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DIOS NOS LLAMA A LA PLENA FELICIDAD
Domingo 1 de noviembre de 2020
Solemnidad de todos los santos
Mateo 5,1-12.
Carlos Pérez B., pbro.
"El Señor nos quiere santos y no
espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada”, nos
dice el Papa Francisco en su exhortación apostólica ‘Gaudete et Exsultate’, en
la que nos habla de la vocación de todos los cristianos a la santidad.
Hoy celebramos a todos los santos. Muchos santos tienen su día propio en
el calendario litúrgico, como san Judas, san Francisco, santa Teresa, el beato
Antonio Chevrier, etc. Hoy los celebramos a todos. ¿Cuántos santos tenemos en
la Iglesia católica? Pues son más los santos cuyos nombres desconocemos, que
los santos conocidos. En realidad todos los cristianos hemos sido santificados
por Dios, aunque muchas veces nuestra vida, o momentos de nuestra vida, no
estén en sintonía con su santa voluntad. La de hoy es pues una fiesta de los
santos que ya están gozando de la vida eterna, y también de los santos que aún
estamos en la tierra.
Escuchamos en el evangelio un mensaje muy conocido por todos nosotros,
pero bien desconcertante. Esperamos que nunca dejemos de desconcertarnos y
siempre acojamos las palabras de nuestro Señor con mucha sorpresa, y sobre todo
con mucha obediencia. Jesucristo nos habla de la felicidad. Aquí propiamente no
menciona la palabra ‘santidad’, pero en realidad son equivalentes. Podemos
decir que felicidad y santidad son sinónimas. Santos son los que viven
plenamente la felicidad. Y la felicidad plena sólo la puede conceder Dios
nuestro Señor.
Qué manera tan maravillosa de Jesucristo de proponernos las cosas. Él
nos propone una regla de vida, pero no la expresa en forma de mandamientos.
Sólo nos revela en dónde se encuentra la verdadera felicidad. Porque encontrar
la felicidad es a lo que todos los seres humanos aspiramos. ¿Quién en este
mundo no aspira a ser feliz? Todos. Lamentablemente muchos buscan la felicidad
en donde no la pueden encontrar, en el dinero, en el poder, en el honor, la
gloria del mundo, los bienes materiales, la diversión, el sexo por el sexo, el
consumo como bien máximo, los medios electrónicos que con frecuencia se
apoderan de toda nuestra vida y todo nuestro tiempo. Si en estas cosas ponemos
el corazón, infelices de nosotros.
Jesucristo nos dice: "felices los
pobres” (Lucas 6), "felices los
pobres en el espíritu” (Mateo 5). Jesucristo nos diría: ‘no te mando que
seas pobre, sólo te digo que, si quieres ser feliz, busques la felicidad en la
pobreza material y espiritual. Allá tú si quieres encontrar la felicidad’. ¿De
veras la felicidad se encuentra en la pobreza? Entonces, ¿por qué los seres
humanos la buscamos en la riqueza? ¡Cuántos buscadores de tesoros hay en el
mundo, cuántos se afanan por sacarse la lotería, cuántos deseamos más y más
dinero! ¿No se habrá equivocado el Maestro? Pues veámoslo a él. Siendo Dios
quiso tomar para sí una carne como la nuestra (vean Filipenses 2,5), en el seno
de María, nació en un pesebre, se desenvolvió como un simple galileo, un
artesano de pueblo, fue amigo de los pobres, los enfermos y los pecadores. Su
felicidad estaba en anunciar el reino de Dios para todos ellos, en entregar la
vida para ellos y nosotros, para todo el género humano.
Cada una de las bienaventuranzas
que hemos escuchado en el evangelio de hoy, nos provoca desconcierto pero
encuentra su respuesta cabal en la vida de Jesús. Felices los que lloran, los que sufren. Si
lloran y sufren ¿cómo les puede llamar Jesús felices? Porque Jesús alcanza a
ver la felicidad en ellos como una vocación que les viene de Dios, y esa
felicidad les llegará del Autor de las más plenas felicidades. Así es que tú
también, si tienes penas y enfermedades, más aún, si te han llegado sufrimientos
por la obra de Jesús, puedes tener esa visión suya en quien el Padre eterno te
está llamando, convocando a la verdadera felicidad. Si comprendes esto, serás
feliz desde ahora.
Felices los que tienen hambre (en el
estómago, según san Lucas), hambre y sed de justicia (según san Mateo), felices
los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz. Más
aún, Jesucristo declara felices a los perseguidos por causa de la justicia, y a
los que padecen injurias, persecuciones y calumnias por causa de él. ¿Qué nos
dice Jesús? "Alégrense y salten de
contento”. ¿Cómo es posible alegrarse y hasta saltar de contento en
cualquiera de esas situaciones? Si tenemos una mirada corta, claro que no le
entendemos a Jesús. Pero si tenemos y cultivamos una mirada profunda como la de
nuestro Maestro, capaz de ver las entrañas del misterio de Dios, pues claro que
aún en esas adversidades seremos plenamente felices.
¿A poco creen que san Francisco,
santa Clara, santa Teresa, el beato Antonio Chevrier estaban mal de la cabeza
cuando eligieron esa forma de vida, como la de Jesús? Claro que no, estaban
mejor de la cabeza y del corazón como su Maestro.
Acojamos, pues, el llamado que nos recuerda
el Papa Francisco a la santidad: "El Señor nos quiere
santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada,
licuada”.