del templo de
Jerusalén, a donde había llegado desde Galilea precisamente para vivir su
confrontación final con la clase dirigente del pueblo judío: los sumos
sacerdotes, los ancianos del sanedrín, fariseos, saduceos, escribas, y hasta
con los heredianos. Hoy domingo nos hemos saltado el pasaje de la pregunta de
los saduceos sobre la resurrección de los muertos (que proclamamos el año
pasado en San Lucas), y leemos la comparecencia ante Jesús de un doctor de
la ley, es decir, una persona muy docta o estudiada en la ley de Moisés. Éste le
pregunta a Jesús: ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? Quienes han
leído o se han asomado a los primeros cinco libros de la Biblia,
particularmente del Éxodo al Deuteronomio, se habrán dado cuenta de la cantidad
de mandamientos que Dios le dejó al pueblo judío por medio de Moisés. Les leo
un ejemplo: "No entregarás a su amo el esclavo que se haya acogido a ti huyendo de
él. Se quedará contigo… No habrá hieródula entre las israelitas, ni hieródulo
entre los israelitas. No llevarás a la casa de Yahveh tu Dios don de prostituta
ni salario de perro, sea cual fuere el voto que hayas hecho: porque ambos son
abominación para Yahveh tu Dios. No prestarás a interés a tu hermano, ya se
trate de réditos de dinero, o de víveres, o de cualquier otra cosa que produzca
interés… Si haces un voto a Yahveh tu Dios, no tardarás en cumplirlo… Si entras
en la viña de tu prójimo, podrás comer todas las uvas que quieras, hasta
saciarte, pero no las meterás en tu zurrón. Si pasas por las mieses de tu
prójimo, podrás arrancar espigas con tu mano, pero no meterás la hoz en la mies
de tu prójimo” (Deuteronomio 23,16-26). Nosotros estamos todavía más legalizados,
tenemos leyes penales, laborales, familiares, civiles, fiscales, leyes de
vialidad, electorales, etc., etc. Entre tantas leyes nos podemos despistar y
dejar de lado lo que es más importante, tanto en la sociedad como en la
Iglesia.
Siempre y en todas las cosas, es necesario preguntarnos qué es lo más
importante, para no quedarnos en lo secundario, como solemos hacerlo. Claro que
no es lo mismo tener leyes para todo que obedecerlas. Somos una sociedad que,
salvo algunas excepciones, buscamos evadirnos de la ley para sacar ventaja
personal, no tanto para respetar la justicia y los derechos de los demás.
Hay que agradecerle a este doctor de la ley que le haya hecho esta
pregunta a Jesús, con buenas o malas intenciones. Los beneficiados somos
nosotros por la oportunidad que le ha brindado a Jesús de enseñarnos en su
calidad de Maestro. Nuestro Señor es sabio, es profundo y va a lo más
importante. Jesús le contesta lo que este doctor ya sabía, porque es algo que
él recitaba todos los días, por lo menos dos veces diarias (el ‘Shemá Israel’,
que encontramos en Deuteronomio 6,4-5, y que en san Marcos 12,29 leemos más
completa la respuesta de Jesús), más el segundo mandamiento que Jesús añade por
su cuenta (ver Levítico 19,18).
Sólo
Dios es Dios, leemos en muchos lugares de la Sagrada Escritura, incluso en la
enseñanza de nuestro Maestro. "Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto", le decía Jesús al diablo en el desierto (Mateo 4,10). Amar a Dios por encima de todas las cosas es para nosotros lo absoluto, todo lo demás es relativo. Escuchar su Palabra, acogerla en el corazón para obedecerla, para entrar con toda nuestra vida en sintonía con ella, acoger la Persona de Jesús como expresión máxima de la voluntad del Padre, acoger su Santo Espíritu es para nosotros vivir en el amor a Dios. Es más, aceptar su amor como lo más gratuito, es para nosotros amar a Dios. Nada podemos idolatrar en este mundo, sólo a Dios hay que adorar y servir.
Y si su Palabra sembrada en nuestros corazones, aún antes de conocer su
Palabra escrita, nos orienta hacia el amor al prójimo, pues, no podemos amar a
Dios a quien no vemos, si no amamos a nuestros hermanos a quienes sí vemos (ver
1 Juan 4,20).
Hay que precisar que el amor al prójimo no es simplemente un sentimiento
intimista, un saludo con una sonrisa, o un favor esporádico. El verdadero
cristiano, que aún no somos nosotros, es el que ama a su prójimo ‘como a sí
mismo’. Nuestro Señor es ejemplo de eso, al llegar a la cruz se amó menos a sí
mismo que a aquellos por los que estaba entregando su vida.
Y ese amor al prójimo nos ha de llevar a transformar radicalmente nuestra sociedad y nuestra economía para que todos tengan lo que yo tengo: alimento, vestido, casa, educación, salud, trabajo, el amor de una familia, paz, justicia, bienestar.