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LA VOLUNTAD DEL PADRE ES LA VIDA
Domingo 28 de febrero de 2021, 2° cuaresma
Génesis 22,1-18; Marcos 9,2-10.
Carlos Pérez B., pbro.
Camino de su pasión, muerte y resurrección, Jesucristo ve necesario
subir a un monte alto para ponerse en oración ante su Padre. ¿Qué busca Jesús
en su oración? En lo alto del monte se encuentra con la voluntad del Padre. ¿Qué
buscamos nosotros en la oración? La verdad, hay que reconocerlo, buscamos que
el Padre haga nuestra voluntad. Por algo Jesucristo nos enseñó a repetir
constantemente en el ‘Padre Nuestro’: "hágase
tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
Para este momento, principios del capítulo 9 (en el entendido que el
evangelista no le puso capítulos a su evangelio), el Maestro ya les había
revelado a sus discípulos la suerte que le esperaba en Jerusalén, y sin
embargo, seguirían subiendo hacia ella. Leemos en 8,31: "comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser
reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y
resucitar a los tres días”. ¿Ésta era la voluntad del Padre eterno? Nos
desconcierta en gran medida también a nosotros, no sólo a los discípulos de
aquel tiempo. Como buenos judíos, ellos y todo el pueblo, querían y esperaban
una intervención de Dios victoriosa, poderosa ante la situación de sometimiento
que sufrían por parte de los romanos. ¿Cómo era posible que Jesucristo les
revelara todo lo contrario? Esa resistencia nos la hace ver el evangelista en
la negativa de Pedro, que es, seamos sinceros, también nuestra negativa de
fondo ante el camino emprendido por nuestro Maestro. De palabra podemos decir
que sí, que está bien que Jesucristo se haya sometido a todo ese tormento
para salvar al mundo, algo parecido como a la salvación por un acto de magia.
Pero, en el fondo, no lo queremos para nosotros, porque no lo entendemos como
Jesucristo lo entiende y lo vive. Jesús expresamente nos lo enseña: "Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida,
la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”
(Marcos 8,34-35) ¿Cómo puede ser salvación para este mundo la muerte del Hijo
amado al que el Padre nos pide que escuchemos? ¿Cómo puede ser vida la muerte
de Jesús?
Primeramente, digamos que el Padre revela expresamente que está de
acuerdo plena y gozosamente con el camino que está siguiendo su Hijo. En cada
uno de sus signos, nos lo dice: la ropa esplendorosamente blanca, como es toda
la vida de Jesús, sin manchas de falsedad; el acuerdo, sintonía o espaldarazo
de todo el antiguo testamento, manifestado en la presencia y conversación de
Moisés y Elías, la ley y los profetas; y la voz del Padre que resuena con toda
claridad.
Segundo, hay que decir que no es que el Padre quiera la muerte de su
Hijo, no, lo que quiere es la entrega total de su Hijo para la vida de todos
los seres humanos. Dios está tan empeñado en conceder la vida a todas sus
criaturas, que es capaz, en su Hijo, de llegar hasta lo último, hasta la
entrega de su propia vida. Es el mundo el que quiere la muerte de todos aquellos
que considera enemigos, de todos aquellos que siente que amenazan a su ego.
Es maravillosa la historia de obediencia creyente que escuchamos en la
primera lectura y nos ayuda a entender el camino de Jesús. Abraham es capaz de
ofrecer a su propio hijo, al que tanto ama, al que tanto esperó hasta su vejez,
el que era su última esperanza para perpetuarse en una larga descendencia,
promesa de Dios. En su obediencia extrema, es capaz de ofrecérselo a quien se
lo pide. Pero Abraham no llegó hasta el final, el ángel de Dios lo detuvo justo
a tiempo. En cambio, el otro Hijo, de este otro grandioso Padre, ése sí que
llegaría hasta el final de entregarse totalmente por la voluntad salvadora de
Dios.
Dios no nos está pidiendo que nos matemos para que accedamos a la vida
de Dios, no, lo que nos pide es que estemos dispuestos a la entrega total de
nosotros mismos por la causa de Dios que es la vida de todos. Cuaresma es un
tiempo para que nos vayamos ejercitando, no en una penitencia hueca, carente de
sentido, sino en la renuncia a nosotros mismos para colocar a Dios en el centro
de todo, y que Dios coloque a nuestros prójimos en el lugar de nuestras vidas
según su santa Voluntad.
No quiero dejar de insistir en la escucha al Hijo amado; no quiero dejar
pasar la oportunidad para seguir llamando a la lectura-estudio constante de los
santos evangelios. Es el Padre eterno el que nos está pidiendo que escuchemos a
su Hijo amado. Aprovechemos este tiempo de cuaresma para intensificar nuestra
escucha de la Palabra de Jesucristo. Y si le seguimos la pista al evangelio de
san Marcos, nos daremos cuenta que nuestra lectura tiene que ser atenta y
profunda, porque nos podemos quedar sin entender a Jesús en nuestra vida, como
les sucedió a los discípulos de aquel tiempo. Por ejemplo: "¿No entienden esta parábola? ¿Cómo, entonces, comprenderán todas las
parábolas?” (4,13); "¿Aún no
comprenden ni entienden? ¿Es que tienen la mente embotada?” (8,17); "Y continuó: ¿Aún no entienden?” (8,21).