MATERNIDAD DE MARÍA, AÑO NUEVO Y
JORNADA POR LA PAZ
Viernes 1 de enero de 2021
Lucas 2,16-21.
Carlos Pérez B., pbro.
En el ánimo de casi
todas las gentes está el año nuevo. Un año se ha
terminado, otro comienza (algo completamente convencional). Un año que, muchos dirán, está para el olvido. Muchas personas se
nos han ido de este mundo, muchos otros han quedado físicamente lastimados por
la enfermedad. Todos hemos vivido en el temor de vernos contagiados. Las misas
con presencia de fieles están suspendidas, no sólo por el virus sino también
por la cerrazón de nuestras autoridades. Hubieran podido diversificar las
medidas en vez de hacer un cerrón absoluto. Los grupos y el catecismo, así como
las escuelas, están cerrados. No dejamos de lamentarnos esta desgracia que nos
ha llegado como nunca. Los que estamos más viejos lo decimos: nunca nos había
tocado algo así, aunque históricamente la humanidad ha padecido varias epidemias
y pandemias. Las vacunas se han empezado a asomar y eso nos ha inyectado una
poca de esperanza, vemos una luz al final del túnel. Quizá pronto podamos salir
de nuestro encierro. Muchas empresas y pequeños negocios han cerrado sus
puertas, unos con pérdidas muy grandes, otros han cerrado definitivamente. Lo
que más nos puede es la insensibilidad e ineficacia de nuestras autoridades que
no han sabido administrar con justicia el peso de la pandemia. Negocio que
cierran, negocio que debieron haber indemnizado, aunque sea parcialmente.
Muchas familias se han quedado sin sustento. Ha habido hambre, a lo que se suma
la sequía extrema que padece nuestro estado. También este encierro nos ha
afectado psicológicamente, no sabemos qué efectos produzca en nuestros niños. Etc.,
etc. Sigue el ambiente de violencia, la corrupción, la trampa, la mentira, la indiferencia, el egoísmo. Nuestra Iglesia se ha quedado corta en su labor profética. Pero, al contrario, esta pandemia ha suscitado más solidaridad en algunos, han aflorado los buenos sentimientos de muchos, también se ha incentivado nuestra creatividad y nuestro afán apostólico para comunicar nuestra Buena Noticia.
Les extrañará, pero
yo quiero invitarlos a darle gracias a Dios por este año que se ha terminado. A
veces los males no nos dejan ver las gracias, dones y bendiciones que nos vienen
de parte de Dios. Estamos vivos, la mayoría se han recuperado. Si en nuestro
estado han fallecido por este mal más de 4 mil personas, también se han
recuperado casi 30 mil. Además del alimento material, tenemos otro alimento que
nos nutre espiritualmente, su Palabra, la tenemos al alcance de nuestra mano.
Nos hemos visto privados del sacramento, esa minoría de 10% de los católicos
que acostumbraba asistir a misa los domingos, pero la oración no nos ha
faltado. Dios está con nosotros. El que murió en la cruz es el que nos
fortifica con su ejemplo: "en la casa de
mi Padre hay muchas habitaciones… y yo voy a prepararles un lugar” (Juan
14,2). Cada uno de nosotros tendrá que hacer un recuento personal de este año
que se ha terminado. Yo siempre los invito a hacerlo año con año. Con una buena espiritualidad, nutrida por la Palabra del Maestro, este año fatídico se puede convertir en una oportunidad de gracia (kairós). Las pruebas fortalecen nuestra fe.
Pero la fiesta
litúrgica de hoy no es el año nuevo, sino la maternidad de María. La Navidad,
no dejo de repetirlo, no es cosa de un día, sino de un tiempo litúrgico. Y
estas fiestas nos ayudan a seguir celebrando el nacimiento de nuestro Salvador.
Navidad, sagrada Familia, Maternidad de María, Epifanía. Es el misterio
inagotable de Dios lo que no acabamos de comprender, de celebrar, entender, de vivir.
Hoy contemplamos y celebramos que María es verdadera madre del Hijo de Dios que
se ha encarnado en ella. Así como la Virgen es parte de la Encarnación del
Verbo, también nosotros nos sentimos honrados porque Jesucristo ha querido
compartir nuestra corporalidad, frágil, débil, limitada. Ahora tenemos un
motivo más que de sobra para no considerar nuestra carnalidad como algo malo;
inclinada al mal, sí, pero no mala en sí misma, porque es creación de Dios,
porque ya es parte de la divinidad de Jesús. Ahora todo ser humano ha de ser
visto, con mayor razón que antes, como sagrado.
También este día, 1°
enero, celebramos la jornada mundial de la tan anhelada paz. La paz no sólo es
una tarea que nosotros hemos de realizar, sino sobre todo, es un don de Dios,
porque los seres humanos, frágiles e inclinados al mal, no somos capaces de
crear una paz verdadera, profunda, universal, sólo si nos dejamos llevar por el
Espíritu la conseguiremos. El Papa Francisco nos ha enviado un mensaje para
esta jornada que podría sintetizarse en esta frase: No hay
paz sin la cultura del cuidado, cuidado de las personas, especialmente los más
pobres, los descartados, cuidado de las demás criaturas, cuidado de nuestra
naturaleza. Tomemos todos conciencia, o vayamos tomando conciencia activa
paulatinamente de que este cuidado nos puede conducir a la paz, que no deja de
ser un don de Dios. Al aproximarse Jesús a Jerusalén, en los días finales de su
vida mortal, exclamó algo que también es para nosotros: "¡Si también tú
conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus
ojos”
(Lucas 19,42).