(Puede
hacer click en la imagen de la capilla de cantera para que se desplieguen los
demás artículos)
ALIMENTARNOS DE JESÚS PARA SER UNO
CON ÉL
5° domingo de pascua, 2 de mayo de 2021
Juan 15,1-8
Carlos Pérez B., pbro.
En este pasaje evangélico vemos que nuestro Señor está celebrando y
viviendo la Última Cena con sus discípulos. En esta cena se palpa a cada
momento el ambiente de intimidad en las palabras de Jesús. Estamos en el
capítulo 15. San Juan le dedica algunas páginas a esta cena, los capítulos del
13 al 17. Todo católico, al pasar por estas páginas, en su lectura personal, comunitaria
y litúrgica, ha de entrar vivencialmente en ellas. Nosotros nos sentamos a la
mesa de Jesús como sus discípulos, no miramos esta cena de lejos o desde
afuera, la vivimos existencialmente.
Jesucristo recurre a sus parábolas para revelarnos sus propósitos más
íntimos: él quiere vivir la comunión con sus discípulos, comunión abierta para
todos los seres humanos; fue enviado a este mundo por el amor del Padre y, en
sintonía con esa gracia, convoca a todos a este amor no superficial. Nos lo ha
dicho con la parábola del buen pastor y las ovejas: ‘el buen pastor ama sus
ovejas, da la vida por ellas, ellas escuchan su voz y lo siguen’ (ver Juan 10).
Ahora nos lo dice con otra comparación: ‘yo soy la vid verdadera, mi Padre es
el viñador y ustedes los sarmientos’.
Nada más lejos de los deseos de su corazón que este catolicismo light
que nosotros nos hemos inventado, catolicismo nominal, catolicismo de ideas,
catolicismo de meros actos mentales, de meras prácticas devotas. Nada más lejos
de Jesús que ese tipo de integración tal como se establece y se vive en las agrupaciones
en nuestro entorno social, político, económico. Las relaciones convencionales o
por intereses particulares, no es lo de Jesús. Y, en estos tiempos modernos, contradictoriamente,
de tantos medios de comunicación, nuestras relaciones son cada día más superficiales.
La ‘comunión’ que se da entre el tronco y sus ramas es la que desea
Jesús. Hay un flujo interior que los une, la savia vital, ese fluido que
transporta los nutrientes en ambos sentidos, de la raíz que extrae de la tierra
los nutrientes hacia el resto del árbol, hasta el oxígeno y el dióxido de
carbono que absorben las hojas y regresa en sentido contrario. Por eso, una rama
no puede vivir desprendida del árbol, se seca.
El cristiano(a) es aquel que vive permanentemente unido a su Maestro,
no el que le ha dicho que sí en alguna ocasión pero que luego vive desprendido
de él. Cristiano es aquel que se conecta con el Maestro y vive la permanencia
desde el interior con él. ‘Permanecer’ es el verbo que utiliza Jesús seis veces
en estos ocho versículos. La insistencia no está de más, es más necesaria en
nuestros tiempos.
Es necesario que las cosas vayan cambiando radicalmente en nuestra
Iglesia y, a partir de la Iglesia, en todo nuestro mundo, en toda nuestra
humanidad. ¿Cómo puede el cristiano vivir esa unión estrecha con Jesús? Es
necesario estudiar y estudiar los santos evangelios para que Jesucristo, sus
enseñanzas, su modo de vivir, su obra, vayan calando en cada uno de nosotros y
en toda nuestra Iglesia; para que el Evangelio que es Jesucristo, vaya
impregnado todo nuestro ser, nuestros pensamientos, nuestros criterios,
nuestras prioridades, nuestros intereses y afanes, nuestros actos, nuestras
relaciones con los demás, con todo nuestro entorno; para que Jesucristo vaya
pasando poco a poco a ser parte de nuestro ser y se cumpla el ideal que nos
expresa san Pablo en una de sus cartas: "ya
no soy yo el que vive, es Cristo el que vive en mí” (Gálatas 2,20). Así,
el Resucitado continuará su obra de salvación en cada uno de nosotros y en
todos nosotros juntos para bien de este mundo.
O como decía el fundador de la familia del Prado: "Nuestra unión con Jesucristo
debe ser tan íntima, tan visible, tan perfecta que los hombres deben decir al
vernos: he ahí otro Jesucristo. Nosotros debemos reproducir, en el exterior y
en el interior, las virtudes de Jesucristo, su pobreza, sus sufrimientos, su
oración, su caridad. Debemos representar a Jesucristo pobre en su pesebre,
sufriente en su pasión, a Jesucristo que se deja comer en la santa Eucaristía”
(Beato Antonio Chevrier, V. D. 101).