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El día del Señor resucitado
2° domingo de pascua, 11 de abril de
2021
Hechos 4,32-35; 1 Juan 5,1-6; Juan 20,19-31.
Carlos Pérez B., pbro.
La primera
lectura no es una mera crónica anecdótica de la vida de aquella primitiva
comunidad cristiana, es sobre todo un proyecto de Dios para esta humanidad, es
una señal palpable de la transformación operada por la fuerza del Crucificado-Resucitado.
Si Jesucristo entregó su vida por entero, sin reservas, para la salvación de
este mundo, ¿qué tanto es que los cristianos sepamos desprendernos de nuestras
cosas y de nuestras personas para que este mundo vaya siendo la nueva creación
de la humanidad?
Quiero repasar lo que ya hemos
escuchado: "La multitud de los que habían
creído tenía un solo corazón y una sola alma; todo lo poseían en común y nadie
consideraba suyo nada de lo que tenía.” … Por ello, un cristiano se la
debería pensar varias veces antes de satanizar el ‘comunismo’, no vaya a ser
que estemos oponiéndonos a los proyectos de Dios y resultemos satanizados nosotros. Recordemos que nuestros
pensamientos no son los pensamientos de Dios, le decía Jesús a Pedro cuando lo
catalogó de ‘satanás’ (ver Marcos 8,33).
Igualmente, la segunda
lectura, el apóstol nos habla del amor a los hijos de un mismo Padre, los
hermanos de Aquel que por nosotros dio la vida.
Sin hacer a un
lado estos signos tan palpables de la obra del Resucitado en nosotros, quiero
hoy fijarme en este otro ingrediente tan propio de la vida de la comunidad
cristiana: la reunión dominical.
Esta semana de
pascua hemos proclamado diversos encuentros que vivió Jesús resucitado con sus
discípulas y sus discípulos. Ahora nos encontramos con otro encuentro, el que
nos narra el evangelista san Juan con sus detalles muy propios. Jesucristo
resucitó el primer día de la semana judía. Aún no le llamábamos nosotros los
cristianos "domingo” (domínicus = del Señor). Ese primer día de la semana
estaban los discípulos reunidos y encerrados por miedo a los judíos, lo hemos
escuchado. Si el leccionario romano traduce "al anochecer”, esto es un error
cronológico, porque la noche del primer día de la semana judía tiene lugar
antes del amanecer; ya después del mediodía, el anochecer le pertenece al
segundo día de la semana, nuestro lunes. Pero no es así, san Juan está hablando
del atardecer.
Apenas hacía tres
días que habían ejecutado a su Maestro en una cruz, de la manera más cruel, y
con toda razón tenían miedo sus seguidores. No dice san Juan cuántos de ellos
estaban ahí, si sólo "los doce” o también el grupo más amplio de discípulos,
sólo nos dice que faltaba Tomás, el cuate. A los ocho días, de nueva cuenta el
primer día de la semana, sucedió lo mismo, Jesús se hizo presente. Y debemos
pensar nosotros que así ha seguido sucediendo, Jesús se hace presente en
nuestra reunión dominical (no exclusivamente sino preferentemente,
solemnemente). Así lo vivimos nosotros, cada una de nuestras comunidades
cristianas. ¿Es cierto? Debería.
Es lamentable que
en nuestros planes parroquiales y diocesanos no se haga mención con toda la
claridad y fuerza necesarias, de esta prioridad pastoral que es una
convocatoria que debemos hacer llegar a todos nuestros católicos: la reunión
dominical es un encuentro con Jesucristo Resucitado. No ponemos el acento en el
pecado mortal que cometen quienes faltan no uno, como Tomás aquel día, sino infinidad
de domingos a este encuentro, según las instrucciones canónicas de nuestra
Iglesia, sino de la falta de amor por el Maestro que es el centro y el
fundamento de nuestra vida toda. ¡Estamos tan conformes con ser una Iglesia de
eventos religiosos! Sí, la presencia de un 90% de nuestros católicos es sólo
eventual. La culpa no es de ellos, sino de nosotros los encargados de educar a
nuestra gente, de cultivar en ellos el entusiasmo de aquellos discípulos que
vivían intensamente el encuentro con el Resucitado.
¡Qué religión tan
desabrida, tan insípida vida ‘cristiana’ es la que fomentamos con nuestros
eventos religioso-sociales! Católico, ¿no te llena de fuerza, de luz, de gracia
encontrarte domingo tras domingo con Aquel que dio su vida por ti y por todo tu
mundo?
Hace unos meses,
en pleno cierre de las puertas de nuestros templos, compartía con los
compañeros este texto escalofriante del Papa
Juan Pablo II en su carta apostólica Dies Domini: "La
Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de
la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el
día que se llama con razón "día del Señor" o domingo” (# 3). Y más
adelante añade: "Durante la persecución de Diocleciano, sus asambleas fueron
prohibidas con gran severidad, fueron muchos los cristianos valerosos que
desafiaron el edicto imperial y aceptaron la muerte con tal de no faltar a la
Eucaristía dominical. Es el caso de los mártires de Abitinia, en África
proconsular, que respondieron a sus acusadores: ‘Sin temor alguno hemos
celebrado la cena del Señor, porque no se puede aplazar; es nuestra ley…
nosotros no podemos vivir sin la cena del Señor’. Y una de las mártires
confesó: ‘Sí, he ido a la asamblea y he celebrado la cena del Señor con mis
hermanos, porque soy cristiana’ ” (# 46).