(Puede
hacer click en la imagen de la capilla de cantera para que se desplieguen los
demás artículos)
UN HOMBRE DE LAS TINIEBLAS FRENTE AL
QUE ES LA LUZ
Domingo 14 de marzo de 2021, 4° cuaresma
Juan 3,14-21.
Carlos Pérez B., pbro.
Las
palabras que hemos escuchado en el evangelio, se las dirigió Jesucristo a un
personaje judío. Conviene que repasemos toda la escena. Un magistrado judío
llamado Nicodemo va a visitar a Jesucristo de noche. El evangelista nos quiere
presentar así a un hombre de las tinieblas. ¡Pero si es un magistrado judío, un
fariseo! Pues así. Frente a este Hombre de la luz, Jesucristo, cualquier
persona, cualquier cosa, cualquier religión, es cosa de las tinieblas, no se
diga las cosas mundanas. Además, por la plática, nos damos cuenta que Nicodemo
es un hombre de la carne. ¡Cómo!, si es un hombre tan religioso, como todos los
fariseos. Pues sí. Jesucristo considera que la religión judía, la heredada del
antiguo testamento, es una religiosidad de la carne, con sus sacrificios y
holocaustos, con su circuncisión, con su sábado, con toda su legislación.
Jesucristo
le pide a Nicodemo nacer de nuevo. ¿Cómo puede un hombre ya viejo nacer de
nuevo? El evangelista juega o maneja aquí esos dos sentidos. Por un lado,
Nicodemo ya está muy grande físicamente como para entrar otra vez en el seno de
su mamá para que lo vuelva a dar a luz. Pero, por otro lado, Nicodemo, como
todos los seres humanos, pensamos que ya no podemos cambiar, y menos de raíz,
esa es la vejez espiritual, la más grave. Jesucristo nos pide a todos nosotros
nacer de nuevo, nacer del Espíritu, para ser seres espirituales, como él, el
hombre del Espíritu. Jesucristo es como el viento, que se deja llevar por el
Espíritu sin aferrarse a sus propios programas o estrechas ideas. ¿No nos
cuestiona esto?
En
un momento de la plática, Jesucristo le revela una verdad que los magistrados
judíos difícilmente podían aceptar: Dios ama al mundo. ¡Cómo! Dios no puede
amar a su enemigo, a la humanidad pecadora. Pues sí. Dios ama al mundo tanto,
al grado de entregar lo más preciado para cualquier papá o mamá, a su hijo
único. ¿Recordamos que hace 15 días escuchábamos el escalofriante pasaje de cuando
Dios le pide a nuestro padre Abraham que le ofrezca a su hijo Isaac en
sacrificio? Abraham se levanta muy temprano, prepara todas sus cosas, y con
toda obediencia, escalofriante obediencia que nos reta a todos los que nos
decimos creyentes, toma a su hijo que tanto amaba para ofrecérselo a Dios.
Y
es que, continúa revelándole Jesús a Nicodemo, Dios no quiere la condenación de
este mundo pecador sino su salvación. Y este Hijo, el que está platicando con
Nicodemo, es salvación perene para todos los seres humanos. Pero pasa el
tiempo, pasan los siglos, y esta humanidad prefiere la oscuridad a la luz,
prefiere la carnalidad a la espiritualidad, prefiere lo que le hace daño a lo
que lo puede salvar. Qué misterio tan desconcertante del corazón de los seres humanos.
En esta cuaresma, y en
esta próxima semana santa, vivamos intensamente este mensaje de Jesús: "La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la
luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras
eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella,
para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a
la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según
Dios”.
¿Por qué seguimos amando el mal que nos destruye, la
guerra, el vicio, el egoísmo, a ese Ego que se nos convierte en ídolo? ¿Por qué
nos afanamos por el honor, el poder, la apariencia exterior o los bienes de consumo? ¿Por qué nos seguimos amando cada quien a sí mismo si Jesús ya nos demostró que nuestra
salvación es amar a Dios y al prójimo? Nos dejamos engañar por los atractivos
inmediatos.
El
cristiano, la cristiana, y toda la Iglesia en conjunto, no pueden pertenecer a
las tinieblas. Lo nuestro es la transparencia, como la vivió nuestro Señor Jesucristo.
Qué bellos son los evangelios que no nos ocultan nada, ni las reprimendas a los
discípulos, ni las críticas que se lanzaban sobre nuestro Maestro, ni que fue
crucificado en medio de dos ladrones, ni su pobreza, ni su desamparo y
despoder, ni sus indignaciones y encolerizadas. Así debe ser nuestra Iglesia y
todo cristiano. Somos hijos de la luz, somos portadores para el mundo de la Luz
en Persona, Jesucristo.