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NO TIENE SENTIDO SER CATÓLICOS SIN
SEGUIR A JESUCRISTO
Domingo 17 de enero de 2021
Juan 1,35-42.
Carlos Pérez B., pbro.
El llamado de Dios o la vocación, es el tema central de
las lecturas de este domingo. En el primer libro de Samuel escuchamos cómo Dios
lo llamó para ser su vocero para el pueblo. En el salmo responsorial le pedimos
a Dios que abra nuestros oídos para escuchar obedientemente su voz. De alguna
manera también san Pablo se une a este llamado: el cuerpo es para Dios,
entendiendo que debemos entrar integralmente en sintonía con su santa voluntad.
Y no se diga el pasaje evangélico dominical, el llamado de los primeros discípulos,
Andrés, Simón y otro discípulo que no pone su nombre. Este pasaje es muy propio
del evangelista san Juan. Hay que decir que los otros tres colocan el llamado
de Jesús en el lago de Galilea. Mateo y Marcos nos dicen que a la orilla del
lago; Lucas, por su parte, en alta mar, en la pesca milagrosa. Cada evangelista
plasma la vocación a partir de la experiencia de toda una comunidad creyente
que es plenamente consciente que el Maestro es el que llama, en infinidad de
circunstancias, a sus seguidores y colaboradores en su Obra.
Quisiera decir primero que la palabra vocación viene del
verbo latino ‘vocare’, que se traduce como ‘llamar’. Así debemos entender la
palabra ‘vocación’. Decir que alguien tiene vocación para la música, o para un
arte manual, no significa que tenga simplemente habilidades para eso, sino que
Dios lo llama a servir por ese camino. Un sacerdote no tiene vocación porque le
gustan las cosas de la Iglesia, la liturgia, el rezo, etc., sino porque ha
discernido que Jesucristo es el que lo llama. Y así todos los ministerios que
tenemos en la Iglesia: la catequista de niños, el ministro de la comunión, el
catequista de jóvenes, el apóstol de obreros y campesinos, el que milita como
católico en algún movimiento social, el y la que se dedica a la pastoral
familiar, el ministro de los enfermos, etc., etc.; necesario es que tengan
conciencia que Dios es quien los llama a desempeñar ese servicio. Y en
realidad, aunque nos dediquemos a un ministerio específico, todos los católicos
debemos tener conciencia de que Jesucristo nos llama en los santos evangelios,
a vivir la caridad, como nuestra prioridad cristiana, a proclamar su Evangelio
por todas partes y a todas las gentes, a vivir la oración y el sacramento por
la salvación de este mundo nuestro. Ésta es nuestra vocación cristiana. Todos
los discípulos de Jesús estamos llamados a servir y no a ser servidos.
Despertar el llamado de Dios es la tarea que tenemos
pendiente realizar en todos nuestros católicos. No busques el matrimonio porque
te gusta mucho tal muchacha o muchacho, sino porque Dios te está llamando por
ese camino, y es para que te pongas al servicio de su Obra de salvación de este
mundo. No busques tal o cual profesión u oficio, sino porque ahí te quiere
Jesucristo.
En los encuentros personales que tengo, y también en las
celebraciones, acostumbro mucho preguntarle a cada quien: ¿está usted yendo a
misa los domingos? ¿Es usted lector habitual de la sagrada Escritura,
especialmente de los santos evangelios? ¿Está desempeñando alguna actividad o ministerio
al servicio de la Iglesia y de la sociedad de manera gratuita? Ya se imaginarán
cuál es la respuesta a cada una de estas preguntas en la inmensa mayoría de los
casos. Somos una Iglesia, me refiero al conjunto de los católicos, que sólo
vivimos una fe como un accesorio religioso: porque decimos creer en Dios como
un mero acto mental, porque de vez en cuando recitamos alguna oración, que
generalmente no nos sabemos bien, porque tenemos alguna imagen en la casa o
colgada en el cuello, o porque estamos acostumbrados a ser católicos sin saber
por qué. Y la culpa no es de nuestra gente, sino de nosotros los sacerdotes que
no cultivamos la vida cristiana como una respuesta al llamado de Jesús que nos
habla para que nos pongamos a servir en su Obra de la transformación de este
mundo en algo que Dios nos está pidiendo a gritos, sólo que no lo escuchamos.
Jesucristo ha pasado frente a nosotros, así como lo
acabamos de escuchar en el evangelio:
Los dos
discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos,
y viendo que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscan? Ellos le contestaron:
¿Dónde vives, Rabí? (Rabí significa ‘maestro’). Él les dijo: Vengan a ver.
Fueron, pues, vieron dónde vivía y ese día se quedaron con él”.
Jesucristo no les dice cuál es la dirección de su
domicilio. Sería un error buscarlo en una sola parte: búscame en catedral, o en
tal parroquia, o en el obispado. Claro que no. De lo que se trata es de que te
vayas con Jesús con toda tu persona. Él camina entre las gentes, entre los
pobres, anda buscando a todos los que precisan la salvación de Dios, es decir,
a todo este mundo.
Hemos de vivir nuestra fe católica como un seguimiento
de Jesús. El ser discípulos se va ejerciendo en la escucha-lectura de los
santos evangelios. No los leamos como se lee un libro. Dejemos que Jesucristo
nos vaya formando, esa es nuestra relación Maestro-discípulo que él quiere
entablar. Queremos ser como Jesucristo quiere que seamos, y hagamos, y vivamos.