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LLAMADOS A UNA VIDA DE COMUNIÓN
6° domingo de pascua, 9 de mayo de 2021
Juan 15,9-17
Carlos Pérez B., pbro.
Primero fue la parábola de "la vid, el viñador y los sarmientos”, ahora
Jesucristo nos ofrece la aplicación de su parábola a nuestra vida cristiana, a
su proyecto, el tipo de discípulo, el modelo de Iglesia que él quiere; y eso es
lo que vale, no lo que nosotros quisiéramos, no la religiosidad que muchos creemos
que nos conviene, no es el catolicismo a la manera de cada quien. El proyecto
de Jesús es que vivamos en comunión de vida entera con él, tal como las ramas
viven de la savia que fluye del árbol y las hace dar fruto. ¿Cuál es esa savia
que recorre desde Dios, a través de Jesucristo a todos nosotros? Siente uno
cierta resistencia para mencionar esta palabra porque ha sido sumamente
abaratada por este mundo: el amor. En el caso de Dios es diferente. Su
maravillosa creación es una muestra palpable de que su amor es verdadero. Su
Salvación, su perdón pertinaz hacia esta pobre humanidad, no se diga. Lo
decimos en el salmo responsorial: "Una vez más ha demostrado Dios su amor…”.
Nueve veces se menciona en la
segunda lectura la palabra amar, amor; pero no para trillar más esa palabra,
ese sentimiento o valor tan supremo, sino para colocarnos en el centro de toda
la revelación divina: "El amor viene de
Dios… porque Dios es amor”.
Pues precisamente esto nos revela
Jesucristo nuestro Maestro y Señor en la Última Cena, en ese momento tan
cargado de intimidad que él celebra y vive con nosotros cada vez que nos
reunimos en torno a su mesa. Todo adquiere sentido a partir del amor del Padre:
la encarnación del Hijo en la pobreza, su ministerio entre los pobres y los
pecadores, sus milagros, sus encuentros salvadores, sus enseñanzas, hasta sus
conflictos, su muerte en la cruz, su resurrección. Todo es producto del amor
tan verdadero y tan gratuito de Dios.
El que nos ha llamado a ser lo que
somos, cristianos, discípulos suyos, enviados, católicos, nos expone con toda
claridad cuál es su proyecto, su deseo, su voluntad, la espiritualidad y
religiosidad que espera de cada uno de nosotros y todos juntos como Iglesia y como
mundo: la comunión de vida.
Tenemos que hacerle llegar este
llamado a todos nuestros católicos. Qué mejor que todos nuestros clérigos y
laicos se alimenten cotidianamente de las palabras de Jesús estudiando los
santos evangelios, para que lo escuchemos directamente de sus labios, para que
lo recibamos directamente de su corazón. Jesucristo no nos convoca a una
religiosidad de prácticas devotas que nosotros mismos nos establecemos: ‘me voy
a persignar, voy a rezar esto o lo otro y con esto cumplo con Dios’; ‘esto me
es suficiente para ser católico’. Claro que no. Jesucristo nos convoca a
permanecer en él. Repitamos insistentemente: "Permanezcan en mi amor”. Así se irá haciendo una convicción en
nuestro interior. El domingo pasado constatamos que seis veces utiliza
Jesucristo el verbo permanecer. Pues ahora vemos que lo menciona cuatro veces
más. Quizá diez veces no sean suficientes para la gran mayoría de nuestros
católicos, porque si nunca leen este pasaje evangélico, pues ni cuenta se dan.
Esa religiosidad ocasional, esa
religiosidad eventual (de eventos), no es lo de Jesús. Aunque algunos, para
tranquilizar su conciencia, lo consideren fanatismo, la verdad es lo que Jesús
quiere de nosotros y con esta vocación nos envía a todo el mundo. Vivir en el
amor de Dios expresado en toda la persona de Jesús es la salvación de este
mundo. Lo que nos pierde es el amor a uno mismo, el amor a las cosas
materiales, al dinero, al consumo; la indiferencia de unos para con otros, no
se diga el odio, el vicio.
Si Jesús nos pide que cumplamos sus
mandamientos como prueba de nuestro amor hacia él, no lo dice para imponernos
una carga, sino para contagiarnos de su alegría, porque vivir en la alegría de
ser cristianos y colaborar en la obra de Jesucristo, es la nota distintiva de
nuestra fe: "Les he dicho esto para que
mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena”.