Maximino Cerezo Barredo, Pintor de la Liberación     




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NO DEJAR LAS COSAS PARA EL ÚLTIMO MOMENTO

Domingo 8 de noviembre de 2020

32° domingo ordinario

Mateo 25,1-13.

Carlos Pérez B., pbro.

 

En este capítulo 25, san Mateo nos presenta a nuestro Señor platicando con sus discípulos frente al templo de Jerusalén, hablando de la destrucción de esa construcción grandiosa y tan apreciada por los judíos, así como del regreso suyo al final de los tiempos. ¿Cuándo sucederá todo eso y cuáles señales precederán esos acontecimientos?, es la pregunta que le hacen los discípulos (Mateo 24,3). Después del anuncio y predicción de las cosas que van a sobrevenir después de su muerte y resurrección, concluye Jesús su enseñanza con dos parábolas y el juicio final.

Tanto el reino de los cielos como nosotros mismos, nos parecemos a estas diez muchachas. Así se acostumbraban en aquellos tiempos y lugares las fiestas de bodas. Qué bonito que Jesucristo una vez más compara el Reino de los cielos con una fiesta y no como un ambiente donde todo mundo está triste, o cansado, o callados. No, el reino de los cielos no es como un velorio, es como una fiesta de bodas. El novio, el festejado es desde luego Jesucristo, y nosotros, la Iglesia, somos la esposa con quien él se quiere desposar en fiesta y alegría.

¿Cómo hay que esperar y prepararse para ese momento? En realidad Jesucristo no nos está hablando de unos preparativos sino de una manera de vivir a la espera de la plenitud de los tiempos, del encuentro de esta pobre humanidad con el Dios eterno. Es, desde luego, una espera activa, aunque no lo menciona Jesús aquí. Hay que estar preparados como estas muchachas, con las lámparas encendidas y con el aceite requerido para que no se apaguen, antes del momento importante.

La vida cristiana no es cosa de urgencias, de último momento, de dejar todo hasta el final. Cuántas veces nuestros católicos tienen apuros porque el sacerdote vaya a ver a un enfermo que ya se está muriendo. Cuántas veces nuestros católicos tienen apuro, a última hora de bautizar a un niño, o de que haga la primera comunión un joven o un adulto, o la confirmación porque ya se va a casar, etc. También en nuestra vida familiar, en el trabajo, en asuntos sociales, cómo se nos ofrece hacer las cosas a último momento.

La vida cristiana hay que vivirla como un presente, como un estar en vela, vigilantes. Se vale dormirse, como lo dice Jesús aquí. Lo que no se vale es estar desprevenidos, descuidados, dejándonos llevar por la corriente de este mundo. ¿De qué le sirven al proyecto de Dios llamado reino, unos cristianos que no le echan ganas a su fe, a su trabajo por hacer presente el reino de Dios para esta humanidad, el reino de la justicia, de la paz, de la fraternidad? Imaginémonos una Iglesia formada por católicos que no van a misa, que no estudian a Jesucristo y su proyecto en los santos evangelios, que no alimentan su espiritualidad, que no viven la caridad con el hermano, que no trabajan por la paz, por los derechos humanos, por hacer este mundo más fraterno, más igualitario. ¿Acaso vino nuestro Señor a establecer una religiosidad en la que todo consiste en que la muerte no te agarre desprevenido? ¿Acaso una vida así le sirve al reino de los cielos?

Esta Iglesia nuestra, y sobre todo este mundo, necesita de constructores de una humanidad nueva. Contemplemos a Jesucristo en los santos evangelios. Con qué intensidad vivió él su vida, su entrega a los planes de Dios Padre. No desperdició su tiempo. Verdaderamente que él fue salvación y salud en cada momento de su vida. A eso estamos llamados, a ser salvación y salud nosotros en Cristo para nuestros hermanos.

 


 

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