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EL LUGAR DE LA PALABRA EN LA VIDA
DEL CRISTIANO Y DE LA IGLESIA
Domingo 24 de enero de 2021, 3°
ordinario
Marcos 1,14-20.
Carlos Pérez B., pbro.
Estamos celebrando y viviendo el octavario por la unidad
de los cristianos. Decimos creer en Cristo pero los cristianos estamos muy
divididos en muchas sectas, siendo que Cristo es uno solo. Por eso nos unimos a
esta intención de toda nuestra Iglesia. Sabemos que Jesucristo no fundó muchas
iglesias sino que nos convoca a formar una sola familia que se reúne en su
nombre, en la diversidad. Cada año la Iglesia celebra y vive este octavario por
la unidad de los cristianos, en conjunto con otras Iglesias, del 18 al 25 de
enero. La unidad de los cristianos es un don que tenemos que suplicarle al
Padre eterno, autor de toda unidad y armonía.
Por convocatoria
del Papa Francisco, celebramos en este 3er. Domingo del tiempo ordinario, el "Domingo
de la Palabra”. En la Iglesia católica nos hace mucha falta ponernos al
corriente sobre el lugar que ocupa la sagrada Escritura en la vida de la
Iglesia y en la vida de cada cristiano. Nuestros católicos no tienen el hábito
de leer la Biblia cotidianamente. Hagámonos todos portadores de este mensaje
que les quiero comunicar.
La Biblia no debe ser un adorno en
nuestras casas.
La Biblia no es un mero libro de
lectura, como se lee un periódico o una revista.
La Biblia no es meramente un
artículo religioso que nos mueva a la devoción.
La Biblia no es un libro de
oraciones, aunque las tiene y muy bellas. Es mucho más que eso.
La Biblia no es un ídolo que deba
ser adorado o al que le debamos rendir culto externo y quedarnos en eso.
¿Qué es la Biblia para nosotros los
cristianos?
Hay que decir, primero, que para el
pueblo judío la Biblia era el centro y la base de su religiosidad. No lo era ni
el culto, ni las oraciones, ni mucho menos el templo de Jerusalén. Leemos en Deuteronomio
4,12-14: "Yahveh les habló de en medio del fuego; ustedes oían rumor de palabras, pero no percibían figura alguna, sino sólo una voz. Él les reveló su alianza, que les mandó poner en práctica, las diez Palabras que escribió en dos tablas de piedra. Y a mí me mandó entonces Yahveh que les enseñase los preceptos y normas que ustedes deberían poner en práctica".
Así es, la obediencia a la Palabra de Dios era la religión más pura que
identificaba al pueblo elegido. También nuestro Señor Jesucristo se colocaría
en línea de esta tradición. Nos dice: "No
todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el
que haga la voluntad de mi Padre celestial… Así pues, todo el que oiga estas
palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó
su casa sobre roca” (Mateo 7,21-24).
La Biblia es un ‘instrumento’ para
conectarnos con la voluntad de Dios nuestro Padre, expresada fehacientemente en
su Hijo Jesucristo y ayudados con la luz y la fuerza de su Santo Espíritu. Lo
nuestro no son las prácticas religiosas, sino la obediencia a la Palabra. Se
trata de poner toda nuestra persona de creyentes en sintonía con la Palabra de
Dios. Pero los cristianos vivimos esta convicción: la parte más importante de
la Biblia son los santos evangelios. ¿Por qué? Porque nos ponen en contacto
directo con Jesucristo, el Hijo de Dios, la Palabra del Padre hecha carne. Toda
la Biblia es Palabra de Dios, pero la clave para entenderla correctamente es a
partir de las enseñanzas de Jesucristo. Hay que decir que nosotros no somos
discípulos de Moisés (a quien se le atribuyen los primeros libros de la
Biblia), ni del rey David o Salomón (a quienes se les atribuyen algunos libros
sapienciales), ni de alguno de los profetas. Nosotros somos discípulos de
Jesucristo, la revelación perfecta del Padre.
Así acogemos el pasaje evangélico de
hoy. Jesucristo empieza su ministerio llamando a unos pescadores para hacerlos
pescadores de seres humanos. Él es, en Persona, la Buena Noticia o Evangelio de
la salvación para toda esta humanidad. Nadie es cristiano o católico por
iniciativa propia, porque reza mucho, porque se ha decidido a portarse mejor.
No. Se es cristiano por el llamado de Jesús. Y él nos llama para llevar el
Evangelio a todos. No nos llama para hacernos devotos suyos, sino seguidores,
colaboradores.
A partir de este llamado, el Maestro,
como a los discípulos de aquel tiempo, nos quiere ir educando, formando, moldeando
poco a poco, como sus verdaderos discípulos, incluso corrigiendo, con suavidad
o con severidad, según sea la necesidad.
Pero, ¿cómo puede Jesucristo formarnos
si no lo escuchamos en los santos evangelios? Cuando un católico va a los
santos evangelios, se encuentra con la Palabra de Jesús, se entabla una
relación Maestro-discípulo, Maestro-comunidad. Si un católico no lee y estudia
habitualmente los santos evangelios, ¿cómo puede Jesús enseñarlo, formarlo,
educarlo? ¡Imaginémonos a todos nuestros católicos dedicando unos diez minutos
diarios a leer al menos una página o capítulo de los santos evangelios! Qué
Iglesia tan distinta iremos formando con el paso del tiempo. Ya no sería el
cura o un apóstol laico el que le daría consejos a los católicos, sino el mismo
Jesucristo. Cuántas cosas tiene Jesús que enseñarnos. Dejémonos enseñar por
Jesucristo. Y eso sí, unos y otros nos iremos ayudando a entender sus
enseñanzas. Los obispos y los sacerdotes nos ayudan a discernir la palabra de
Jesucristo.