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MI VIDA, ¿ES COMO UN GRANO DE TRIGO
QUE PRODUCE COSECHA?
Domingo 21 de marzo de 2021, 5° cuaresma
Juan 12,20-33.
Carlos Pérez B., pbro.
En
este capítulo 12 nos relata el evangelista san Juan que Jesús había llegado a
la ciudad de Jerusalén, montado humildemente en un burrito, entre la algarabía
de quienes lo acompañaban y lo aclamaban con ramas de palmera, y que gritaban y
cantaban: "Hosanna al Hijo de David” (ver Juan 12,12-19). Entre esa gente había
unos que no eran judíos, sino griegos, pero simpatizantes de la religión judía.
Ahora eran simpatizantes también de Jesús. Como ellos, los católicos también
hemos de decir, "queremos ver a Jesús”. También nosotros nos acercamos a Felipe
y a Andrés para que nos lleven ante Jesús, ahora recurrimos especialmente a los
cuatro evangelistas de la Biblia que nos lo presentan admirablemente. Ellos son
Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Digámosles a estos evangelistas que nos lleven a
conocer a Jesús. Pero no hablamos de un encuentro esporádico como generalmente
nos referimos a la presentación de un amigo; nosotros hablamos de un
conocimiento creciente, permanente, constante, porque queremos conocerlo más y
más. El conocimiento de Jesús es el que le da sentido a todo nuestro ser. Por
algo nos decimos ‘cristianos’.
Para Jesucristo, tanto el arribo a la
ciudad santa como la comparecencia de estos griegos, es un signo de que ha
llegado su ‘hora’, una expresión muy recurrida por él en este evangelio.
Treinta y tantos años había vivido el Hijo de Dios corporalmente entre
nosotros, y aunque habían intentado matarlo en varias ocasiones, incluso desde
recién nacido, como pretendía Herodes, en ninguna de ellas era el momento para
entregar finalmente su vida sino hasta ahora, en esta subida final a la ciudad
de Jerusalén. Jesucristo así lo entiende y vive, esa hora con angustia y con
obediencia escalofriante. El leccionario lo traduce así: "Ha llegado la hora de que el
Hijo del hombre sea glorificado… Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir
a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora
he venido. Padre, dale gloria a tu nombre”. Mi Biblia
traduce: "Ahora mi alma está turbada”. Ambas traducciones nos ayudan a entrar en la interioridad espiritual
de nuestro Maestro. No llegó a ‘esta hora’ como un súper héroe, llegó con esa
fragilidad humana que se haría más patente en el momento de la cruz. Pero, como
un reto para los que nos decimos creyentes, Jesucristo lo expresa con toda
sinceridad. Siente miedo, siente una turbación hasta el alma, pero es el Hijo
obediente; para que nosotros no le llamemos fe a cualquier creencia meramente
mental.
De
manera también escalofriante, Jesucristo vive esta hora, este kairós, este
momento crucial, como la ‘hora de su glorificación’. ¿A qué se refiere, a su
resurrección, a su ascensión al cielo? No. Jesucristo considera glorioso el
momento de su crucifixión, a todo lo que conlleva su pasión: a las negaciones
de los suyos, a la traición de un íntimo, a la cobardía del resto, a los gritos
del pueblo, al tormento al que sería sometido, al rechazo por parte de las
autoridades judías, los líderes religiosos del pueblo, a fin de cuentas, al ‘fracaso’
de toda una labor gratuita y salvadora de los inentendibles seres humanos.
¿Fracaso? Estamos seguros que se sintió abandonado por todos, como perfecto ser
humano que era. Mas, sin embargo, Jesús, con profunda fe, sabe que todo ese sufrimiento
es un momento glorioso, no tanto para sí mismo, sino para su Padre. Sí, es la
hora de la gloria del Padre.
Los
católicos no debemos pasar superficialmente por toda esta revelación tan grande
y profunda que nos ofrece nuestro Maestro. Lo vamos a vivir en Semana Santa,
pero yo estoy seguro que estaremos muy lejos de tocar las profundidades de los
misterios de Dios; y no sólo lo digo que mentalmente o sentimentalmente, sino
sobre todo vivencialmente, existencialmente, con toda nuestra persona. Porque a
eso nos llama el Maestro, a que tomemos el mismo camino y la misma suerte que
él, para la gloria de Dios Padre, para la salvación de todo el género humano.
En
este tiempo de cuaresma hagamos un inventario de nuestra vida: ¿qué tan
provechosa está siendo para este mundo? Es la lectura que hace Jesucristo de sí
mismo: su vida es como un grano de trigo que fructifica por muchas veces. Así es
toda semilla, si es sembrada y cultivada, cada una se multiplica por muchas.
Veamos una espiga, una mazorca, o mejor un elote, antes de comérnoslo. Cuántos
granitos salen de un solo grano. ¿Es así nuestra vida y la de cada uno de los
seres humanos?
El
cristiano está llamado a ser provechoso para este mundo, para su salud, su
salvación, su vida. No busquemos solamente portarnos bien para merecer el
cielo. Esta es una religiosidad egoísta. No lo hizo así Jesús con su vida.
Miremos qué provecho saca este mundo con que nosotros estemos aquí.